Había una vez un padre de familia que vivía con su mujer y tres hijos en un pueblito del Guárico. Su casa, aunque humilde, tenía un patio muy grande en la parte de atrás donde por varias generaciones su bisabuelo, su abuelo y su padre habían venido sembrando árboles frutales. Había de todo, mangos, mamones, ciruelitas, semerucos, guayabas y hasta un membrillo que nadie se explicaba como había llegado al huerto.
Un día las frutas comenzaron a escasear en todas partes y de repente Alirio, que así se llamaba, recibía visitas de un portugués que le quería comprar lo que produjera y a un precio alto. A poco se apareció un chino que le ofreció comprar la fruta y a un precio mucho mayor. De manera que Alirio empezó a recibir inesperado dinero y con poco trabajo pues le recogían la fruta diariamente y se la pagaban.
Su mujer sugirió usar los ingresos para mejorar la casa, comprarle ropa nueva a los hijos y también para ellos. Luego, para sorpresa de sus vecinos, apareció un carro bastante bueno en la puerta de Alirio y todos en el pueblo le felicitaban por su buena suerte.
Alirio disfrutaba su repentina fortuna y ayudaba a quien se lo pedía o sabía que tenía algún problema en el pueblo. Se hizo muy querido y popular y sus hijos recibían una importante cantidad todas las semanas para mantener su nuevo estilo de vida.
Pero un día las frutas volvieron a bajar de precio y también los guayabos producían menos pues ya las arrancaban sin madurar y ese era el principal ingreso. Alirio presentía el fin de su riqueza y de tanta preocupación se enfermó y al poco tiempo murió.
Su hijo mayor se encargó del patio pero pronto se dio cuenta que no había para pagar las cuotas del carro, los arreglos de la casa, los favores prometidos a los vecinos y los gastos de los hijos.
En poco tiempo la familia de Alirio pasó de ser estimada a casi ser ignorada por los vecinos. Dos de los hijos se fueron con vergüenza a otro pueblo y se quedó el hijo mayor y su madre solos y con pocos ingresos.
Este cuento se ha repetido miles de veces en la historia de la humanidad. El disfrute de la riqueza sembrada por otros y creer que lo hicimos nosotros, y malbaratarla imaginando que las cosas son eternas, es común. Las crisis económicas de la Unión Europea y de los Estados Unidos tienen mucho que ver con alejamiento de la sencillez productiva del trabajo duro de muchas generaciones y cambiarla por marañas financieras o de filantropía social absurda que reparte regalos y favores y acostumbra a los pueblos a la dependencia gubernamental.
Venezuela no ha escapado del cuento y ahora nos ahogamos en necesidades de todo tipo. Lo curioso es que ni siquiera los que nos metieron en este tremendo problema se reconocen como autores.
Más fácil es culpar al imperio, a la burguesía y a los vende patria. Pero todos sabemos que no es así y estos rojos se llevarán para siempre sus absurdos proyectos que ni eran viables ni los supieron manejar.
eugenio montoro
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