Evaluada en perspectiva, la victoria de Fidel
Castro sobre la libertad y la democracia venezolanas es total. Durante los años
sesenta del pasado siglo, gobernando entonces Rómulo Betancourt y Raúl Leoni,
Castro experimentó en Venezuela una derrota estratégica clave. Cabe recordar la
fuerza que tuvo la ola expansionista de la Revolución cubana en buena parte del
hemisferio, los movimientos políticos y guerrilleros que suscitó, así como la
importancia de la resistencia encabezada por la naciente democracia venezolana
y sus líderes.
Castro jamás olvidó esa derrota ni perdonó a
los venezolanos la afrenta que le infligimos. Con indudable sentido
estratégico, muy consciente del peso e influencia de Venezuela en la región,
mantuvo vivas sus esperanzas que un día llegaría la hora del desquite y sería
capaz de aprovecharla.
Pero seguramente Castro no alcanzó imaginar que un
militar venezolano, formado en el ambiente de la izquierda irredenta que nunca
asumió los valores que se impusieron luego de la derrota de las guerrillas
marxistas, le otorgaría la oportunidad de vengarse, entregándole el país en
bandeja de plata
Hoy, la Cuba castrista controla de los
“nervios del gobierno” en Venezuela, y ha colocado a la cabeza del Estado a un
hombre absolutamente leal a los designios de La Habana. Nicolás Maduro es
incapaz de distinguir entre los intereses de Venezuela y los de Cuba, y en tal
sentido prosigue la ruta abierta por Hugo Chávez, una ruta caracterizada por la
plena sumisión a un poder extranjero, disfrazada tras la fachada de la
solidaridad ideológica.
A mi modo de ver, Venezuela se ha convertido
en una nación de esclavos. Desde luego, no andamos por allí como Espartaco bajo
los romanos, encadenados de pies y manos, pero sí lo estamos en el alma aunque
no siempre nos percatemos de ello. En lo interno los venezolanos nos hallamos
sujetos al capricho y arbitrariedad de quienes nos gobiernan, y ellos nos hacen
sentir su poder, colocado por encima de toda ley, cuando y como lo desean. En
lo externo las decisiones fundamentales acerca del destino del país se toman en
Cuba, no en nuestra tierra. Se trata de una situación de esclavitud
“postmoderna”, si se quiere, pero esclavitud al fin.
Tradicionalmente los esclavos han tenido tres
opciones: 1) Resignarse a su condición, camino que en ocasiones conduce a la
abierta colaboración con quienes les oprimen. 2) Escapar, cosa que ya han hecho
y siguen haciendo centenares de miles de venezolanos, buscando la libertad
fuera del país. 3) Rebelarse contra sus amos.
Lo sorprendente del caso venezolano actual es
que esta última opción, rebelarse, ha sido aparentemente desechada por la
dirigencia opositora. No se resigna, considera que tampoco colabora, y no
escapa. Sigue presente, pero no se rebela; pretende que quienes esclavizan el
país admitirán doblegarse mediante los instrumentos por ellos mismos creados,
precisamente para perpetuarse en el poder. Es algo que resulta realmente
extraño; a decir verdad paradójico, bizarro y casi increíble.
Los venezolanos hemos optado por evadir nuestra condición de esclavos, y la dirigencia opositora procura minimizar la realidad del dominio cubano. Nos convocan a marchar contra la corrupción y a votar, pero no a protestar contra la humillación en que vivimos. Nos dicen que “al pueblo no le interesa Cuba, sino el estómago”, y uno piensa en Bolívar, y cuesta imaginarle actuando de ese modo en 1812, o en 1814. Resta la pregunta: Y si ello fuese cierto, si de hecho piensa así nuestro pueblo, ¿acaso merecemos ser libres?
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