A
la revolución se le subió la gata a la batea. La agresiva desmejora de la
calidad de vida del país está perforando la estabilidad del gobierno. Las
evaluaciones negativas ya se ubican en rangos explosivos y no distinguen clases
sociales. La frustración es horizontal y transversal: el 60% los pobres se
siente ahora más pobre. Su reivindicación se ha desnudado como una oferta
engañosa: ni han superado su condición, ni la han aliviado… al contrario, ahora
encaran peores dificultades.
Para
los descamisados de Venezuela cada semana es un calvario en el cual se juegan
su sobrevivencia. Las calamidades económicas han depreciado los subsidios
directos que por años sostuvieron su idilio con el modelo socialista. En apenas
seis meses se ha descompuesto la relación del poder con su vieja clientela
política. Por primera vez en 14 años no hay diferencias entre las valoraciones
de “los de arriba” y “los de abajo”: unos y otros padecen las mismas
adversidades. Ese es uno de los motivos por los que la “guerra económica” no le
resulta creíble a una porción creciente del auditorio oficialista.
Un
poco más de un tercio de quienes todavía hoy se manifiestan “chavistas” no se
come ya los cuentos tramados por la maquinaria de la mentira. Este segmento del
campo bolivariano identifica a Maduro y al gobierno como los únicos y
verdaderos responsables de la carestía y la inflación. Las conspiraciones de
las que habla el oficialismo, en el intento de eludir sus culpas, tal y como lo
hacía el “comandante eterno”, son hoy sandeces inútiles para el propósito de
lograr la cohesión del pueblo bolivariano. La devaluación de principios del año
no sólo quebrantó irremediablemente la imagen de Maduro: su decisión -junto a
todo el infortunado manejo de la crisis económica- también le ha causado un
severo daño colateral al “proceso”: la falta de dólares pasó a ser un problema
que atañe también a los pobres.
A
golpes, las capas más empobrecidas del país han aprendido que la escasez de
divisas no representa un problema exclusivo de “los ricos” y que su
insuficiencia es producto del manejo doloso que el gobierno ha hecho de los
ingresos petroleros. No por nada, una clara mayoría de los venezolanos (el 56%)
cree que el de Maduro es un gobierno “más corrupto que los anteriores”, una
opinión compartida por poco más de un 30% del chavismo.
El
desprestigio de “la sucesión” generará efectos tremendos. Desmoronada la
pretendida superioridad moral de la revolución de Maduro, todo indica que los
resultados electorales del 8-D anunciarán una inevitable conmoción política y
social, cuya contención será muy cuesta arriba para un gobierno de tan
enviciada reputación. Hasta las piedras advierten que algo tiene que ocurrir.
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