martes, 29 de octubre de 2013

JOSÉ LUIS MÉNDEZ LA FUENTE, HOMELAND

La realidad social de nuestros países latinoamericanos se presenta a través de un lente tan poderoso como lo es cine, la más  de las veces de forma cruda, incluso de  manera exagerada para algunos. Sin prostitución, drogas, torturados políticos y sicariatos, un lenguaje tosco y vulgar, ningún film iberoamericano puede jactarse de serlo.  


Quitarse aquella etiqueta de encima es difícil, pues así es como  nos perciben afuera. Por eso películas como “Pelo Malo”, recién ganadora del festival de San Sebastián, son auténticas excepciones.
Una percepción aquella, magníficamente recogida en “Carta poco corta para un largo”, del libro “Los amigos míos se viven muriendo, (y otros relatos)” del colombiano Luís Miguel Riva. Allí, Eusebio y José, dos cineastas, en  correspondencia dirigida al gerente del Centro Financiero Nacional, cuentan lo siguiente: 
“Le hablamos del proyecto y nos preguntó si la película tenía torturados políticos. Con toda sinceridad le dije que no. Permaneció en silencio un momento y dijo que no importaba, que de todas maneras la realidad de los jóvenes sicarios en las ciudades colombianas era un tema de mucho impacto. Hablando lentamente en español le aclaré que en nuestra historia no había sicarios. 
“¿Entonces de qué trata?” preguntó con menos entusiasmo y yo le dije que era una historia sobre la infancia, las aventuras de tres niños de un barrio popular. ” 
¿Y cómo van a tratar el tema del hambre?, volvió a preguntar, ahora sin tanta amabilidad y yo le volví a hablar en un lento español diciéndole que en la película no había hambre. “Entonces no es una película latinoamericana”. “Sí lo es”, dije en lento español. “No lo es”, dijo el noruego, sin ninguna amabilidad ni entusiasmo, “es una película europea y de esas hacemos muchas aquí todos los años.”
Una muestra de la visión externa sobre la Venezuela actual, nos la dio en días pasados la premiada serie de televisión Homeland de la que el propio Barack Obama se ha declarado fanático, tal vez movido por la realidad de su trama, la que muy bien pudiera explotarle en sus propias narices sin darse cuenta. 
En ella, un oficial de la marina norteamericana, prisionero durante varios años en Irak, regresa a su país como héroe de guerra, sin que nadie sospeche, salvo una agente de la CIA, la coprotagonista, a quien algo no le cuadra en esa repentina reaparición. Brody, el pelirrojo marine convertido al Islam durante su cautiverio, deviene en el desenvolvimiento de la serie en un agente de Al-Qaeda, organización que por medio de una célula activa en los EEUU ejecuta un atentado contra la CIA, como resultado del cual ésta queda diezmada, al ser asesinada la mayor parte de su tren ejecutivo y más de doscientas personas en total. Así termina la segunda temporada.


En la tercera, que se acaba de estrenar, Brody el terrorista más buscado, ha salido huyendo de su país, aunque la agente de la CIA Carrie, sobreviviente al atentado, lo cree inocente. Pero su destino, como cualquiera esperaría, no es un lugar del Medio Oriente, sino  uno mucho más próximo, las costas de  Catia la Mar, Venezuela, donde los caraqueños acostumbraban disfrutar los fines de semana entre playa y pescado frito. Específicamente, Brody es conducido a la Torre de David, esa barriada vertical en que se transformó lo que iba a ser el segundo edifico más alto de Venezuela, y el símbolo de CONFINANZAS, convertida ahora en los escasos sesenta minutos que dura el tercer capítulo de la serie, en el icono de nuestro país, desplazando así a las emblemáticas Torres del Silencio y a las pirueticas autopistas del Ciempiés o de la Araña, tema de las postales turísticas de antaño.
Quienes vieron, en todo el mundo, ese capítulo donde además aparece una mezquita formando parte, quizás por primera vez, de nuestro paisaje urbano, así como el anterior, en el cual un agente federal viene a Caracas a asesinar a un banquero, quien junto a otros cinco líderes terroristas conforman la red internacional responsable del ataque a la CIA, se quedaron con una imagen de Venezuela que tal vez desconocían o que incluso, les desentona. Al menos así lo cree el Sistema Bolivariano de Comunicación e Información que terminó catalogando el resultado de la recreación escenográfica realizada en una construcción abandonada de Puerto Rico, como una distorsión de la realidad venezolana.
Antes de aparecer en Homeland, la Torre de David,  ya fue objeto de análisis y estudios sociológicos de urbanistas y artistas, como Urban Think Tank en alguna bienal de arquitectura, o  Ángela Bonadies en una exposición fotográfica, resultando ciertamente la expresión social de una Venezuela donde todos aquellos elementos del cine latinoamericano están  presentes.
 Homeland significa patria, y quien duda que  la Torre de David no es la patria de las más de mil familias que aún viven en ella, después de la invasión del 2007. Quien siembra vientos recoge tempestades, y lamentablemente esa es la postal de nuestro país que, después de quince años de chavismo, se recibe en el exterior,  nos guste  o no.
  xlmlf1@gmail.com

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