En el tiempo que lleva el señor
Maduro al frente del gobierno, los
venezolanos han venido sufriendo, en una especie de paquete comprimido, todos
los padecimientos de las medidas socioeconómicas y políticas que este
socialismo del siglo XXI ha venido poniendo en práctica desde 1999.
Solo que Chávez las fue soltando poco a poco,
esparciéndolas durante los últimos catorce años como agua de roció, mientras
que Maduro las ha repetido, en una ración muy condensada, en tan solo nueve
meses. Todo el catalogo castrista y el arsenal chavista en una sola dosis.
Su última creación, porque hay
que darle algo de mérito a la imaginación de este gobierno, es la
juramentación, en días pasados, de la unión-cívico
militar para combatir la guerra económica emprendida por la derecha en el país,
¿quién más pudiera ser?. Y como para que no queden dudas, de que se trata de
una auténtica batalla, el acto se llevó a cabo en el Campo de Carabobo donde
nada más y nada menos se selló la guerra de independencia. Tal puesta en
escena, con dos mil asistentes que fueron testigos de semejante acontecimiento,
nos hubiese resultado “natural” durante cualquiera de los mandatos de Hugo
Chávez, pero en el gobierno de un presidente
que no viene de los cuarteles, que es un civil que se debe a la sociedad civil
y que además dice provenir de la clase trabajadora, nos parece un verdadero
esperpento.
Que los militares luchen junto a
los civiles es algo que seguramente celebraría el ideólogo argentino Norberto
Ceresole y que podría tener mayor sentido defendiendo otros propósitos
verdaderamente patrióticos, pero en defensa de la economía interna, que el
propio gobierno ha pervertido, solo tiene carácter de “show mediático” de acto
de utilería proselitista. En verdad, el único juramento que se ha dado aquí, el
que se esconde bajo este otro, es el de Maduro con el sector castrense
venezolano. Un pacto, por lo demás imprescindible para Maduro, quien se debe
sentir, para decirlo en criollo, como “cucaracha entre gallinas” con tanto
militar que lo acompaña en el gobierno. Y para muestra de ello, está el
reciente aumento salarial al estamento militar, de hasta el 60%, de una sola
vez, mientras otros trabajadores del
sector público lo reciben troceado. La justicia salarial no puede tener
preferencias. Que los militares resulten favorecidos con aumentos, como acaba
de ocurrir, y se les de facilidades para obtener los bienes del “buen vivir” que a otros se le niegan o dificultan,
solo sirve para demostrar el alto grado de demagogia que es capaz de alcanzar
el actual gobierno y los verdaderos objetivos que lo mueven.
Pero si el gobierno quiere
utilizar a la ejercito en su lucha contra la economía del racionamiento, al
mejor estilo cubano, que se ha impuesto en el país, así como contra la
corrupción que la corroe y la miseria que nos persigue como un lobo hambriento,
por qué no empieza por combatir la venta a precios exorbitantes por parte de la
economía informal, de los productos de primera necesidad que como harina de
maíz, aceite, leche en polvo o margarina, los supermercados y cadenas de
distribución de alimentos tienen la obligación legal de vender a precios
regulados. Un fenómeno muy frecuente, sobre todo en estados fronterizos como
Táchira o Zulia, que ocurre a la luz del día y en las narices de las
autoridades que como la Guardia Nacional, están llamadas a fiscalizar el
acaparamiento y la venta irregular de esos productos. Por qué no le hacen la
guerra a las mafias que llevan esos alimentos regulados, o la gasolina, más
allá de la frontera para venderlos a precios superiores en ciudades como Cúcuta
o Maicao, aumentando la escasez local. O porque no combaten el acaparamiento
donde debe ser, en lugar de decomisarle a quienes llevan, viajando en autobús
desde Caracas, esos mismos productos de primera necesidad para sus familiares
en el interior del país, donde no se consiguen o escasean. O porque el
“presidente obrero”, como gusta llamarse, no les paga los beneficios que les
corresponde a los trabajadores del sector del hierro en el Estado Bolívar, en
lugar de amedrentarlos con la Fiscalía como si fuesen delincuentes, o
amenazarlos con la toma de Sidor por el pueblo, ¿es que acaso los trabajadores
no son pueblo?. ¿De la defensa de cual economía estamos hablando?, porque de la
del pueblo ciertamente, no es.
Razón tiene el Senado de los EEUU al hablar en su
reciente resolución sobre Venezuela de
“intimidación gubernamental contra la oposición en Venezuela”; debiéndose
entender por oposición, todo sector que exige sus derechos al gobierno, que no
coincide con alguna de sus políticas o
que simplemente dice algo que no le gusta al oficialismo.
Hasta
ahora, el carisma de un líder, el populismo de las misiones en los barrios y
el conformismo social, sirvieron de
aliados a los catorce años de gobierno de Chávez; pero cuidado, se puede seguir
jugando con la ignorancia, pero no con
el hambre de un pueblo.
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