martes, 2 de julio de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, ENTRE NELSON MERENTES Y EDUARDO SAMÁN, FORMATO DEL FUTURO…

Las vicisitudes que han vivido los venezolanos desde entonces a la fecha, no han sido lo suficientemente eficientes como para borrar de la memoria colectiva lo que sucedió entonces, y que le permitió al país -con su carga de costo político adicional por el indulto a un grupo de militares insurgentes contra la Democracia- reencontrarse con la importancia de no menospreciar la utilidad de lo que se conoce como lógica económica.

Tiene que ver con aquél paso que debió dar el entonces agitador Presidente Rafael Caldera, imposibilitado de seguir respirando tranquilo mientras no dejara de buscar culpables y responsables de la recibida crisis -¿o burbuja?-financiera, cuyo incontenible desarrollo comprometía al propio gobierno en su frágil estabilidad, sacudía la paz social y desnudaba la dureza de un empobrecimiento que agobiaba a gran parte de la sociedad venezolana.

Lo cierto es que el “nadie se imagina lo que ha significado para mí  tomar esta decisión”, como le dijo Caldera al país al hacer dicho anuncio, ha sido, quizás, la demostración más auténtica que Gobierno alguno podía haber exhibido en Venezuela, en contra de sus orígenes políticos  y principios que sirvieron para que naciera el ya extinto “Chiripero”, con el propósito de detener la marcha nacional hacia escenarios peores que los ya vividos en 1992.

¿Acertado?. ¿Desacertado?. ¿Bueno?. ¿Malo?. La quincalla histórica siempre útil para las adjetivaciones y/o calificaciones de los que se ocupan de interpretar lo sucedido, desde luego, hoy le ofrece opciones a los que se ocupan del tema y tienen  legítimo derecho a construir esas y más interrogantes, como tantas respuestas sean necesarias.

Sin embargo, lo que no puede minimizarse -salvo que sea por razones mezquinas o producto de esos rancios egos que sobreponen visiones y criterios unilaterales aun por sobre la inteligencia de quienes aman vivir en libertad- es que la incorporación al Gobierno de entonces de los economistas Teodoro Petkoff y Freddy Rojas Parra, significó –así de simple y trascendental- el reencuentro de la economía y el acontecer político venezolano, con el camino de la racionalidad y responsabilidad de gobernar para beneficio de todos.

Cuando eso sucedió, los venezolanos añoraban gobernabilidad, sinceridad en el discurso desde las entrañas del poder, hechos reales que hicieran posible la sinergia entre el acontecer económico y la reconstrucción de la confianza en el futuro productivo venezolano. Pero, sobre todo, que el propio Jefe de Estado ofreciera demostraciones sinceras de no estar detrás de jugarretas contra la propiedad y la empresa privada, porque lo que trataba de alcanzar con sus “sacrificios políticos”, era evitarle al país y a sus habitantes tener que someterse al naufragio emocional de vivir entre más ruinas sociales y morales.

Desde luego, ese episodio político protagonizado  por un estadista capaz de entender la utilidad del pragmatismo en el desempeño de funciones públicas, apuntalado en el orden económico por un equipo ministerial decidido a no fracasar en el intento, y una población ansiosa de salir del charco momentáneo de la duda y la frustración ante la incapacidad evidente de sus gobernantes, hizo posible lo que esperaba una gran mayoría de los venezolanos: la simbiosis capaz de reacomodar institucionalmente las alternativas que impidieran, en principio, la conversión de la insurgencia y del terror como forma sustitutiva de la transición gubernamental.

A partir de ese momento, han transcurrido tres lustros. Y, con ellos, los más inimaginables acontecimientos de todo orden, siendo el peor y más costoso, sin duda alguna, el de la destrucción del pilar institucional que la Nación se había comenzado a dar hace dos siglos, para hacer del Estado una caricatura. 0, quizás, un formato de imagen democrática al servicio de la conflictividad engendrada por administradores de causas ideológicas nacionales e internacionales y pescadores globales de fortuna fácil, teniendo como propósito final el sometimiento de quienes históricamente nunca le sirvieron dócilmente al aventurerismo utópico del igualitarismo colectivista.

Esta realidad que se debate entre interpretaciones de “pesadilla histórica”, “castigo político” y hasta de procesos concebidos a la luz de predicciones alrededor de la geopolítica y geoeconomía regional y continental, desde luego, hoy es lo suficientemente compleja, como para suponer que están equivocados aquellos que consideran que a esta situación se ha llegado por acierto estratégico, o los que creen, sencillamente, que Venezuela está encallejonada.

Mejor dicho, está metida en una especie de calle ciega y de la que sólo se puede salir si, una vez más, la comprensión de la utilidad del pragmatismo político, es capaz de sobreponerse al confusionismo que domina la multiplicidad de tendencias grupales que, cual “chiripero” de ayer, hacen que aquel que hoy ocupa la jefatura del Estado, no pueda hacer otra cosa que saltar para no caer; gritar para poderse escuchar a sí mismo; construir burlas para evitar que las lágrimas y gemidos provoquen la aceptación de que solo, íngrimo y solo, no es viable ni factible retroceder del callejón en el que el Gobierno ha metido al país.

Ese Gobierno, sin duda alguna, ha acertado al poner en manos del matemático Nelson Merentes, la responsabilidad de gerenciar el Ministerio de Finanzas. Y el acierto lo identifican los empresarios privados del país, con el hecho de que mientras ese funcionario estuvo al frente del Banco Central de Venezuela, echó manos de la virtud de cualquier servidor público consciente de lo que significa jurar para cumplir con la Constitución y las Leyes de la República, mientras se está actuando en esas posiciones burocráticas: atender al empresariado que no podía flanquear las entradas de los Ministerios de la Economía, escucharle en sus observaciones y reclamos, asegurarle que se iba a ocupar del caso, cuando se diera la oportunidad de hacerlo. En otras palabras, porque fue capaz de demostrar que, sin ser economista ni gozar del amparo político del que siempre hizo gala su antecesor Jorge Giordani, dejó entrever su voluntad de servir y no de servirse.

Pero hoy Nelson Merentes, en sí y por sí mismo, no es suficiente, indistintamente de que haya más de 4.000 jefes de empresas de todos los tamaños, asistentes a las reuniones de mesas y submesas técnicas, que aún abrigan una vaga esperanza de que en julio sí habrá subastas versión SICAD, que la solicitud de divisas será en agosto un triste clamor de lo vivido hasta julio, y que a partir de octubre comenzará la fiesta nacional del abastecimiento. Porque hoy Merentes, para mayor mortificación de empresarios y consumidores, no tiene a su lado a un estratega capaz de convertir sus buenos propósitos en hijos reales, y no en simples engendramientos platónicos. Su aliado en el accionar es a quien, hasta para sorpresa de él mismo, reencaucharon como Presidente del Indepabis, Eduardo Samán.

De hecho, mientras que Nelson Merentes –se supone- está haciendo su cola en Cadivi para conseguir la cuota de  dólares que le corresponde, para viajar el exterior y demostrarle a la Banca de Inversión que la economía venezolana está mucho mejor de lo que difunden los medios que no forman parte del Sistema Bolivariano de Comunicación e Información (SIBCI), por lo que invertir aquí es confiable, el otro, el anti-aliado, Eduardo Samán, está demandando un mayor presupuesto para duplicar el número de fiscales que le permitan perseguir, inculpar y castigar a acaparadores y especuladores, y hasta buhoneros, cuando las circunstancias así lo ameriten, como si la escasez, el desabastecimiento y la inflación fueran responsabilidad de los administrados, de los gobernados y no de quienes gobiernan y administran políticas públicas.

En otras palabras, dos personas, sólo dos funcionarios, mientras que productores y consumidores siguen a la expectativa con lo que sucederá con el abastecimiento durante los próximos meses, son suficientes para que, propios y extraños al país, una vez más, asuman que no es cuento malo aquello que reza que, para mal dormir de la ciudadanía, hoy no hay voluntad -¿o capacidad?- de enfrentar las causas del decrecimiento de la economía, como del empobrecimiento destructor de la capacidad de compra de los venezolanos. Y que aun cuando esos 4.000 y tantos empresarios que asistieron a las reuniones con los técnicos gubernamentales, lo hicieron confiando en que la sola presencia de Nelson Merentes en el Gabinete, podía cambiar lo peor que se ha estado viviendo desde octubre del año pasado, ahora la vista se centra es en la arremetida contra la lógica económica y la confianza en la inversión privada que representa lo dicho y prometido por el que, inteligentemente, ha llamado el periodista Gregorio Salazar El Monje del Santo Control, Eduardo Samán, Presidente del Indepabis.

Desde luego, en el medio de la inquietud general con la que casi 30 millones de venezolanos se adentran en el segundo semestre del 2013, a la espera de las milagrosas acciones cambiarias que habrán de producirse a partir de julio, venezolanos de las últimas generaciones no encuentran respuestas a las interrogantes relacionadas con el por qué el Gobierno se resiste a convertir el diálogo en la opción ideal para superar errores, reencontrar entendimiento y, de ser posible, reeditar lo que fue posible estructurar y accionar bajo el formato del pragmatismo político a lo Caldera.

Con las contradicciones de origen que evidencia la dupla Merentes/Samán, sin duda alguna, no es posible seguir viviendo exclusivamente de lo que dispensa el negocio petrolero. Hay que desarrollar otras alternativas productivas, pero eso sólo es viable con una amplia y decidida participación de la inversión privada. Pero mientras la percepción sea la de que quienes gobiernan no quieren asumir el costo político de cambiar de rumbo, por lo que hay que seguir difiriendo decisiones, ganando tiempo, añorando una lluvia de divisas que no se generará a corto plazo, la pregunta es: ¿ y a qué se juega, realmente?.


Enviado a nuestro correos por Edecio Brito Escobar (CNP-314)
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