Pasan los días y el Sistema Complementario de
Administración de Divisas (Sicad) sigue tomando cuerpo. Es el novel actor
principal del nuevo episodio de la novela criolla en la que se ha convertido la
comercialización de divisas en Venezuela.
La Comisión de Administración de Divisas
(Cadivi), por obra y gracia del actual equipo gubernamental, sin embargo,
mantiene su papel de actor de reparto. Pero de reparto de respuestas
disfuncionales a los importadores, al margen de los períodos que establecen las
disposiciones gubernamentales.
Pocas veces lo hace de acuerdo a lo que
realmente necesitan aquellas empresas que se empeñan en seguir funcionando, y
que para conseguir un solo dólar están obligadas a presentar un rosario de
solvencias, además de someterse a las exigencias adicionales de un sector
financiero temeroso ante amenazas y señalamientos, aun cuando no hubiera
motivos para eso.
Entre maquillajes para el espectáculo, la
vestimenta apropiada para la ocasión y las promesas de que la hermandad
Sicac-Cadivi podrá hacer posible la recuperación de la economía en lo que resta
del año, al extremo de llevar el Producto Interno Bruto (PIB) a niveles
superiores al 2%, aquellos que aún no han sido llamados a concursar en las
llamadas subastas en las que los que ganan son los que pagan menos por un
dólar, se someten al tic.tac. administrado por una burocracia que no se cansa
en limitar la producción y justificar la necesidad de importar.
Y todo, supuestamente, porque hoy no habría
dólares suficientes en el país para atender los requerimientos de la economía.
0 porque, como han dicho voceros públicos, la venezolana es una economía que
bien puede funcionar anualmente con menos de 45.000 millones de dólares, lo que
justificaría la posibilidad de ahorrar la diferencia que provee la venta cada
año de más de 1.5 millones de barriles de petróleo por un valor promedio de
cien dólares.
¿Pero realmente es verdad que hoy no hay
dólares en el país, a niveles tales que no alcanzan para pagar deudas, atender
los requerimientos de la economía y ampliar las reservas internacionales?. La
respuesta afirmativa la dejan entrever opinadores de oficio, economistas de las
más disímiles tendencias ideológicas y hasta dirigentes políticos alineados con
el pensamiento gubernamental, como de la oposición. Y, por supuesto, en el
sentir colectivo lo que predomina es, entonces, la certeza de que esa es la
verdad resistente ante cualquier prueba revisora.
En otras palabras, con base en ambos puntos
de vista, uno infundado y el otro asimilado, Venezuela, durante los años del
festín de los ingresos petroleros registrados entre 1999 y 2012, a decir del
investigador 0rlando Zamora, sencillamente, se dio el gran banquete con el
gasto de un total de ingresos expresados en 1.562.888 millones de dólares, para
encontrarse hoy ante la difícil situación de tener que depender del “fíao” (no
incondicional) de los chinos, el rebusque de los dólares existentes en cuanta
caja pública venezolana pudiera tenerlos, y viéndose obligado a tener que
pagarle por adelantado 45 millones de dólares al hermano Evo Morales,
Presidente de Bolivia, para que le despache 60.000 toneladas métricas de
azúcar, porque sus productores no quieren vivir la experiencia de los
panameños. Por supuesto, aquí los productores de caña tienen que estar
protestando permanentemente para que les cancelen el arrime de sus cosechas a
los centrales gubernamentales, cuya mayor distinción, aparte de su condición de
morosos, es que no son realmente productivos, pero esa es harina de otro
costal.
Sin embargo, la tesis de pre-colapso es vista
como un argumento frágil, inconsistente e insustancial, por aquellos que le
hacen un seguimiento en frío a las causas del problema y no a sus
consecuencias. Para ellos, sencillamente, el tema de los dólares y de su
supuesta escasez, en realidad, está asociado es a las mismas razones por las
que los anaqueles del comercio formal no disponen de harina precocida a base de
maíz, de arroz, de aceite comestible, de leche en polvo, de leche pasteurizada,
de margarina, de carne de res, de carne de pollo. 0 por la que los propietarios
de vehículos no ubican los repuestos en cantidad y variedades que necesitan
para mantener sus unidades, sólo por citar casos extremos.
Es decir, a una concepción político
ideológica en el diseño de las políticas públicas, la manera improvisada de
llevarlas a cabo, y la ausencia de experticia en la implementación de dichas
medidas, la mayoría de las cuales sólo son posibles mediante el uso de fondos
públicos sin control alguno, ni la certificación de la calidad de la obra
culminada.
Pero, además, porque esa misma concepción del
ejercicio del poder en funciones gubernamentales, ha sido atada a la figura de
un dispendio con fines clientelares dentro y fuera del país, lo que ha
demandado la necesidad del derroche, como de alianzas geoeconómicas y
geopolíticas continentales, cuyo sostenimiento es un costo adicional en dólares
para las arcas venezolanas, en detrimento de los requerimientos nacionales.
Ciertamente, es un enfoque político y una
concepción para gobernar que, con base en los razonamientos de ciertos voceros
gubernamentales, no será objeto de cambios o siquiera de revisiones.
Indistintamente de que en las entrañas del ejercicio del poder prevalezca la
sensación de que entre la multiplicidad de grupos que se disputan espacios de
conducción, sí existen algunos dispuestos a ceder en sus conquistas y a
convalidar riesgos relacionados con la necesidad de flexibilizar políticas,
incluyendo aquellas que hoy imponen la urgencia de atender cada debilidad de la
estructura productiva del país, sea pública o privada.
En otras palabras, los dólares sí existen.
Pero hay que ponerlos a disposición del país y de la importancia de solventar
sus problemas y necesidades. Lo cual pasa, desde luego, por sincerar cuentas,
disciplinar gastos, evitar la impresión de papel moneda para seguir avivando el
festín siempre imprescindible con fines electorales y activador incontenible de
la inflación, estimular la multiplicación de condiciones jurídicas confiables
para que las inversiones privadas nacionales e internacionales se multipliquen,
y, por supuesto, convertir a los trabajadores en fuente de producción,
productividad y competitividad, nunca más en lo que son hoy. Ellos se
autocalifican, sencillamente, adalides de una supuesta lucha de clases
conducida desde despachos gubernamentales, a expensas de la caída de la
producción, de la desaparición de la productividad de las empresas, y con tanto
poder político como es necesario para armar colectivos laborales, además de
encabezar verdaderas mafias pseudosindicales.
¿Y eso logrará convertirlo en objetivo
gubernamental alguno de los grupos que se disputan el poder, y que se niegan a
seguir avanzando aceleradamente sobre los rieles en un viaje hacia un nuevo
fracaso gubernamental?. ¿0 acaso será ignorado por el resto de sus
competidores, en vista de que lo que cuenta es evitar una inevitable derrota
electoral el 8D, por lo que lo más acertado es justificar el diferimiento de
esos comicios?. Nadie ajeno al Gobierno lo sabe.
Lo cierto es que, mientras tanto, tan sólo al
bordear la esquina, los venezolanos agobiados por la inseguridad, el
desabastecimiento y el desempleo, siguen a la espera de verdaderas soluciones,
más allá de las arengas anticorrupción, del sicariato judicial y del velorio de
la Constitución. Nada de lo cual es superable, desde luego, si el propósito de
quienes gobiernan sigue siendo solamente el de pretender ocultar la crudeza de
los problemas a partir de acciones dirigidas a silenciar a los medios
tradicionales de comunicación de masas. Y menos cuando las redes sociales
siguen fortaleciendo el dedo acusador que esgrime una sociedad muy distante de
ser, por cierto, la simple utilera de la novela criolla inspirada en el negocio
de los dólares en Venezuela.
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