Últimamente se ha hablado mucho sobre el
lenguaje, en especial el del ámbito político. Se ha destacado que Chávez impuso
un lenguaje procaz, violento y cuartelario. Un lenguaje que los chavistas se
apresuraron a copiar, como una manera de identificarse con el caudillo. Y
muerto este, Maduro y sus adláteres han continuado imitándolo, pero haciéndolo
más patente y acreciéndolo en su agresividad.
Mucho de lo que se dice sobre el lenguaje de
Chávez y los chavistas es cierto. Sin duda que se ha venido imponiendo un
lenguaje chavista, caracterizado, entre otras cosas, por los errores
gramaticales derivados de la ignorancia, y por por la procacidad, lo
escatológico y la profusión del insulto como expresión cotidiana, rasgos que en
boca de un alto funcionario, como el presidente de la República, adquieren
mayor relevancia y, por supuesto, mayor gravedad.
Sin embargo, se ha exagerado un poco, cayendo
mucha gente, quizás sin darse cuenta, en una especie de nominalismo, traducido
en darle al lenguaje más importancia de la que en realidad tiene, que, desde
luego, es mucha.
Hay una tendencia a mostrar lo inapropiado y execrable del
lenguaje presidencial como el más grave síntoma de un mal gobierno, y hasta se
ha llegado a afirmar que quien no conoce su idioma, y por ello lo emplea mal,
no está capacitado para gobernar. Algo de esto es cierto. Pero no es la
ignorancia del idioma lo que descalifica para las altas funciones de gobierno, sino que tal
ignorancia no va sola, que es parte, sin duda la más notoria, de una ignorancia
general, de una incultura que, ciertamente,
entorpece el desempeño de un cargo como la presidencia y algunos otros.
No es, pues, el lenguaje el principal
problema que el actual gobierno plantea.
Ese lenguaje es, en realidad, parte, entre muchas otras, de algo más
general, que es el estilo, definido este como “Modo, manera, forma de
comportamiento (…)” (DRAE). Cómo habla el presidente, cómo se expresa
cotidianamente, es parte, ciertamente,
del “modo, manera, forma”, es decir, del estilo de gobernar. El
“comportamiento” es lo esencial, lo que define al gobernante, y ese
“comportamiento” se manifiesta de muchas maneras. El lenguaje es solo una de ellas.
El lenguaje es, en este aspecto, un síntoma.
En él se expresa el sentido que para el gobernante tiene la majestad del poder.
Si un presidente, como es el caso evidente de Maduro, y como lo fue el de
Chávez, no tiene la más elemental noción de
eso que se llama la majestad del poder, su comportamiento será
execrable, indigno, abominable, y su
lenguaje lo pondrá en evidencia.
Alexis Márquez Rodríguez
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