Las
Farc no se han bajado de una retórica que exige al estado colombiano realizar
las reivindicaciones sociales y las transformaciones políticas y estructurales
por las que ellos dicen estar luchando hace 50 años. Su retórica y sus hechos
se convierten en auténticos mazazos a las expectativas de las gentes que en
principio se animaron en altísimo porcentaje con el ensayo pacifista.
Esa
es una de las fuentes del miedo colectivo, sentimiento al que alude el
presidente Santos como estorbo para la paz. Otra está relacionada con la
posibilidad de que la guerrilla fariana, hábil y astuta, repita la dosis de
convertirse en árbitro de la elección presidencial, cobrando un protagonismo y
un poder que no se compadece con su debilidad estratégica. Se piensa que
Santos, prisionero de los plazos, podría firmar un acuerdo con otorgamiento de
curules, impunidad y sin dejación de armas, mientras se adelanta la campaña
electoral para congreso y presidencia.
El
texto “La transición en Colombia” del Alto Comisionado para la Paz, Sergio
Jaramillo, cerebro de esta política, presentado en evento realizado en la
Universidad Externado de Bogotá (9/05/2013) que nos remite al fundamento de la
“política de paz”, nos puede ayudar a entender el justo temor de los
colombianos.
Jaramillo
parte de reconocer que “Colombia lleva casi 50 años en guerra y esa es una
situación inaceptable”. No me detendré en la consideración de si esto es una
guerra, un conflicto armado de baja intensidad o una amenaza terrorista,
acepción esta última con la que él comulgaba cuando fue viceministro de Defensa
del gobierno Uribe. La tesis no es producto de un balance crítico de la
“Seguridad Democrática”, estrategia sobre la que no se dice una sola palabra.
Tampoco es el resultado de un análisis del estado del problema que sustente el
viraje. Es un documento de carácter metodológico, a la manera como se arma un
aparato, invención de un funcionario público que compromete al gobierno y al
estado colombiano y pretende dar cuenta de un sentimiento nacional de hartazgo
con la guerra. No se preocupa por demostrarnos que la guerrilla sienta lo
mismo.
Se
me ocurre que si estamos en una guerra lo peor que le puede suceder al
gobierno, responsable de la defensa de la legalidad y la institucionalidad
frente a un enemigo calificado de terrorista, la expresión “mamados con la
guerra” que hemos escuchado al mismo jefe de estado revela una actitud de
claudicación frente al deber constitucional. La claudicación comenzó cuando
este gobierno les otorgó estatus de contraparte a las guerrillas.
Lo
más desconcertante en la política ideada por Jaramillo tiene que ver con la
idea de paz.
Según
el Alto Comisionado “una cosa es firmar un acuerdo que formalmente ponga fin al
conflicto, y otra es la fase posterior de construcción de paz”, y aclara el
alcance de esta tesis al afirmar que en este proceso con las Farc hay un
“núcleo duro de problemas que hay que resolver para hacer posible la paz”. Por
lo visto, el gobierno acoge en su integridad el dogma de la guerrilla en el
sentido de que este conflicto tiene causas objetivas y por tanto es un
conflicto social y armado, cediendo de esta forma la razón moral y asumiendo la
culpa del levantamiento armado. Jaramillo hace suyo y por tanto del gobierno,
diagnósticos generosos de sectores de la academia y de la izquierda comunista,
sin tomarse la molestia de analizar el devenir de las guerrillas, de sus
crímenes, de sus nexos con el narcotráfico, de su fracaso político y militar y
de la casi nula recepción de sus proyectos entre la población.
Lo
que sigue es aún más desconcertante, veamos: “En sentido estricto, en La Habana
no estamos negociando estos puntos (los 5 del Acta de inicio) estamos
construyendo acuerdos que establezcan las condiciones y las tareas que cada
quien tendrá que cumplir para hacer posible la construcción de la paz”.
Esto
quiere decir, ni más ni menos, que la paz no es un pacto fruto de una
negociación sino un proceso, que él llama de “transición”, durante el cual el
estado colombiano no puede funcionar en la “normalidad” sino que “tenemos que…
echar mano de todo tipo de medidas y mecanismos de excepción: medidas
jurídicas, recursos extraordinarios, instituciones nuevas… para lograr las
metas de la transición”.
La
paz deja de significar el silenciamiento de las armas que se produce con la
firma de un documento, para llenarla de adjetivos, concediendo la razón a
quienes confunden conflicto social con lucha armada. Y cuando habla de “medidas
y mecanismos de excepción” uno no puede dejar de pensar que ese es el camino de
la arbitrariedad y de la dictadura que se puede llevar por la borda las
instituciones y la democracia so pretexto de cumplir lo acordado en La Habana.
Ya
vamos entendiendo una serie de movidas adelantadas por el presidente y sus
asesores, como por ejemplo, el nombramiento de un Fiscal General agradecido con
su postulante que se ha desbordado en sus funciones y dislocado sobre el
sentido de la justicia transicional para validar una postura de impunidad.
Son
muy poderosas las razones para sospechar que cualquier barrabasada de documento
puede ser firmado en La Habana, pues de acuerdo con el pensamiento de
Jaramillo, “Ese es el verdadero comienzo del proceso de paz, no el fin”. El
perdón es asunto de cada quien según “su conciencia y su corazón” no una
política que obligue a las guerrillas. Y cuando vemos el auge de las protestas
y movilizaciones populares, a las que llamó Márquez desde Oslo, para apoyar el
“proceso de paz”, causa sorpresa maluca encontrar el siguiente párrafo en el
texto de Jaramillo: “De lo que se trata entonces es de lograr una verdadera
movilización de la sociedad alrededor de la paz en una fase de transición”.
Al
referirse a la temporalidad como uno de los factores de la “transición”, afirma
sin pudor “Pongámonos una meta en el tiempo –una meta de diez años por
ejemplo-”. Una especie de periodo de
prueba que las Farc procurará extender a 20 o más años. Si en casi diez meses
de conversaciones el país se encuentra en este estado de anarquía, imaginemos
qué no podría ocurrir en ese túnel de la “transición” hacia la paz en que nos
quieren meter.
Medellín,
18 de agosto de 2013
rdaceved@gmail.com
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