Luego de ser elegido por una mayoría muy
estrecha para asumir el gobierno, Salvador Allende fue entrevistado por
periodistas de todo el mundo que querían informar sobre “el experimento
chileno” de construir el socialismo por medios pacíficos y legales.
Uno de ellos fue el corresponsal del muy
prominente periódico suizo Neue Zürcher Zeitung. En el apuro del tiempo y la
confusión general, Allende, al ser entrevistado por él, se confundió y creyó
que era el corresponsal de un periódico de la RDA, la Alemania comunista.
Cuando el periodista le preguntó si después de esta elección en que había
triunfado iba a haber nuevas elecciones en Chile, Allende muy enfático le
respondió: “¡No seamos tan pesimistas, camarada!”.
Los restantes partidos democráticos
representados en el Parlamento chileno, encabezados por el senador Juan de Dios
Carmona, exigieron de Allende un Compromiso de Garantías Democráticas que
prohibía absolutamente la formación de organismos armados paralelos a las
Fuerzas Armadas oficiales y su monopolio de las armas. Allende y su coalición,
la Unidad Popular, firmaron por cierto de inmediato.
Pero ya en una entrevista concedida por el
presidente al legendario Regis Debray, Allende le aseguró que ese acuerdo había
sido solo un movimiento táctico a fin de conseguir apoderarse del gobierno y
comenzar desde allí —haciendo uso de las instituciones, la revolución
socialista definitiva y radical. La intención de imponer a Chile una así
llamada “democracia popular”, totalitaria como en todos los países comunistas,
siempre fue una cosa clara y decidida desde un inicio.
El principio fundamental de todo marxista,
“la violencia es la partera de la historia” (Marx) era también un momento
inevitable para Chile. Pero como siempre, es la realidad la que termina por
imponerse. Ello precisamente en el ámbito que los marxistas tienen como lo
absolutamente decisorio: la economía.
LA REALIDAD ECONOMICA
CRISIS ECONOMICA EN EL ACTUAL IMPERIO DE FIDEL CASTRO |
El gobierno de Allende comenzó, desde 1970 y
1971, por hacer un aumento tremendo y populista de los sueldos y salarios. Casi
un 400 por ciento. Con ello se activó fuertemente el consumo y las empresas
pudieron comenzar a producir usando toda su capacidad instalada. Fue “el boom
del consumo” y una aparente confirmación de las políticas demagógicas de una
pretendida igualdad.
Pero al enunciar la Unidad Popular y Allende
sus planes socializantes extremos, las brutales “expropiaciones del capital
monopólico industrial, agrícola y financiero”, léase fábricas, fundos y bancos
privados, se frustró la necesaria reinversión para expandir la economía. La
absoluta inseguridad anuló toda inversión racional, tanto nacional como
extranjera.
Buena parte de los productos, no solo los
insumos industriales sino también los de consumo, terminaban en el mercado
negro, con lo cual la pretendida “democratización de la economía” comenzó
rápidamente a esfumarse.
Antes de que ello ocurriera dramáticamente,
las medidas populistas surgieron un efecto político a corto plazo. En las
primeras elecciones, municipales en 1971, la Unidad Popular consiguió nada
menos que el 52 por ciento de los votos. Nunca estuvieron tan cerca de imponer
vía plebiscito la transformación marxista y totalitaria de la institucionalidad
vigente. Pero también entonces vacilaron y se paralizaron sin llegar a un
acuerdo entre las fracciones gobernantes.
La protesta, ante todo por la escasez de los
productos de consumo diario, alimentos y combustibles, así como sus precios
abusivos en el mercado negro, hicieron surgir una actitud de indignación y
protesta generalizada: “¡No hay mal que dure cien años ni chileno que lo
aguante!”, “¡Chilenos, junten rabia!”, “¡Chile siempre, Cuba jamás!”.
Paulatinamente surgió así un movimiento
masivo y popular: sindicatos obreros y campesinos, ante todo de los mineros y
los campesinos cesantes por la politizada Reforma Agraria, estudiantes
universitarios y escolares medios, colegios profesionales incluyendo médicos,
abogados y profesores, empresarios camioneros y de todo el transporte y los
servicios hospitalarios, paralizaban paulatina y cada vez con mayor intensidad
y frecuencia el país.
Muchos miembros de las Fuerzas Armadas, al
menos en los cuarteles, comenzaban a ver y a comentar la situación con alarma
creciente. La causa más real de esta tremenda crisis no era “el boicot
imperialista” o la “conspiración de los momios”, mucho menos la CIA, sino ante
todo la absoluta incoherencia de mantener restos de una economía capitalista en
las empresas privadas, grandes y medianas, con un intervencionismo de economía
socialista planificada y dominada por el Estado en manos de marxistas que solo
buscaban la eliminación total de los medios privados de producción.
LA UNION SOVIETICA
La incoherencia e ingenuidad de Allende en lo
político se reflejaba así en la implacable realidad económica. Ante esto, ante
el peligro que se cernía en el horizonte, la Unión Soviética y la “Cuba
revolucionaria” ya se habían hecho presentes.
La Unión Soviética envió a numerosísimos
“técnicos”, en especial para infiltrar el manejo de la mayor riqueza de Chile,
el cobre, y también la organización de los puertos. Muchos de ellos eran
suboficiales y oficiales del ejército soviético. Esto fue particularmente
palpable en Valparaíso, la sede de la Armada. Los “institutos” culturales y la
universidades laicas también fueron un blanco penetrado con inteligencia.
Sectores de la Iglesia Católica, “la teología
de la liberación”, los “cristianos por el socialismo”, revistas jesuitas que
incluso daban por virtuosa la lucha armada y que proclamaban, con el cura
guerrillero colombiano Camilo Torres, que “el deber de todo cristiano es hacer
la revolución”, hacían su aporte a la radicalización tanto más cuanto se
agrandaba “la contradicción de clase” que iba haciendo “inevitable el enfrentamiento”
decisivo.
El secretario general del Partido Comunista,
Luis Corvalán, llegó por esta época a afirmar que “el gobierno popular es la
dictadura legal de la clase trabajadora chilena en el gobierno”.
LOS HERMANOS DE LA GUARDIA
Cuba , por su parte envía a dos personajes
muy significativos: los hermanos Antonio y Patricio De la Guardia.
El primero, Antonio, para coordinar las
fuerzas armadas en la provincia capital, Santiago, incluyendo por cierto los
hipotéticos “soldados patriotas” que debían apoyar a Allende. El segundo,
Patricio, entrenaría, coordinaría y comandaría la guardia personal de Salvador
Allende, el GAP, Grupo de Amigos del Presidente, organismo armado ilegal con
enorme poder de fuego. Patricio de La Guardia iba a aparecer del modo más
dramático en el combate final del 11 de setiembre de 1973 en el Palacio de
Gobierno.
A ello se sumó una masiva emigración de
cuadros comunistas y socialistas chilenos a los centros de entrenamiento en
Cuba. Allí se comenzó además con la formación y coordinación de “los dormidos”
para ejecutar actos terroristas en territorio chileno comandados desde La
Habana directamente por Fidel Castro.
La lucha militar y clandestina se puso así
desde mediados del año 1972 a la orden del día. “El enfrentamiento es inevitable”,
proclamaban en público y en privado todos los jefes de los partidos marxistas.
Se produjeron encuentros extremadamente violentos por conquistar la Rectoría de
la Universidad de Chile, la mayor y más importante casa de estudios del país, y
la Unidad Popular y sus aliados proponían convertirla en un centro ideológico
que expandiera —doctrinal e institucionalmente— el marxismo a toda la sociedad.
Se preveía el control de profesores y
estudiantes, incluso sus salarios y puestos de estudio, según fuese su
participación en los “trabajos voluntarios” junto a obreros y campesinos de
acuerdo con el programa de la Unidad Popular.
“La Universidad no busca la verdad sino la
Revolución” era la divisa. Toda forma de educación privada debía ser
paulatinamente eliminada. También la impartida por colegios católicos,
protestantes, judíos y para los nuevos colegios se proponía la estatización de
las “mansiones” de la burguesía. Era el inicio de la Escuela Nacional Unificada
(ENU), copiada de los países con dictadura proletaria.
Esta radicalización causó por cierto la
radicalización de las fuerzas democráticas. La Unidad Popular,
vertiginosamente, perdió el control de las centrales sindicales, casi la
totalidad de las más importantes federaciones de estudiantes universitarios y
secundarios, los sindicatos más representativos y los colegios profesionales
más influyentes.
Particularmente duras para Allende fueron las
huelgas de obreros y empleados de la industria del cobre (“el sueldo de
Chile”), la industria del papel con la que Allende buscaba controlar la prensa
libre, los obreros y empleados portuarios y grandes ligas campesinas.
Los izquierdistas, ante esto, lograron el
apoyo administrativo de las Fuerzas Armadas. Los Comandantes en Jefe ocuparon
los ministerios claves asegurando una inestable seguridad. Con ello algunos
sectores, ante todo los comunistas, promovían la hipótesis de aceptar un
“gobierno cívico-militar” que estuviera más bien en manos de “militares
patriotas”, antecesor de un “auto-golpe” que incluyera un levantamiento
colectivo de masas apoyadas en el aparato militar constitucionalista.
Pero la verdad es que el crecimiento
—incontrolado incluso por los partidos de derecha y centro— de un “poder
nacional” ya no permitía más espacios tácticos ni las incertidumbres
desmovilizadoras de Allende. “El pueblo lo derrocó” iba a ser más tarde el
título de un libro muy lúcido sobre esta época. Las Fuerzas Armadas solo
pudieron intervenir cuando este movimiento social estaba consolidado y
absolutamente decidido.
Víctor Farías es catedrático y filósofo
chileno, autor de varios libros sobre el gobierno de Salvador Allende y
profesor en la Universidad Andrés Bello.
ggasave@independent.org
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