viernes, 2 de agosto de 2013

RAÚL VILLASMIL SOULÉS, UNA POLITICA FILISTEA

        El plebeyismo,  que generó la política filistea en Venezuela,  es decir,  el desempeño del hombre   público, exento de  formación y sensibilidad, de   probidad y  decencia,  de integridad y  sapiencia;  la   carencia  en  él  de  la potencia    fundente  y  efusiva  de  la educación    -esa   tarea   humana   que   hace   al    ser  humano,  humano   en    cuanto   contribuye   al   desarrollo    de   la    realidad    social   y   en   cuanto   es   condicionado   por    ésta-    ha  representado  para   el   orden   civil,   cultural y   político del  país    un   tiempo  oscuro  de absoluta decadencia.

Se trata de señalar la grave descomposición que  han  sufrido   las  costumbres    en Venezuela, por la ordinariez y el chavacanerísmo   infiltrados en el alma nacional, ante la presencia,    en    puestos     de     dirección  de    individuos    pobremente   dotados     de ejemplaridad  y  quienes   –ante la ausencia de personas de  elevadas capacidades,  (por razones de asepsia política) con lúcida visión  olística y un cierto   mínimo  de  funciones vitales  para  formarse   un concepción  integral  de  la  situación nacional-   han   venido ocupando posiciones relevantes en los estrados dirigentes del país en  la medida en que el  valladar de  los hombres ejemplares fue abandonado por ellos.

          Sabido es  que toda   nación:  crece,  se desarrolla  y  prospera  cuando cuenta  con la energía moral  y   el   arresto fervoroso  al  trabajo de  una    “aristocracia del espíritu,” como llama   Papini  a  los   hombres  que   cultivan  con  dedicación  su  “jardín interior.”    Que por su buena educación,  por su  atildada cultura  y  su elevada vocación  de servicio  se entregan  a ayudar y  auxiliar, a asistir socialmente y  cooperar; a  aliviar y amparar  y darle apoyo  a   los  más  rústicos e  indoctos, a  los  más   indigentes,  convirtiéndose en  influyentes  socializadores  que  con su   ejemplaridad  devienen  para  los  pueblos,   en  modelos

           Una  Nación sin  ellos,  dejaría  de  realizar  esa  valiosa  actividad de   “ósmosis y  endósmosis”  entre  la Venezuela  culta de hombres ilustres  comprometidos en tareas constructoras    y  la    Venezuela   agreste,  mendicante  y  primitiva  que mentalmente, apenas,  esta  saliendo de  la rusticidad de la aldea. Su   presencia  hoy, como nunca,  es indispensable  para  influir y enseñar en los ordenes más  cotidianos de la vida, así como para despertar el mundo interior de las creaturas; el  de sus sensaciones e   intenciones;   su  percepción de   las personas, objetos y  circunstancias,  porque la vida,   como  decía   Platón,   es una  “plenoxia,” esto  es, un acrecentamiento, una ascensión,  un  desarrollo una   elevación:   “un   ensayo  de  expansión del alma hacia el infinito.”

            Desgraciadamente,  la oscura  y   mediocre  dirección  que  el  país ha tenido a lo largo de tantos años, en que la ignorancia  alfabeta   de   los políticos y el analfabetismo de  la   masa,  han   esterilizado  la potencialidad de  los venezolanos  para  alcanzar  una densidad   histórica  capaz de hacerlos verdaderos agentes  de  cambio sustanciales en la piel  de  la  República.  Todo ha quedado  limitado  a   comportamientos  inmorales   que como un peso plomizo oprime el alma nacional por el fardo de la mentira, la corrupción, el irrespeto, la mala fe,  la codicia inescrupulosa, la violencia,  la  hipocresía y la falsedad; por   una  conducta   irreflexivamente demagógica, fuente de  un populismo repugnante que despersonaliza  al  hombre despojándolo  de su individualidad en nombre de falsas utopías redentoras  que hacen  imposible  reconciliar  la libertad con el orden, la palabra con el acto y ambos  con una recta concepción de la libertad, de la dignidad y del poder.

         Un   fanatismo  enfermizo,  con  fuerte  atracción  emotiva  y   un  equívoco  desvío  conceptual y   visual,  ha  provocado,  de  palabra  y de  obra,  enfrentamientos  inciviles, insolentes y violentos, con lo que se  ha proscrito el  diálogo, la concordia  y  la armonía. El ansia  de  poder   de   una  inculta  casta  militar  de   logreros   –por  fortuna son  más los  de  otra índole-  que maniobra,  ruinmente,  por  mantener   la  espantosa anarquía que  vivimos,  que  solo  busca  darle sustento   –por la amenaza,  el    temor,  el  miedo   y la    aprensión-  a esta   autocracia sombría  dispuesta a   convertir   al  venezolano  en fantoche,  en  títere de un partido y de un gobierno autoritarios.

       Cuando   a  un pueblo,  como el  nuestro,   el gobernante   -en desquite-  lo concita a maltratar,  ofender, agraviar  y  hasta odiar,  a   los   que asumen   posiciones  disidentes, sobre todo, a aquellos que por su vigor moral  e  intelectual ( Prelados y  Representantes de   las   Iglesias,  Rectores universitarios,   Académicos,   Docentes,   Representantes  de Gremios  Profesionales,  Sindicales  etc.)    alertan   con   sus juicios    -de  buena  fe-     la inconveniencia de acometer ciertos dislates políticos que pueden contribuir a desajustar el equilibrio social  y la  buena  convivencia democrática,   lo  que logran en el  fondo con ello, es  agudizar  más   cualquier  conflicto  humano,  desajustar  la buena marcha  de  la convivencia   nacional,   al  pretender desconocer  el derecho de  toda  persona  a  tomar  parte    en    ese    mínimo   de   funciones   vitales   superiores   – como el diálogo-     que como dice Octavio Paz “es participar en un gran todo colectivo: en el que el yo se vuelve un nosotros.”

          Esta actitud insólita, a la que  apeló  Chávez, tantas  veces, incitando con altanero y engreído   sectarismo  a   “pulverizar”  a    los   disidentes,  a   no   tolerar  críticas  de   los “apátridas,”  “pitiyanquis”  y  “golpistas.”  Esos   modales   del  ser   mal   educado  y    de cultura   incompleta,   vivieron   alojados   en   su   mente   resentida,   indiferente    para distinguir  entre   el  hombre mejor del hombre peor  pues  su  anhelo  fundamental  era encumbrarse,  trepar, mandar  y  dominar como fuera. De este talante jacobino, provino la    política    filistea.  Esas    normas caprichosas   que   impuso  de   insólito   prosaísmo;   ese  repertorio  de  concepciones,  no  solo   falsas,  sino   humanamente   monstruosas  que dieron  pie  para   perturbar sanas  costumbres  –porque el ejemplo contagia-   que han   hecho   que   las   ideas   y   conductas    viciosas  y   corruptas  de los   peores,    se   fueran   infiltrando   en   el  modo   de    ser  y   comportarse   parte   importante   de   la   población   venezolana  que   hoy,   lamentablemente,  se  ha   ido haciendo  sorda,   por acostumbramiento,   a  lo  que  Carlos  Fuentes  llamó: “la  política  del  expediente,  del  carpetazo, del  silencio y  la ocultación.”



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