martes, 29 de octubre de 2013

EGILDO LUJAN NAVA, LOS PERTURBADORES DEL 2013, FORMATO DEL FUTURO…

Un desencajado, compungido y hasta frío Nelson Merentes compareció esta semana por ante la Asamblea Nacional para, como Ministro de Finanzas y en representación del Poder Ejecutivo, presentar a consideración de los parlamentarios el proyecto de Presupuesto de Ingresos y Gastos de la nación para el  2014.

A no ser porque su recurrencia a cifras, porcentajes, proyecciones y similares obligaba a recordar lo que su Despacho dijo el año pasado que sucedería durante el que aún está en curso, y que no hay un solo resultado que haga suponer que en aquella ocasión no se mintió, Merentes habría pasado imperceptible, ausente, irrelevante. Porque para congresistas y ciudadanía, es verdad, esa presentación en Venezuela no supera la calificación de simple formalidad.

Y es así, debido a que desde hace casi diez años, los Ministros de Finanzas no se acogen a la obligación Constitucional de presentar una relación de ingresos y egresos supeditada la condicionalidad de lo serio. Ni tampoco hay un conglomerado ministerial y un Jefe de Estado que rindan cuentas ciertas de cómo es que se conduce la hacienda pública, muchos menos un Congreso y una institución Contralora que eviten la supervivencia del prolongado reinado de la desestimación de tener presente lo obvio: nadie allí administra dinero propio; nadie allí puede actuar considerándose con autonomía para hacer y deshacer, sin que semejante proceder no entre a colidir con las normas contra la malversación de fondos públicos, el enriquecimiento ilícito, la corrupción y hasta el fraude a la confianza ciudadana.

Nelson Merentes, en fin, el mismo que hace apenas poco más de doscientos días sembró en el espíritu de propios y extraños al Gobierno del que forma parte, la sensación de que, convertido en Jefe del Gabinete Económico, haría posible el milagro del entendimiento entre el equipo comandado por Nicolás Maduro Moros y los que se dedican a producir bienes y servicios en el país, o a importarlos cuando no se puedan producir, se hizo presente en el Hemiciclo para tratar de hacer lo mismo que lideró en abril pasado.

Pero no lo logró. Y no solamente por la comunicación corporal que arropó su verbo, cuando anunció que el gasto previsto para el venidero año estará por el orden de los 552 millardos de bolívares y que el endeudamiento estimado será de otros 141 millardos, sino también porque esa disparidad comunicacional sólo sirvió para aromatizar el ambiente, aún más, al verse obligado a comunicar aquello que, quizás, él hubiera preferido no citar. Y es que los ingresos de la petrolera Venezuela, no serán tan abundantes como para atender eficientemente la erogación programada, por lo que la diferencia tendrá que ser sacada del bolsillo de los casi 30 millones de personas que plenan el suelo venezolano, y que en el 2013, se han visto obligados a financiar una inflación cercana al 60%, cuota de empobrecimiento forzoso que, por cierto, se radicó en el país hace ya tres décadas, sin que durante ese período haya habido un solo gobierno interesado en evitar que eso ocurra.

Por supuesto, ante esa inobjetable realidad, lo más grave, es que tampoco hoy abunden las propuestas políticas que hagan suponer que, ante la eventualidad de un cambio en la actual conducción del Gobierno, no se seguirá dependiendo de la misma norma rectora hoy cuestionada.

Pero si para Merentes no debe haber sido cómodo estar allí, sabiéndose obligado a no referirse a esa respuesta que todos los días demandan millones de venezolanos, cuando indagan en soledad “¿en dónde están los dólares que ingresaron al país desde hace catorce años, en el mayor volumen de toda la historia republicana?”, peor tiene que haberse sentido en sus adentros al no admitir que con un Banco Central convertido en otro despacho ministerial, no es posible evitar la impresión de dinero inorgánico para financiar el gasto desenfrenado promovido por un Gobierno huérfano de visión de futuro. Y más si tal impresión en esas condiciones comenzó a tomar cuerpo cuando él, Merentes, presidía al ente emisor.

En todo caso, en el medio de malestares, decepciones, frustraciones, equívocos, estadísticas de feo rostro y curiosa conformación técnica, la impresión relacionada con los denodados esfuerzos que hacen las autoridades para que del proyecto presupuestario, se pase a la credibilidad parlamentaria y de la propia sociedad, emergen dos serias inquietudes que superan las suspicacias bien fundadas sobre la insinceridad de lo presentado en la ociosa Asamblea Nacional.

Y se refieren a si, hasta que esa institución apruebe el proyecto, es decir, antes de que se produzca la culminación de sesiones en diciembre próximo, y se conozcan los resultados electorales municipales del 8 de diciembre, finalmente, el Gobierno dará el gran paso de impedir que la economía continúe su rumbo desenfrenado hacia la hiperinflación, como lo han demostrado, con cifras y las evidencias extraídas de los cálculos, economistas como Alexander Guerrero.

Porque, definitivamente, el problema de la economía venezolana no se circunscribe a las “perturbaciones” que describió el Ministro Merentes: inflación, escasez y sistema cambiario. Sino a la concepción ideológica que los padres de dichas perturbaciones insisten en seguir empleando para continuar conduciendo la economía, animados y convencidos de que en el medio de barrotes, restricciones, controles y amenazas contra quienes reclaman libertad para financiar, producir, comercializar y disponer de una renta lícita, habrá suprema felicidad social.

Tales perturbadores, desde luego, engendraron las causas exacerbadas de los “enemigos” de la economía que identificó el representante del Poder Ejecutivo cuando quiso justificar lo injustificable en la Asamblea.

Tales perturbadores son dueños políticos y poderosos de voz y voto entre cuatro décadas de ministros que también alzan la voz para avalar, respaldar y fortalecer la creencia de que, gracias a los pasos dados  en materia económica desde hace ya casi quince años, el 9 de diciembre, con resultados políticos satisfactorios –o no- en el bolsillo, será posible dictar más y más radicales decisiones que consagren la conquista de la gran meta en el 2019.

Y no importa que eso sea en el medio de apagones, mala vialidad, disfuncionalidad del sistema de salud pública, carencias de inmuebles y de maestros y profesores en el de educación, inseguridad, desempleo y desabastecimiento de alimentos y otros bienes. Porque, después de todo, para tales perturbadores, también esa constituye una variable consagradora de  victoria política: la del ciudadano dependiente  de un Estado (Gobierno) que ya lidera el 52% de la conformación del Producto Interno Bruto nacional, sin que, por el momento, haya capacidad sustitutiva de parte de la ciudadanía emprendedora nacional y la fuerza corporativa internacional.

Si no se cree que eso es así, bastaría con evaluar los resultados de la última encuesta de la empresa Ivad, cuyo elemento más sobresaliente es que los amantes seguidores del bien mercadeado proyecto “revolucionario”, en casi un 50% está convencido de que la economía venezolana no da tumbos entre improvisaciones y equívocos, tampoco entre 5 y diez protestas sociales diarias en todo el país. Sino que, por el contrario, es un producto final apropiado para que, finalmente, el actual Ministro de Planificación, Jorge Giordani, no siga siendo calificado el peor ministro en su  tipo en todo el Continente, amén de padre formal del modelo por el que se rige la economía venezolana. Es que si las cosas son así, el “Monje” hasta pudiera terminar alzándose alguna vez con un Premio Nóbel de economía. ¿Por qué no?.

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