El régimen descargó su resentimiento maquinando formas espurias de ejercer el poder a su máximo expresión, empeorándose las esperanzas de un pueblo que no dejará de aguardar lo que la democracia es capaz de depararle.
ESTADO
MAYOR PARA LA CORRUPCIÓN
La
exigua interpretación de conceptos que validan la democracia como sistema
político de gobierno, o la deliberada intención de manipular realidades
políticas bajo esquemas verticales que dificulten la disidencia como forma de
distender y resolver los problemas que no tienen solución consensual, dan
cuenta de modelos de gobierno que utilizan el militarismo como forma de imponer
proyectos político-ideológicos dirigidos a conjurar la heterogeneidad como
razón de un desarrollo económico y social que garantice un futuro promisorio.
La
obstinación del actual régimen por continuar concentrando el poder político con
fines perversamente populistas, logró modificar la composición del sistema
político venezolano de los últimos cuarenta años al colocar en el centro del
mismo al estamento militar. Quizás, la influencia histórica marcada por la
connotada presencia de los ejércitos latinoamericanos antes de la insurgencia
del poder civil, tal como lo expresa Alain Rouquié, politólogo francés, pudo
constituir un aliciente que indujera a aumentar desmedidamente la injerencia de
la esfera militar en asuntos de dirección del Estado venezolano. Amén de la
condición militar de quien asumiera la presidencia de la República en 1998,
Tte. Cnel. Hugo Chávez. A tal punto ha sido así, que el régimen ha intentado
forzar algún grado de gobernabilidad aupando la participación de militares
tanto en espacios de acción pública, como en la administración y control de la
sociedad lo cual, indiscutiblemente, ha rayado en beneficio del autoritarismo
que plena el devenir nacional.
En
medio de dichas vicisitudes, el militarismo logró dominar importantes
instancias de la vida republicana. La jerga revolucionaria adopta el término de
“gobierno cívico-militar” para disfrazar una propuesta gubernamental
subvertidamente antagónica con los principios que fundamentan la
democratización posible, prometida y necesaria. Tal ha sido la impertinencia
del estamento militar en la organización del país, según el despotismo
instaurado por el régimen, que no conforme con la intromisión de militares
activos en la administración pública nacional, impuso buena parte de su estilo
de conducirse y forma de expresarse. Incluso, el partido de gobierno,
estructurar sus cuadros operativos y de conducción al mejor esquema vertical y
cuartelero.
No
hay duda de que el militarismo engulló al país. El poder militar tergiversó sus
postulados para entonces escurrirse en el laberinto del poder político y así
usurpar responsabilidades que sólo corresponden al mundo civil. Y en tan aciago
festín, el actual régimen ha complacido al sector militar en todas sus
exigencias. La adulancia pasó a ser el recurso más manoseado al momento de
consentirlos como “eximios patriotas”. Tanto, que su léxico penetró la
estructura civil lo que ha servido para disociar el sentido de
institucionalidad que pauta la norma constitucional. Es así como valiéndose de
tan contagiados esperpentos conceptuales, el régimen descargó su resentimiento
maquinando formas espurias de ejercer el poder a su máximo expresión
empeorándose las esperanzas de un pueblo que no dejará de aguardar lo que la
democracia es capaz de depararle.
Con
la excusa de la emergencia, el régimen inventó la figura de “estados mayores”
para encubrir la corrupción sobre la cual se cimienta el poder político que
ahora anima la alianza dolosa que por razones coyunturales está asintiéndose
entre militares y civiles borrachos de poder y embelesados por el fácil
detrimento del patrimonio nacional. Ya se cuenta con un Estado Mayor
Comunicacional, también de la Salud, Fronterizo y hasta una de Invierno.
Justamente, en aras de conciliar la deshonestidad de altos y medios
funcionarios con la necesidad de sincerar la actuación de corruptos y con las
oportunidades que hay detrás de cada negociación o transacción que compromete
al régimen en su devaneo con el socialismo, sus prácticas ventajistas pudieran
suscribirse en un Estado Mayor tan encubierto, como los anteriores. En
consecuencia, la incidencia de éste, podría esclarecer los mecanismos oscuros
que determinan los simulados y fraudulentos manejos que comprenden cada acto de
corrupción. Por tanto, en virtud de seguir forjando libertades en el fragor de
esta trillada y artificiosa independencia, debería instituirse un Estado Mayor
para la Corrupción.
VENTANA
DE PAPEL
¿POR
QUÉ MIEDO PARA DEBATIR?
El
miedo es un sentimiento del que nadie escapa. Se dice que es más fuerte que el
amor.
Para el inmemorable filósofo neerlandés
Baruch Spinoza, “no hay temor que esté desprovisto de alguna esperanza,
y no hay esperanza que esté desprovista de algún temor”. Aunque también se dice
que es un sufrimiento que produce la espera de un mal. Y posiblemente, en
política esto es real y rigurosamente cierto. Tan cierto debe ser, que hay
miedo a la verdad, a la escasez y a la muerte. Sobre todo, entre los miembros
de una sociedad que no terminan de vencer cada día una dificultad. Por el contrario,
las acumula tanto que por ello se distorsiona la visión del horizonte
confundiéndose fortalezas con debilidades o amenazas con oportunidades.
Ante
tan controvertido panorama, quien vive sin vencer el miedo, sin haberse librado
de él, hace que todo a su paso luzca revuelto y complicado. Es decir, sin
solución. Precisamente, es el problema que arropa toda persona que disocia las
realidades en su fuero más exigente. Es quien busca no descubrirse por cuanto
encubre razones cuyas verdades son capaces de fustigarlo en su propia
humanidad. Y como dice el dicho, “quien la debe, la teme”. Y si la teme,
intenta ocultarse. Y por actuar bajo ese esquema de vida, se ve atrapado en sus
propias redes. Por tanto, tiene miedo a enfrentarse a otros. A pesar de haberlo
cantado. De modo tal que por encubrirse a pesar de sus falacias, no da la cara
públicamente. O sea, no habla más allá de lo que su apariencia permite
disimularle.
Como
decía Voltaire, filosofo e historiador francés, “el miedo acompaña al crimen y
es su castigo”. Por eso, aunque admita alguna complicación, no es difícil
reconocer que estos dirigentes y funcionarios empoderados por enrarecidas
circunstancias político-electorales, tienen agudo temor de deliberar pues saben
que en algún momento se les cae el antifaz y no hay reloj cuya campanada de la
media noche pueda salvarlo del repudio colectivo y de la condena ganada. Ya se
sabe entonces, porqué estos “enchufados“ esquivan toda discusión posible que
haga peligrar sus rebuscados argumentos. ¿O el caso de por qué Maduro arrugó a
debatir sobre corrupción? En fin, ¿por qué miedo para debatir?
¿QUÉ
ESPERAR DE SEPTIEMBRE?
Septiembre
será un mes cargado de múltiples expectativas. Expectativas que asomarán
posibles oportunidades para dirimir divergencias. Pero también, para encontrar
mayúsculos problemas cuyas soluciones se han hecho de rogar por mucho tiempo
sin que hasta el momento hayan vislumbrado una salida. A diferencia de Chávez,
quien confrontaba directamente a sus oponentes, Maduro se vale de segundas,
terceras y hasta de cuartas escapatorias para sortear la confrontación de forma
abierta. Maduro utiliza “gorilones” de mampara para emboscar sus adversarios.
La brutalidad es su mejor arma.
Fernando
Mires, para referirse al estilo de acción emprendido por el régimen, habla del
“gansterismo político” como recurso de enganche del populismo imperante. De
manera que pensar por dónde vienen los tiros en Septiembre, es imaginar
escenarios de posibilidades de cara a las contingencias que saldrán a la
palestra a consecuencia del terrorismo gubernamental organizado con el lúgubre
propósito de provocar el aislamiento necesario que requiere el régimen para
justificar ejecutorias que implican violentar el Estado democrático y social de
Justicia y de Derecho a manera de ir desmontando paso a paso el Estado federal
descentralizado e ir armando el grotesco Estado comunal.
Pero
la complejidad que se dilucida en el recorrido de estos tiempos turbios, no va
a amilanar la esperanza de un importante sector de la población que decidió
ponerle un parado a este régimen que está a punto de atollarse por la
corrupción engullida. Ya pudiera descifrarse algo ante la pregunta: ¿qué
esperar de Septiembre?
“Basta con invocar la revolución como excusa para refundar una República, para que la corrupción pase a dominar las instancias de gobierno y se hipoteque el futuro de esa Nación a nombre del caos en que se sumirá su sociedad”
Antonio
José Monagas
@ajmonagas
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