miércoles, 14 de agosto de 2013

DIARIO RIO NEGRO, CRUJE EL ESTADO BENEFACTOR, EDITORIAL, DESDE ARGENTINA

Tábano Informa 

Río Negro - 12-Ago-13 - Opinión

Cruje el Estado benefactor

Editorial


En los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos de todos los países desarrollados crearon sistemas de seguridad social que, en las circunstancias imperantes, parecían ser económicamente viables y que contaban con la plena aprobación no sólo de los progresistas sino también de la mayoría de los conservadores. Aunque algunos reaccionarios se manifestaban preocupados por la eventual difusión de lo que llamaban una "cultura de la dependencia", pocos preveían que andando el tiempo las circunstancias cambiarían tanto que hasta los gobiernos socialistas se verían obligados a procurar desmantelar partes del Estado de bienestar porque sería imposible continuar financiándolo. Pues bien: en la actualidad, tanto en Europa como en Estados Unidos, políticos de casi todas las tendencias están esforzándose por convencer a la ciudadanía y, en especial, a los sindicalistas y "los indignados", de que la única alternativa a cortes, a veces draconianos, de los subsidios a los que se han acostumbrado sería la bancarrota. Señalan que, de resultas del envejecimiento de la población, esquemas que eran apropiados para una más joven y con una tasa de natalidad mayor ya no pueden mantenerse. Asimismo, en muchas ciudades norteamericanas, la propensión de miembros bien remunerados de la clase media a abandonar las zonas céntricas, dejándolas a los más pobres, ha privado a los encargados de administrarlas de los impuestos que necesitarían para cumplir con sus obligaciones.

Hace menos de un mes, Detroit, una ciudad que medio siglo antes era la más próspera del país más rico del mundo, se declaró en quiebra porque no había forma de continuar pagando una deuda de aproximadamente 19.000 millones de dólares. Es que en la actualidad Detroit tiene muy poco en común con la ciudad pujante, sede de las empresas automotrices más lucrativas del planeta, de otros tiempos, ya que se ha convertido en una cáscara ruinosa habitada mayormente por pobres de los que, se informa, la mitad apenas sabe leer y escribir. Pero Detroit no constituye un caso único. Según el multimillonario Michael Bloomberg, el alcalde de Nueva York, la ciudad que maneja y que para muchos simboliza la riqueza de Estados Unidos, también corre el riesgo de caer en bancarrota en los años próximos porque debe casi 90.000 millones de dólares. Como sucedió en Detroit, los costos de las jubilaciones del sector público en la "Gran Manzana" han aumentado tanto que ni siquiera el dinero que aporta la floreciente industria financiera de Wall Street bastará como para cubrirlos.

La solución más lógica para el problema angustiante que se ha creado consistiría en un acuerdo intersectorial que tendría forzosamente que incluir una fuerte reducción de los beneficios percibidos por los empleados públicos, tanto los aún activos como los pasivos, pero, claro está, es virtualmente nula la posibilidad de que quienes dependen del sistema acepten lo que verían como un despojo. Como tantos otros políticos en el mundo desarrollado ya entienden, es muy fácil y electoralmente provechoso repartir beneficios, pero procurar anularlos no lo es en absoluto. Por lo demás, en países democráticos, es natural que políticos ambiciosos piensen más en el corto plazo o, a lo sumo, en el mediano, que en el largo, ya que otros, que tal vez sean sus adversarios o rivales, tendrían la responsabilidad de encontrar el dinero necesario para continuar costeando los esquemas que se pusieron en marcha cuando se suponía que la economía seguiría expandiéndose a un ritmo muy rápido y que el perfil demográfico no se modificaría mucho en el futuro. En el sur de Europa, y también en ciertas ciudades norteamericanas, la miopía de generaciones de políticos ya ha tenido consecuencias trágicas. Si bien los dirigentes de los países europeos y grandes municipalidades de Estados Unidos que aún son solventes están advirtiendo que, sin reformas drásticas, sus propias jurisdicciones podrían verse frente a situaciones similares, pocos, con la excepción parcial de los alemanes, parecen dispuestos a tomar en serio previsiones pesimistas que atribuyen a la codicia de quienes no dependen del Estado o a la ineptitud de funcionarios poco imaginativos que en su opinión son incapaces de entender que "la austeridad" no sirve para nada.


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