“El lugar más recóndito y oscuro del infierno está reservado para aquellos que en momentos de crisis permanecen neutrales” Dante Alighieri
Debemos estar orgullosos de compartir gentilicio con Gabriela Montero, que enfrentándose con decisión a la dictadura se hace digna heredera del pasado histórico musical de Venezuela en el que hubo hombres como el maestro Vicente Emilio y Alfredo Sánchez Luna, el gran Alfredo Sadel. Muchos venezolanos no conocen que estos dos artistas demócratas a toda prueba fueron héroes de la lucha por la libertad bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y que no solamente pusieron en peligro sus obras, sino también sus vidas, arriesgándolo todo para derrotar la opresión.
Vicente Emilio Solo, el adusto educador, músico, compositor, musicólogo y compilador de nuestro folklore, rechazó displicentemente la solicitud del dictador de dirigir la orquesta para actos de gobierno, e incluso, de su cumpleaños. Públicamente confrontó a un régimen conocido por sus torturas y asesinatos perpetrados por la Seguridad Nacional de Pedro Estrada y Miguel Silvio Sanz (autor, este último, del asesinato del cantante Genaro Salinas quien misteriosamente cayó al vacío en el túnel frente la iglesia San Pedro, presuntamente por un asunto de faldas).
El caso de Alfredo Sadel es digno de una novela de John Le Carré. Este insigne luchador libertario, en el momento en que se encontraba en la cima de su popularidad como cantante; cuando disfrutaba de los laureles que solamente antes había tenido Carlos Gardel (de quien toma su seudónimo: “Sadel” es una palabra formada por las dos primeras letras de su apellido Sánchez, y las tres últimas de Gardel); cuando gozaba de grandes ingresos gracias a un público que desde el Río Grande hasta la Patagonia pagaba por escuchar sus discos e ir a sus presentaciones y películas; cuando tenía un arrastre planetario que –en una comparación injusta para Alfredo- recuerda al que hoy pueden tener cantantes como Luis Miguel y Shakira; decidió jugarse la vida fungiendo de correo encubierto para la resistencia, no solo para sus compañeros de Acción Democrática en la clandestinidad, y financiando la lucha, sino además encargándose de la manutención de líderes como Carlos Andrés Pérez, Rómulo Betancourt y otros, cuando vivían en el exilio en países como Costa Rica. El heroico bolerista que más tarde llegaría a ser uno de los tenores líricos más importantes del siglo XX, escogió el posible sacrificio de su bienestar y su vida antes que el cómodo disfrute de sus bienes, en solidaridad con sus hermanos compatriotas y por su patria.
Una de las mentes más admirables que ha dado Venezuela es sin duda la de José Antonio Abreu, laureado con toda clase de premios que van desde el Príncipe de Asturias hasta el Nobel Alternativo. Hombre que ha brillado como economista y gerente, tanto como talentosísimo músico. Este organista, alumno de Vicente Emilio Sojo, es creador de uno de los más grandes aportes que venezolano alguno haya dado a su país: el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles. Esta magna obra ha formado a cientos de miles de niños y jóvenes, principal pero no exclusivamente de extracción pobre, como músicos, disminuyendo así la posibilidad de que sucumbieran a plagas como la delincuencia y las drogas, al tiempo de darles educación en un oficio digno; dándoles una vida digna y valiosa.
Su hoja de vida prueba que tuvo la habilidad para congraciarse, y obtener el apoyo para su obra, con todos los gobiernos de la democracia, desde el primero de Carlos Andrés Pérez (durante el cual y con su decidido patrocinio fundó El Sistema), hasta el último de Rafael Caldera. Llegó a ser Ministro de Cultura de Carlos Andrés Pérez, Presidente del Consejo Nacional de la Cultura y diputado al congreso. Desde de la década de 1970, Abreu se constituyó en líder fundamental del movimiento cultural gracias a su privilegiado intelecto y a sus dotes para nadar en el proceloso mar de la política. Abreu devino así en uno de los iconos más representativos de lo que hoy sus amos llaman “la Cuarta República”.
Pero muchos vimos con angustia cómo ese ídolo de la era democrática, servidor insigne tanto con adecos como con copeyanos, pasó a brindar sus inestimables servicios a la dictadura de Hugo Chávez. Muchos pudieron justificar su “neutralidad”, su tolerancia del mal, con su gran obra. Argumentaron que El Sistema debía ser protegido (lo que es cierto) y que colaborando con el régimen, Abreu salvaba el futuro, además, de 400.000 niños para quiénes este era su única esperanza.
Era difícil argumentar contra tal planteamiento de aparente lógica incontestable. Además, alegar la falsedad de tal argumento rayaba en el pecado capital, tanto para oficialistas como opositores, que veían como intocable la figura de este “grande y ejemplar venezolano”. Invocar su posible interés crematístico basados en el nepotismo manifiesto en su gerencia de El Sistema, equivaldría a la pérdida de la nacionalidad y el exilio. Argüir que el principal móvil del brillante músico podía ser su necesidad de estar siempre al lado del poder, podría conducir al ostracismo del osado.
De nada serviría alegar que en los conciertos internacionales de la Orquesta Simón Bolívar, dirigida por su talentoso pupilo y socio colaboracionista, el también servil Gustavo Dudamel, suerte de fenómeno de mercadeo capitalista, de producto de consumo masivo musical; se presente a El Sistema como obra de la revolución bolivariana y de Hugo Chávez, negando la historia, e incluso se pronuncien palabras y se repartan panfletos de propaganda del gobierno chavista. El atrevimiento de hablar contra Abreu inexorablemente conduciría al desprecio social.
Pero en los días siguientes al fraude electoral del 14 de abril de 2013 Venezuela vio asqueada al grande hombre sentado en primera fila, sonriendo y vitoreando mientras aplaudía efusivamente, incorporándose, al ilegítimo Nicolás Maduro cuando era sujeto de la ultrajante proclamación express como presidente electo, y luego en la toma de posesión expedita. A muchos entristeció esa imagen, a otros nos confirmó lo que pensábamos desde hacía ya unos años.
¿Pero es válida la defensa de que Abreu protege a 400.000 niños que sin El Sistema serían arrojados a la perdición? Lo primero que hay que decir es que esos 400.000 niños, si los amos del prohombre tienen éxito para lo cual gozan de su apoyo, estarán condenados a vivir en una sociedad totalitaria y en un país arruinado por un socialismo del jurásico. Que El Sistema eventualmente servirá para el lavado de sus cerebros, lo que permitirá el control de sus voluntades por parte del Hermano Mayor. Que serán zombies de un comunismo a la Corea del Norte y Cuba; es decir, que serán muertos en vida tocando melodías tristes en sus violines que más que instrumentos de libertad serán cepos de una sociedad. ¿Es esto salvación? Muy por el contrario, Abreu le brinda a la dictadura un huerto fértil de cerebros maleables para la propagación de la dominación por parte de una élite corrupta. Le brinda prisioneros y futuros carceleros.
En la reciente visita de la Orquesta Simón Bolívar a Salzburgo, capital europea de la música y lugar de nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart, vimos a un Abreu sonriente caminando tomado del brazo del mismo Andrés Izarra que días antes había dirigido la atroz represión militar de los indígenas que protestaban en el Estado Amazonas, quien por cierto, subió al escenario a compartir créditos con los jóvenes de la orquesta y Dudamel, la Coca Cola roja rojita de la dirección orquestal; el Von Karajan de la robolución. Así cumple Abreu con otra de las funciones principales de El Sistema: elemento vital del aparato de propaganda del régimen; embajador cultural de la dictadura comunista. Con su privilegiado intelecto, difícilmente podrá defenderse diciendo que no conoce a los Goebbels de la historia.
Por lo demás, el nombramiento en meses pasados de una directiva del SOV casi exclusivamente formada por robolucionarios ajenos al mundo de la cultura y la música, presidida por Jesse Chacón, teniente que solo ha usado como instrumento el fusil en la toma del Canal 8 el 4F, demostró que Abreu se encaminó a su propia aniquilación al capitular con una dictadura de delincuentes; y con ella, colabora a la de la patria dominada por un colonizador cubano que le impone el comunismo.
Nota: He escrito el presente a sabiendas de que sufriré la repulsa de una sociedad que se resiste a ver la realidad. Por lo menos me alivia saber que esa es la misma sociedad que llevó a Chávez al poder. Pero no puedo callar.
Leonardo Silva Beauregard
Twitter: @LeoSilvaBe
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