miércoles, 14 de agosto de 2013

ANÍBAL ROMERO, LA VICTORIA DE FIDEL CASTRO

Evaluada en perspectiva, la victoria de Fidel Castro sobre la libertad y la democracia venezolanas es total. Durante los años sesenta del pasado siglo, gobernando entonces Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, Castro experimentó en Venezuela una derrota estratégica clave. Cabe recordar la fuerza que tuvo la ola expansionista de la Revolución cubana en buena parte del hemisferio, los movimientos políticos y guerrilleros que suscitó, así como la importancia de la resistencia encabezada por la naciente democracia venezolana y sus líderes.
Castro jamás olvidó esa derrota ni perdonó a los venezolanos la afrenta que le infligimos. Con indudable sentido estratégico, muy consciente del peso e influencia de Venezuela en la región, mantuvo vivas sus esperanzas que un día llegaría la hora del desquite y sería capaz de aprovecharla. 
Pero seguramente Castro no alcanzó imaginar que un militar venezolano, formado en el ambiente de la izquierda irredenta que nunca asumió los valores que se impusieron luego de la derrota de las guerrillas marxistas, le otorgaría la oportunidad de vengarse, entregándole el país en bandeja de plata
Hoy, la Cuba castrista controla de los “nervios del gobierno” en Venezuela, y ha colocado a la cabeza del Estado a un hombre absolutamente leal a los designios de La Habana. Nicolás Maduro es incapaz de distinguir entre los intereses de Venezuela y los de Cuba, y en tal sentido prosigue la ruta abierta por Hugo Chávez, una ruta caracterizada por la plena sumisión a un poder extranjero, disfrazada tras la fachada de la solidaridad ideológica.
A mi modo de ver, Venezuela se ha convertido en una nación de esclavos. Desde luego, no andamos por allí como Espartaco bajo los romanos, encadenados de pies y manos, pero sí lo estamos en el alma aunque no siempre nos percatemos de ello. En lo interno los venezolanos nos hallamos sujetos al capricho y arbitrariedad de quienes nos gobiernan, y ellos nos hacen sentir su poder, colocado por encima de toda ley, cuando y como lo desean. En lo externo las decisiones fundamentales acerca del destino del país se toman en Cuba, no en nuestra tierra. Se trata de una situación de esclavitud “postmoderna”, si se quiere, pero esclavitud al fin.
Tradicionalmente los esclavos han tenido tres opciones: 1) Resignarse a su condición, camino que en ocasiones conduce a la abierta colaboración con quienes les oprimen. 2) Escapar, cosa que ya han hecho y siguen haciendo centenares de miles de venezolanos, buscando la libertad fuera del país. 3) Rebelarse contra sus amos.
Lo sorprendente del caso venezolano actual es que esta última opción, rebelarse, ha sido aparentemente desechada por la dirigencia opositora. No se resigna, considera que tampoco colabora, y no escapa. Sigue presente, pero no se rebela; pretende que quienes esclavizan el país admitirán doblegarse mediante los instrumentos por ellos mismos creados, precisamente para perpetuarse en el poder. Es algo que resulta realmente extraño; a decir verdad paradójico, bizarro y casi increíble.
Los venezolanos hemos optado por evadir nuestra condición de esclavos, y la dirigencia opositora procura minimizar la realidad del dominio cubano. Nos convocan a marchar contra la corrupción y a votar, pero no a protestar contra la humillación en que vivimos. Nos dicen que “al pueblo no le interesa Cuba, sino el estómago”, y uno piensa en Bolívar, y cuesta imaginarle actuando de ese modo en 1812, o en 1814. Resta la pregunta: Y si ello fuese cierto, si de hecho piensa así nuestro pueblo, ¿acaso merecemos ser libres?
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