En realidad, estoy ingratamente sorprendido
por el camino que ha tomado este gobierno. Yo llegué a pensar que la audiencia
de Nicolás Maduro con el papa Francisco, la entrevista del canciller Jaua con
el secretario de Estado norteamericano, y fundamentalmente la larga reunión de
los integrantes de la Conferencia Episcopal con el ministro del Interior, eran
claras demostraciones de que el gobierno nacional había entendido que era
imposible enfrentar la grave situación política de nuestro país sin establecer
una amplia negociación con la oposición.
Este convencimiento surge de la
realidad: es un suicidio político querer establecer una hegemonía ideológica
sin tener una amplia mayoría electoral y un firme liderazgo dentro del
chavismo.
Esa es exactamente la situación de Nicolás
Maduro. La mitad de los venezolanos cuestiona su origen electoral y sus
seguidores conocen que la diferencia, si es que la hubo, entre uno y otro candidato apenas fue de
220.000 votos. Además es público, no sólo por la grabación de Mario Silva, sino
que se percibe en los actos públicos, la lucha existente en el chavismo entre
el sector civil y militar, es decir entre Nicolás Maduro y Diosdado Cabello.
Para colmo, la situación económica y social sigue complicándose cada día a un
nivel tal que pareciera que el gobierno ya no tiene capacidad de respuesta. De manera
inexplicable, en lugar de buscar negociar con la oposición, el gobierno
nacional ha empezado una ofensiva que parece tener por objetivo destruir a sus
principales dirigentes. .
En un artículo anterior insinué algunas de
las medidas que, a mi criterio, era imprescindible realizar si realmente
el gobierno de Nicolás Maduro quería
modificar los distintos factores que por catorce años han imperado en Venezuela
y que, sin ninguna duda, son la causa de la inmensa crisis política, social y
económica que enfrenta nuestro país: libertar a los presos políticos, permitir
el regreso de los exiliados, designar un nuevo Consejo Nacional Electoral
realmente equilibrado entre gobierno y oposición, nombrar un nuevo contralor
general de la República, revisar la Ley de Responsabilidad en Radio y
Televisión para evitar el abuso de
propaganda del Estado y limitar
totalmente las manifestaciones políticas de miembros de la Fuerza Armada
Nacional.
Si Nicolás Maduro se decidiese a tomar estas
medidas de orden político crearía un ambiente favorable para poder enfrentar
los problemas estructurales que presenta la grave crisis económica y social
venezolana. Además, fortalecería de tal manera su independencia y
liderazgo dentro del chavismo, que le
pondría punto final a la conseja popular existente de que él no ejerce
realmente esas funciones, sino que lo hace un grupo de altos dirigentes del
chavismo.
Eso sí, para demostrar que ha
logrado ese liderazgo debería continuar su lucha contra la corrupción, pero
dirigiendo su vista hacia los altos funcionarios del gobierno, líderes y
empresarios chavistas que son responsables del saqueo de los millones y
millones de dólares que ingresaron a Venezuela durante el régimen de Hugo
Chávez.
Tiene otros dos problemas: el primero,
convencer a una gran mayoría de venezolanos que él ejerce la presidencia de la
República sin la tutela cubana. Eso no es fácil, ya que justamente una de las
fortalezas de Diosdado Cabello surge de ser percibido como un líder
independiente de esa coyunda. La única manera de lograrlo es tomando un conjunto de medidas que elimine
la presencia cubana en la Fuerza Armada, en los cuerpos de seguridad del
Estado, en los registros y notarías, en el sistema de identificación y en los
aeropuertos El segundo, es mucho más complejo. Lograr recuperar la
institucionalidad de la Fuerza Armada. Eso podría hacerse, si Maduro respalda a
los sectores institucionales que desean recuperar los valores que caracterizan
a una fuerza armada profesional.
Este artículo saldrá publicado después de
conocerse la designación de los Altos Mandos Militares y los ascensos a general
y a coronel. Esa decisión marcará el destino político de Nicolás Maduro. Si
decide escoger a los candidatos entre aquellos oficiales con una hoja de
servicio intachable y que hayan guardado discreción en los asuntos políticos,
demostrará una libertad de acción que le hará entender a los venezolanos que va
a ejercer la presidencia de la República según le dicte su consciencia, sin
aceptar la más mínima presión de ningún
sector militar ni político. Si así lo hace, y logra además establecer un
diálogo constructivo con la oposición, es posible que alcance un puesto
relevante en nuestra historia, si no terminará tristemente como el presidente
Julián Castro.
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