La costosa campaña de propaganda desarrollada, de manera abusiva, por el gobierno nacional que busca transformar la imagen de Hugo Chávez en un mito, ha llegado al extremo de querer comparar su trayectoria militar y política con la vida gloriosa de Simón Bolívar. Este hecho es inaceptable y debería ser rechazado por todos los venezolanos. La vida del Libertador, con aciertos y errores, fue sometida al juicio inapelable de la historia. Ha tenido, como todo grande hombre, admiradores y detractores, pero con el pasar de los años su figura ha ocupado un sitial fundamental en la historia del mundo. Fue el gran estratega de la independencia americana y uno de sus más esclarecidos ideólogos. Piensen en el Manifiesto de Cartagena, la Campaña Admirable, la Carta de Jamaica, el Paso de los Andes, el discurso de Angostura, la creación de la Gran Colombia y la Campaña del Sur...
Tratar de crear, por intereses políticos, un culto a la personalidad de un líder, cuya obra no ha recibido aún el juicio de la historia, es absolutamente criticable y más aún si su figura es actualmente rechazada por la mitad de los venezolanos. En este artículo demostraré que ese esfuerzo terminará en un absoluto fracaso: un mito con pies de barro. La verdad puede ser alterada a través de la propaganda, pero llega un momento en que los hechos, testarudos como son, se imponen de manera irresistible. Transformar La Planicie, un edificio lleno de historia, en el Cuartel de la Montaña para rendirle culto a Hugo Chávez es un absurdo. La verdad es que allí se rindió sin combatir. Tenía bajo su mando un batallón de paracaidistas. Si hubiera atacado Miraflores, posiblemente hubiese triunfado la insurrección militar. Dejar combatir a sus subalternos, sin el apoyo necesario, no puede justificarse éticamente.
Una de las líneas de acción de la campaña de propaganda es crear la falsa imagen de que Hugo Chávez es el nuevo libertador de Venezuela. En ese esfuerzo se falsifica descaradamente la historia. Nuestra Patria es independiente desde 1811. A partir de 1830, hubo buenos y malos presidentes. En algunas oportunidades, no fueron capaces de defender nuestro territorio en complejas negociaciones jurídicas o tuvieron que ceder a la fuerza, como en el caso de la Guayana Esequiba. En particular, los presidentes democráticos defendieron nuestro territorio con gran patriotismo e idoneidad. La firma del Acuerdo de Ginebra y el retiro de la corbeta Caldas del golfo de Venezuela son excelentes ejemplos. Al mismo tiempo, mantuvieron una política nacionalista en el manejo de nuestros recursos naturales que condujo a la creación de la OPEP y a la nacionalización del hierro y del petróleo. Esa es la verdad.
Hugo Chávez, nunca defendió, con verdadero sentido de responsabilidad, los intereses vitales de Venezuela, ni tampoco tuvo una visión de lo que realmente requería. No dejó una obra escrita, como lo hizo Bolívar. Veamos algunos ejemplos de su acción de gobierno para que podamos percibir el verdadero juicio que la historia hará de su figura. De manera inexplicable prefirió conservar su influencia en el Caribe que oponerse, como había sido nuestra tradicional política, a las concesiones que Guyana entregó a distintas empresas internacionales para explotar recursos naturales en la Zona en Reclamación. Nunca Venezuela había permitido que otro país tuviera un control sobre un conjunto de actividades vitales como lo ha teniendo Cuba desde hace varios años. Tampoco es fácil de explicar la presencia, sin ningún control, de unidades armadas pertenecientes a los grupos guerrilleros colombianos en la zona fronteriza.
Los venezolanos ya han empezado a percibir el desastre de su gobierno. Es imposible crear un mito de grandeza ante realidades tan amargas como las que enfrenta nuestro pueblo: la ruptura del estado de Derecho, el entreguismo a Cuba, la devaluación de la moneda, la escasez de divisas, el endeudamiento nacional, la destrucción de Pdvsa, la corrupción, la inseguridad personal y jurídica, la politización del poder judicial, la ideologización de la Fuerza Armada, la falta de mantenimiento de nuestra infraestructura, la tragedia de las cárceles, el colapso de los hospitales, y pare usted de contar. Toda esta realidad es muy grave, pero hay una en particular que no puede justificarse: la siembra permanente de odios y resentimientos. No tuvo límites morales en su ambición personal: no le importó traicionar, asesinar, corromper para alcanzar el poder. Así lo recordará nuestro pueblo. Ese será el juicio inapelable de la historia.
@FOchoaAntich.
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