miércoles, 18 de septiembre de 2013

EGILDO LUJAN NAVA, TRABAJANDO POR EL ARMISTICIO, FORMATO DEL FUTURO…

Aquellos que viven en Venezuela hurgando entre los hechos del Siglo XIX para justificar los aciertos o fracasos que ellos lideran en pleno Siglo XXI, no pueden continuar recurriendo a las tergiversaciones interesadas sin tener que asumir el costo de semejante atropello a la verdad.

Tal osadía, ciertamente, ha servido para llenar el recipiente de las satisfacciones subjetivas y de la alimentación de un ego que carece de dimensiones definidas. No obstante, ofende a gran parte de la población que, por formación familiar o escolar, siempre entendió de qué se trató, por ejemplo, la lucha independentista. A la vez que trata de desvirtuar  las razones por las que ese mismo contingente de venezolanos hoy se resiste a cultivar una actitud pasiva e indiferente ante la pretensión de los que se empeñan en llenar cerebros infantiles de falsas concepciones de las relaciones interpersonales, como de construir una frágil conciencia sobre lo que significa ser realmente hijo de Venezuela.

En el nombre de los que idearon, pensaron, trabajaron y lucharon por darle forma y figura a esta  Nación que luego sería Patria verdadera, ha emergido una secta cuya mayor distinción histórica ha sido la de autodenominarse más venezolanos que el resto de sus hermanos; más patriotas que la otra parte que ha definido mental y espiritualmente su propia manera de amar a la Patria; más auténticos y sinceros en su lucha contra la fantasmagoría de las supuestas fuerzas indignas y malignas que nacen en las entrañas de un imperialismo, cuya autenticidad, sin embargo, no pasa de ser útil cartón piedra en los llamados “backing” de las arengas templeteras que alimentan el remozado populismo tropical en estos rincones del continente.

Barata social y políticamente hablando sería semejante conducta, si esa secta no hubiera trascendido sus bien recibidas pretensiones transformadoras iniciales, para convertirse después en esa especie de fuerza destructora de la base institucional pública de la Patria que dicen amar y defender. Porque la verdad es que si de alguna conquista ella puede hoy ufanarse dentro y fuera del territorio nacional, es de haber volteado al país con sus sueños de vanguardia, secuestrar sus esperanzas de constante transformación, y llenar el presente de trincheras individuales y familiares para diseñar y materializar sobrevivencia permanente, de largo aliento.

En el orden económico, como en el social y el moral, poca diferencia visual y espiritual existe entre las imágenes globales que reseñan el dolor del masacrado pueblo sirio, por su empeño en vivir en libertad, y el cementerio de motivaciones y entusiasmo que las expropiaciones, los despojos y llamados rescates de tierras incultas ha provocado un accionar inspirado en una presunta justa distribución de las tierras y necesaria lucha de clases.

Por temérsele a la libertad económica y al libre devenir de una sociedad con capacidad para disentir, no ha importado condenar a esa misma sociedad a entregarse a la obligación de vivir de colas en colas para adquirir los bienes que le permitan satisfacer sus necesidades básicas, recibir un servicio médico asistencial preventivo y curativo digno, una educación para el desarrollo motivacional y productivo, y  una enseñanza conductual acorde con lo que significa vivir rodeado de fundamentaciones éticas y morales.

Ante tal cultivo de inexplicables acciones de parte de quienes han convertido los símbolos patrios en el ícono referencial de su manera de construir “país-potencia”, los inevitables como lógicos resultados pasan a ser ahora, según la concepción sectaria de los que detectan la subyacencia del riesgo de alimentar impaciencia sin capacidad de apaciguarla a la brevedad, el rostro de una supuesta guerra económica que “obliga” a actuar contra sus responsables, los hacedores de sabotajes, los enemigos de la paz y de la concordia.

Venezuela, entonces, es campo abierto de la peor de las guerras que puede vivir país alguno: el de la posibilidad de tener que someterse a la violencia del hambre. La verdad es que no poder comprar un kilo de harina precocida, aceite comestible, leche fría y en polvo, margarina  o azúcar, es una batalla que pierde el consumidor.

No poder entender cómo es que si se exportan cada día por un precio superior de los  100$ los barriles de petróleo que quedan de la producción de 2.300.000 barriles diarios y el consumo interno de 800.000, no haya posibilidad de atender las necesidades mínimas de las fincas y empresas que producen y los comercios que distribuyen los bienes producidos. ¿Y esa es una batalla que gana quién o pierden quiénes?.

Asimismo, a diario se multiplican los exhortos y llamados a una importante lucha contra la corrupción. Pero los observadores de esa otra faceta de la guerra económica, los venezolanos, son suspicaces, se manifiestan escépticos ante la manera como se pretende erradicar esa plaga moral. ¿Acaso porque no califica como batalla, sino como una simple riña callejera?.

Pocos entienden en qué consiste y cuál es la base de esa llamada “guerra económica”. Aunque, comparativamente con el rebuscamiento de siempre de los vericuetos históricos para tratar de hacer entender que los fracasos de hoy no pasan de ser errores circunstanciales, es una tesis novedosa. Pero no convincente.

Porque aquello que los venezolanos esperan con extrema urgencia, si es que hubiera esa llamada “guerra económica”, es la inmediata aparición de alguna vaga propuesta dirigida a lograr que entre los ministros de la economía, el Banco Central de Venezuela y la presidencia de la República se suscriba un armisticio, cuyo único propósito sea el de diseñar un Plan de Gobierno en materia económica para disciplinar el gasto público, atacar las causas de la inflación, estimular el crecimiento sustentable de la economía y respetar el derecho de propiedad, única manera de reactivar las inversiones nacionales y extranjeras.

Mientras que la nación siga estando a merced de cada grupo en disputa por esa especie de botín en el que se ha convertido el ejercicio del poder en Venezuela, y que cada tendencia siga actuando de espalda a la de los otros, ese gran vocero que se “encadena” permanentemente  para desentenderse de dichas intrigas, jamás podrá convencer a seguidores y adversarios sobre la sinceridad y firmeza de sus llamados públicos.

Dicho armisticio, obviamente, sería el gran paso inicial  para que lo que comenzó a hacerse sentir en todo el país hace ya doscientos días, no siga siendo la peor referencia  sobre la  Venezuela del Siglo XXI, que se empeña en vivir de las deformaciones históricas del Siglo XIX: la escasez de papel sanitario. Y esa sí es una batalla que ganarían todos los venezolanos. ¿0 es que tampoco hay disposición o capacidad gubernamental para, dentro de esa supuesta  “guerra económica”, lograr que el pudor colectivo nacional se administre de manera íntima en las salas de baño de los hogares de los venezolanos, sin que tenga que ventilarse en las marquesinas de Wall Street en Nueva York?

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