Así resultó ser la intelectualidad venezolana
ante el asalto de la barbarie chavista, como la espuma sobre la
superficie, bastó un buen soplido para barrerla sin que nada cambiara
en el paisaje, sin que se sintiera la resistencia de las ideas y la
reciedumbre moral de las posiciones justas. Cuarenta años de trabajo intelectual en
democracia terminaron por ser un montón de libros que
nadie lee y un cúmulo de biografías que se reciben como si se tratara
de personajes de ficción, de otro país y no del nuestro.
No hay obras señeras que nos expliquen lo que
estamos viviendo, no hay novelas, ni obras de teatro, que nos retraten en
grupo, ni siquiera expresiones plásticas que nos hagan tragar
grueso o nos ubiquen en la tormenta que estamos viviendo. Hay mucha evasión,
eso sí, y recuerdos, mucha historia interpretada y fantasía, pero ya ni
siquiera tenemos canciones que se fundan con nuestra rabia o nos hablen de
esperanzas; la violencia y el conflicto no tienen repique en el mundo de las ideas,
sólo se oye a algunos sacerdotes y sociólogos, que parecen más cronistas de la
matanza que descifradores de nuestro destino, como bien lo dijo Ortega y Gasset
en su ensayo Ideas y Creencias, “hemos abierto la puerta de nuestra casa con
intención de salir y nos encontramos con que la calle, el afuera, no existe, el
mundo concluye en el umbral de nuestras puertas”.
Y creíamos que teníamos intelectualidad… estoy hablando no sólo de las personas cultas y preparadas que
elucubran sobre los signos de su tiempo, que tratan de entender el momento y
explicarnos su versión del mundo, sino de artistas que, como pararrayos, atraen
las ideas y sentimientos que mueven a grupos sociales,
con ellos hemos contado hasta hace muy poco, cuando nuestra realidad
era diferente, con artistas y acuciosos investigadores, de los más recientes se
me vienen a la cabeza: Uslar Pietri, Carlos Rangel,
José Ignacio Cabrujas, Simón Díaz, Jesús Soto, ellos están allí,
alumbrando como faros al mundo entero, son ya parte de la historia, no de
nuestra actualidad.
¿Dónde están los hombres y las mujeres que
deben explicarnos lo que nos está sucediendo, ahora, en este
momento?... me temo que muchos de ellos están en el extranjero, haciendo de
tripas corazón, en sus gabinetes universitarios, tratando de comprender desde
la lejanía lo que nos sucede.
Otros, asustados o por conveniencia, sin
hacer muchas olas, concentrados “en lo suyo”, dejando que otros hablen por
ellos; los más, encerrados en sus torres de marfil produciendo tratados sobre el sexo de los ángeles. Como algunos me han confesado, “son tiempos de
reflexión y de bajo perfil, las grandes obras vendrán después”.
Pero la gente necesita intelectuales ahora,
no después. Esa gente que protesta y se cose los labios, los que hacen
huelga de hambre, los que tienen que trancar autopistas para ser
escuchados, a los que se llenan de perdigones por reclamar sus derechos, los
presos políticos que están enterrados en vida por decir la verdad,
ellos necesitan que los artistas e intelectuales los retraten en sus
penas, que los acompañen porque hacen lo correcto, que alguien los
enaltezca y le dé sentido a su lucha, o que les expliquen por qué están
equivocados, esa gente necesita verse en una novela, necesita
sentirse cantada, pintada, esculpida, actuada.
¿Dónde está el arte en la calle? No esos grafiteros del Ché, del esclavo José
Chirinos y de Bolívar, esos sobran y les están pagando; no esos maromeros, folkloristas y raperos de
la revolución, ni tampoco esos salones del arte políticamente correcto
que tanto le gustan al régimen, con mucho Pancho Villa, Marulanda y
Hussein exaltados de todas las maneras posibles. ¿Dónde están los
filósofos?, que no sean esos que se reúnen en los hoteles, con todos
los gastos pagos, a discutir sobre el Libro Verde de Kadafi, o las ventosidades
que expulsaba Marx cuando escribió el 18 Brumario de Luis Bonaparte.
¿Donde están los intelectuales llamándonos
cobardes por no actuar como es debido?, y acusando a los políticos vende patria
cuando verdaderamente se lo merecen. ¿Donde están
los que piensan?, que no sean esos valientes
periodistas y analistas que ya han “llegado al llegadero”, tratando de ser veraces en un
país de mentiras y acomodos, arriesgando el pellejo por cada opinión que emiten
ante la intolerancia, o los caricaturistas y
humoristas, desde la honrosa trinchera del “pienso y sugiero” o el “río para no
llorar”.
En este tsunami ideológico y de manipulación
mediática se hace necesario tener puntos de referencia; se han perdido momentos
importantes, precisamente, por no tener dirección; se ha sacrificado al pueblo en marchas multitudinarias que sólo
terminan en danza terapia o masacres; se logró sacar al tirano sólo para que
volviera a las pocas horas más fuerte y vil que nunca;
se ha puesto a los jóvenes en la línea del peligro y la muerte sólo para
complacer a unos políticos cobardes que únicamente eran buenos para huir cuando
les tocaba enfrentar al Leviatán.
Allí tenemos a la música académica
arrodillada cobardemente ante el régimen que le da de comer, excepto por
algunos músicos valiosos que se atrevieron a componer e interpretar nuestra
indignación, son pocos los grupos que se atreven a desafiar la terrible
realidad de un estado policial.
A nuestros intelectuales los veo
reverenciando y sirviendo a empresas editoriales; a los editores, tratando de
controlar la poca contracultura que existe
para sus fines políticos; a los grupos de escritores, asociados en el
silencio y sacándole el cuerpo al deber de enseñar y criticar… a la política la
tratan con asco, nadie quiere comprometer su “arte”; la palabra, nuestra
principal arma en contra del oscurantismo, está empeñada con un humanismo sin
alma, lacayo.
La literatura se fue de paseo, dejaron solos
a los periodistas, a algunos estudiosos y opinadores que están a punto de tener
su propio Gulag.
Ya les tocará a algunos políticos y dueños de
medios enfrentar su responsabilidad histórica por tomar actitudes entreguistas
y pacifistas (que más bien cobardes), por ejercer la autocensura en detrimento
de las libertades del pueblo. La fina espuma se la llevó el viento ¿O será que
hay intelectuales todavía allí… a punto de levantarse en tormenta?
saulgodoy@gmail.com
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