El alcalde de Bogotá apoyó a Alejandro
Ordoñez en su primera aspiración para ser el Procurador General de la nación.
Sus congresistas le dieron su voto en la reelección. La trayectoria del
Procurador Ordoñez es de amplio dominio público, como lo es también el hecho de
que no ha sufrido bruscos cambios en su forma de pensar.
Quienes conocen la trayectoria de Gustavo
Petro saben que él no era ignorante de la hoja de vida de Ordoñez y no piensan
que Petro hubiese sido víctima de una celada. Es más, la mayoría de sus
seguidores, los progres y la militancia de izquierda no se explicaban, en su
momento, las razones por las cuales había tomado tan rara determinación.
De manera, pues, que a estas alturas y
colocado de bruces en los tablados del control disciplinario, carece de
presentación realizar actos de rebeldía, desconocimiento de legitimidad y dilación ante el funcionario que ayudó a
elegir.
A un grupo de intelectuales y artistas, en el
colmo del despropósito, se les ocurre plantear el argumento chantajista de que
la destitución de Petro implicaría el fracaso de la negociación. La sensatez y
la paciencia de los colombianos con las infructuosas conversaciones de La
Habana, darían para esperar pronunciamientos de estos sectores en los que se
señale que el mayor peligro de ruptura de los diálogos de paz vienen de las
acciones terroristas de las Farc y de su desborde propositivo. De verdad que no
les queda bien hacer una maroma tan burda para arropar al alcalde de sus
preferencias.
Petro ha sido y es un mimado de los procesos
de paz. Indultado en su momento, ha sabido aprovechar las ventajas de la
democracia y la paz, y eso está muy bien. Pero, resulta que cuando alguien que
estaba por fuera de las reglas del juego retorna a ellas, no lo puede hacer de
manera fragmentada, a pedazos o en unos casos sí y en otros no. Eso no es
tolerable desde ningún ángulo.
El hecho es que al convertirse en funcionario
público está en la obligación de acatar y acogerse a las investigaciones que se
susciten como producto de sus actos oficiales cuando estos despierten la
inquietud de las autoridades respectivas. Son más los exguerrilleros que no han
convertido en escudo protector o en tabla de inmunidad su añeja militancia
armada para decir que vuelve a ser perseguido por su pasado. Antonio Navarro y
muchos otros son buen ejemplo de que tienen que cumplir los deberes de cada
cargo público y atenerse a las consecuencias de posibles violaciones en el
entendido de que serán observados según sus funciones y no según su pasado.
El alcalde Petro, poseedor de un ego
elefantiásico, amante de los titulares, no se ha caracterizado por ser un buen
administrador de la cosa pública. Prisionero de veleidades autoritarias que le
impiden ver los límites, se ha dedicado a actuar por fuera de las normas. Habla
más de la cuenta y yerra a mañana y tarde. Sus desatinos escandalizan hasta a
sus propios subalternos. Por algo renunciaron Daniel García Peña y Antonio
Navarro, y el primero no de cualquier forma sino acusándolo de autoritario. En
ese andar, Petro, que en muchas cosas es parecido a su ídolo Chávez, quiso
privatizar, de la noche a la mañana, a los escobazos, la recolección de basuras
de más de 8 millones de habitantes. Al hacerlo, presumiblemente, como dicen en
los estrados, violó contratos de terceros, pero sobre todo, puso en peligro la
salud y la vida de esos millones y causó un estado de caos y anarquía que
derivó en angustia colectiva.
Eso es lo que motiva la intervención del
Procurador y le da alas a la recolección de firmas para revocarle su mandato en
un referendo. En el inmediato pasado, Petro en calidad de congresista impulsó
mecanismos de participación ciudadana, con muy buenos argumentos. Había que
poner freno a los desbordes, a mediocridades e indelicadeces de funcionarios y
gobernantes electos. Lo ideal era establecer la figura de la revocatoria vía
referendo.
Y cuando se le pretende aplicar su propia
medicina, Petro, que en esencia se considera a sí mismo un personaje destinado
para misiones superiores y que está por encima del bien y del mal, se ha
dedicado a ganar tiempo con marrullas y jugadas para también deslegitimar el
mecanismo democrático de control.
Es decir, estamos ante un reyecito medieval
que se niega a ser objeto de investigación judicial y a rendir cuentas ante el
electorado que puede ratificarlo o revocarlo. Una lástima que esto provenga de
quien ha posado de respetuoso de la Constitución, pero, mucho más, que sus
amigos lo defiendan con argumentos tan traídos de los cabellos como que de su
suerte depende la paz nacional.
rdaceved@unal.edu.co
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