La
Constitución argentina, inspirada en la de EEUU, brindó
la normatividad necesaria para crear las condiciones que llevaron al
enorme progreso iniciado a mitad del siglo XIX.
Nuestro
país desde 1870 a 1913 creció a tasas más elevadas que la economía mundial
superando a países adelantados europeos, también a Canadá y Australia. Un orden
liberal permitió a los argentinos gozar de una prosperidad inimaginable.
Sin
embargo en la Argentina de la última década se reniega tanto de la Constitución
de 1853 como de las ideas de los hombres
que promovieron el progreso y la institucionalidad del país.
Incentivados por el Gobierno,
pseudo-historiadores, han improvisado una historia que nada tiene que ver con
el pasado real, avalada, también, por una serie de comunicadores, socios en
la desvalorización de este período.
Alberdi,
Mitre, Sarmiento, Roca, la generación del 80, en general, es denostada,
criticada en pos de revalorizar lo vernáculo, decisivo para entender nuestro
ser nacional.
El
Gobierno kirchnerista les responde adjudicándose la defensa de los derechos
humanos de los terroristas, de cuya memoria y proyecto político se sienten representantes. Todos
rechazan la realidad tal cual es
y la modernidad que esta ligada a la
democracia liberal y capitalista.
Son socialistas encubiertos en la bandera de
la “argentinidad” a la que asocian a Rosas - caudillo que defendió la soberanía
de la intervención extranjera- y a los indígenas, cabales representantes de lo
autóctono.
Esta
visión es coherente con la manera de gobernar: se basa en un pensamiento que se
aleja cada vez más del mundo globalizado, como lo está haciendo Venezuela, con
más prisa.
En desmedro del individualismo que privilegia la libre elección de las personas, les atrae un nacional-socialismo, sui géneris. que requiere sumisión para lograr una sociedad organizada a la medida de sus deseos. El fracaso de la “planificación” se comprueba en el socialismo real, en el fascismo y en todos los populismos pero, se insiste.
En nombre de la soberanía predican la
autarquía industrial –termina siempre, de facto, en empresas dependientes de
favores oficiales- y la antipatía a una vida de abundancia capitalista donde
hay demasiado para consumir.
De la boca para afuera justiprecian una vida despojada que, en los
hechos, es miserable. No reconocen que las necesidades de las personas tanto
materiales como espirituales son, y
serán, siempre innumerables, lo que cambia son las posibilidades de
satisfacerlas. No necesariamente consumimos un artículo de
lujo. Podemos elegir también un poema, un libro, un CD y tantas otras cosas a
los cuales podemos hoy acceder gracias a la economía capitalista.
Rechazan,
al sistema de producción masiva,
resultante de la expansión enorme de los mercados, que permite a las personas
con menos recursos pueder disfrutar de una inmensa diversidad de bienes a
precios muy bajos.
Con políticas dirigistas, quieren fortalecer
y extender al sector público de la economía, debilitar la democracia con
demagogia nacionalista y antiliberal..
Confían
en las estatizaciones, a pesar de la disminución galopante de reservas,
aumentando los costos del Estado, por lo que no tienen otro destino que el
déficit y ser portadoras de una enorme corrupción administrativa, como ya lo
están mostrando los resultados.
Como
la generación de riqueza se hace imposible pon las exacciones a las empresa,
ahorristas, inversores etc., terminan necesitando capitales foráneos porque no
dejan de incrementar los gastos y la inflación. Como siempre pasa, éste flagelo
disminuye el valor de los salarios, de las jubilaciones, también la producción
y la productividad.
No se puede, entonces, como quieren, ni
siquiera vivir con lo nuestro. Aquí comienzan los problemas y los malos
resultados en las elecciones.
Primo
hermano del peronismo ortodoxo, el Kirchnerismo responde, también, a otros
rasgos fascistas: a las actitudes represivas,
hacia la prensa y opositores,
agrega el fomento del corporativismo fenómeno que tiende, siempre, a
liberarse de los partidos para defender privilegios sectoriales.
La consecuencia de lastimar la propiedad
privada, el mercado, y la seguridad jurídica, es debilitar las limitaciones al
Poder. El Gobierno, de este modo, eleva los grados de dominio sobre la
sociedad, pudiendo evitar que surjan fuerzas que se le resistan. El resultado
es avanzar hacia una dictadura donde la libertad, espontaneidad, y creatividad,
necesarias para poder construir el propio destino, es imposible. El Estado
decide por nosotros cómo será nuestra vida.
(periodista, historiadora y analista política)
evaleronarvaez@hotmail.com
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