martes, 2 de julio de 2013

EMETERIO GÓMEZ, DE NAVÍOS, RON Y CHOCOLATE: CRISOL DE ALMAS

Un canto a la constitución del alma, de la nacionalidad venezolana

De navíos, ron y chocolate, la película de Malena Roncayolo que hace poco se estrenó, nos ha regalado un bienestar espiritual inmenso. Que buena falta hace en estos tiempos aciagos e inciertos que vivimos. Me ha regalado un magnífico tema para la reflexión sobre Lo Humano, que es mi interés archifundamental. Porque de eso, en cierta forma, trata la película: de la constitución del alma o de la nacionalidad venezolana.

De uno de sus componentes -"lo corso"- que siempre había asumido yo muy tangencialmente. Referencias lejanas, las mías, a la participación de esta gente en la colonización específica del estado Sucre; la presencia intensa de Carúpano en mi más temprana juventud, allá a principios de los Sesenta, en las Residencias Estudiantiles de la UCV. Unos cuantos amigos carupaneros muy queridos y, en particular, uno de ellos, destrozado brutalmente a los 20 añitos en la alocada e inútil tarea de fabricar un niple, una bomba casera... La loquetera estúpida y suicida de la guerrilla castrocomunista.

De navíos, ron y chocolate (¡¡No dejes de verla, por favor!!), la hermosísima película de Malena es, entre muchas otras cosas, un canto a la constitución del alma, de la nacionalidad venezolana; un buen número de apellidos que no cuadran para nada con España, Navarra, Alicante o Galicia: Franceschi, Benedetti, Grisanti, Roussian, Paravisini, Consalvi, Leoni, Prósperi, Luciani, Orsattoni, Lucca, Massiani y tantos otros. Una bella oportunidad para destacar, precisamente, la muy diversa constitución de la venezolanidad. Es decir, la posibilidad de integrar lo distinto -lo corso en este caso- en una sola nación. ¡¡El que hoy ya seamos todos, profundamente, una misma cosa!! Los que vinieron de otras tierras y los que no logramos encontrar entre nuestros antepasados -por más que busquemos- una sola gotica de sangre de ninguna otra parte. Gracias, Malena, por haberme hecho redescubrir la noción de nación, que es simplemente El Alma. El sentir que pertenecemos a ésta y a muchas otras naciones.

Pero, De navíos, ron y chocolate es, sobre todo, la belleza: la belleza infinita de la Historia refundida con la de Naturaleza; y con la ternura de recordar que allí mismo, cerca de Carúpano, en Güiria, nació mi madre. Y que si ella no hubiese enviudado de aquel primer señor que se la llevó a Margarita, tal vez yo no existiría. O quién sabe cómo sería mi Alma. ¡¡Quién sabe que parte de mí habría logrado existir en otro niño que habría tenido mi padre con otra señora o al revés!! Un sentimiento extraño que me asalta con frecuencia; tal vez porque la edad empieza ya a presionar: pensar obsesivamente en el cruce azariento de los genes de todos nuestros antepasados. Esa infinitud de circunstancias que pudieron haber hecho que fuésemos otro. O, más enrevesado aún, que tuviésemos en el Espíritu algunos otros componentes que no fuesen estos que hoy nos conforman.

Precisamente, ese crisol fascinante que es cualquier colonización, esa mezcla infinita de lo corso y lo español, lo italiano y lo portugués, lo gallego y lo catalán, lo indio y lo africano, ¡¡lo zuliano y lo margariteño!!, que a lo largo de tantas generaciones se han ido amalgamando y fusionando. Esos interminables cruces, que producen estas almas individuales de cada uno de nosotros, que de alguna manera sintetizan o resumen a la Humanidad. Gracias, otra vez, Malena, por ponernos a pensar -a partir de Córcega, de nuestro componente mediterráneo y del infortunado descendiente de Napoleón enterrado en Carúpano- en estas cosas tan fascinantes, tan trágicas y tan bellas.

gomezemeterio@gmail.com

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