Si
algo podemos asegurar es el de un fracaso en los dos polos del conflicto
venezolano. Ninguno de los dos ha logrado crear un sentido en medio de un
entorno complejo. El mantenimiento conflictual no ha conducido a otra cosa que
a la pérdida de un imaginario, a la fragmentación y atrincheramiento en
posiciones secundarias y a un desgaje de la verdad en un simple juego de poder
donde nadie se ocupa de verificar las proposiciones.
Quizás
la enseñanza radique en la inviabilidad de los extremismos. Lo que vemos es la
derrota de un cuerpo social de pensamiento débil. El conflicto procura
acuartelarse en hechos puntuales que vienen tergiversados a voluntad provocando
una inigualable ruptura entre ellos y sus significados. En otras palabras, lo
que han logrado las partes enfrentadas es una ruptura de toda capacidad de
percepción.
Estamos
frente a un país que ha soportado los embates de una desarticulación del pasado
histórico, lo que ha sembrado dudas inclusive frente a la pregunta acerca de
nuestro origen. Frente a uno que se pregunta si somos los mismos en la
constitución de una nación. Y lo más grave: la percepción de futuro se ha
presentado como una disyuntiva de ruptura. El ascenso de los sectores más
desvalidos hasta el protagonismo político ha sido asumido desde una mirada
conflictiva y no como invención de mundo. La carga simbólica no ha servido para
la construcción de un imaginario social compartido (término grato a Cormelius
Castoriadis), sino que ha sido elevado
al grado de indeterminación.
Quienes
mayormente parecen entender – y he aquí la excepción que llama a las
posibilidades positivas- son los
miembros de los grupos sociales plenamente conscientes de su ascenso, si a ver
vamos los estudios realizados por diversas empresas de análisis social. En los
focus group se expresan con propiedad y en dominio de un lenguaje incluso
superior al de mucho político que pulula por las pantallas de la televisión.
Allí expresan su apoyo a los avances sociales del gobierno, pero reivindican la
permanencia de la empresa privada a la que asocian con creación y oferta de
empleo. En otras palabras, no excluyen un sistema del otro. Lo resumen
queriendo lo que consideran virtudes de ambos y las miran como no excluyentes.
Cuando se les interroga sobre como denominarían a este híbrido responden:
Democracia.
La
revisión de estas respuestas nos lleva a encontrar, en primer lugar, una no
inclinación hacia el conflicto en los sectores a los que, no sin ligereza, se
atribuye mayor facilidad para el ejercicio violento y, en segundo lugar, una
constatación del ascenso social como productor de una capacidad de visión que
excede a la de los sectores que podríamos llamar ‘élites ilustradas”. Ello no
puede conducir a conclusión distinta de la admisión de la existencia de un
cambio de país que se acepta o se queda excluido, por encima inclusive de los
afanes represivos del gobierno que continúa con su práctica agotada de
focalizar la represión o de abusar del poder. El gobierno que originalmente
hizo protagonistas terminará siendo un protagonizado.
Ahora
bien, cualquier sospecha de pérdida de lo alcanzado puede determinar la
aparición de la violencia. La falta del sector que se opone al régimen aparece
así, fundamentalmente, como una incomprensión del imaginario de la mitad que lo
respalda. La causa es muy sencilla: el objetivo se limita a su desplazamiento
del poder y no a una alternativa de comprensión global del futuro compartible.
En
el país que aparece el discurso está atravesado por una ambigüedad normal a lo
que no es una especificidad, sino más bien una forma de reproducción social que
avanza hacia una especie de identificación que excede a las tipologías, que
busca un sentido al que debe ofrecerse una variante no populista (en el sentido
de evitar la creación de un Estado-padre que no reclama comportamientos de superación)
y que comience por admitir que esta imaginación de la relación social tiene
vocación de futuro y que, al tenerla, marca el presente. De allí que el
mantenimiento del conflicto en los términos descritos afecta de manera
determinante lo real social pues va conformando una experiencia que puede
conducir a la creencia de una repetición ineludible del pasado. Esto es, los
sectores en ascenso pudieran llegar a considerar la realidad del enfrentamiento
político de una u otra manera: como un ejercicio insuperable de la realidad o
conceder una nueva forma de comprensión que los haga marchar hacia la
imposición de una nueva posibilidad. Vista la concreción del presente en
inflación, desabastecimiento, ineficacia y deterioro de la calidad de vida
deberemos apelar a aquello que se ha dado en denominar la utilidad social de
las ideas, esto es, que logremos las ideas se hagan evidencia social desde
donde podamos iniciar la nueva lectura.
tlopezmelendez@cantv.net
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