Colombia ha dejado de
ser un país vecino para convertirse en territorio y razón de intrigas y
cuentos, en un affaire más y mercenario, propicio a nuestra volátil realidad
y proclive a los intereses del gobierno
venezolano.
Tiene tiempo en eso, es verdad, pero en los últimos años es cuando
más se le mira. Hay en Colombia una irrefrenable necesidad de reconocimiento,
de lavarse la cara ante el mundo. Quiere dejar de ser, de cargar con su INRI,
deslastrarse de su perfil cachaco, rural, ensimismado, cafetero y leguleyo;
fumigar su imagen guerrillera, cruel y violenta, narcotraficante, esmeraldera e
irrespetuosa de los derechos humanos.
Para ello ha enarbolado no sé cuántas
banderas por la paz junto a los
concursos de belleza de la Señorita
Colombia, la de sus exquisitas flores para la exportación, la de su premio
Nóbel (recuerdo al Gabo diciendo “es que no quiero que me usen”), sus textiles,
su capacidad para involucrarse, con razón o sin ella, en cuanto organismo
internacional exista, incluso en la OTAN, en donde no podía. Pero con todo y
ese esfuerzo, que no es poco, se le ve la costura al desencuentro que sostiene
consigo misma como nación. A esa velocidad hiperquinética la paz se ha
convertido en un mito estrambótico, en una mercancía figurada.
Los últimos
representantes de su élite política, hablo sin pormenores ni diferencias de
estilo de los presidentes Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y Santos, estuvieron
dispuestos a entregar lo que fuera a cambio de la Paz. En esas, como un
pajarito, se les presentó Hugo Chávez, a quien debieron percibir desde las
alturas de Santa Fe de Bogotá como un joker reilón, socialistoide, costeño,
petrolero y manejable. De intruso pasó a ser comodín. De comodín a karma. A
partir de entonces Colombia es otra y su relación con Venezuela se ha
convertido en un menú de novelones fileteados por entrega con un rating que ni
“Las Juanas”.
Y en estas de “mi
nuevo mejor amigo”, el gobierno venezolano, minero contra agricultor, aprendió
bajo la batuta del cubano, a perderle el respeto y a chantajearlo.
Conocidas
sus carencias y su ambición por la plata, la paz, la pólvora, las exportaciones
y otros vallenatos, lo maneja a su antojo, gusto y medida; lo pone a pedir
cacao a cambio de dólares, lo obliga a legitimarlo, y cuando invita soberano al
líder de la oposición, lo extorsiona histérica con el cartapacio de presuntos
planes magnicidas, que si Carmona, que si los 18 aviones de guerra para atacar
a Venezuela y eliminar a Maduro. Se han inventado, truculencias, a todo un
ejército enemigo en suelo de mi General Santander, el Hombre de las Leyes,
cuando la verdad es que la guerrilla colombiana es la que opera y descansa
aliviada en territorio bolivariano.
Colombia anda desorientada en manos de la
ambición del reeligiente, que se pasea ahora por Israel, muy glamoroso él,
dándose bomba, mientras Garzón, el Vicepresidente, solicita muy comedido que
intervenga la ONU por el bien de quién sabe.
leandro.area@gmail.com
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