martes, 16 de julio de 2013

EGILDO LUJAN, NEBULIZANDO LA ECONOMÍA, FORMATO DEL FUTURO…

Definitivamente, julio del 2013 pasará a los anales de la economía venezolana como el mes cuando el gobierno de entonces, por decisión de algunos de sus ministros y la autorización del máximo liderazgo al frente del poder, se atrevió a dejar entrever que está dispuesto a asumir ciertos costos políticos, ante la imperiosa necesidad de flexibilizar su control de cambio.

Desde luego, flexibilizar no equivale a eliminar, a borrar la figura restrictiva que nació como recurso “castigador” contra quienes, para el momento del alumbramiento, habían osado participar en un paro cívico dirigido, precisamente, a evitar que Venezuela transitara por el camino que concluyera en lo que hoy están viviendo los venezolanos.

Pero abre espacios para que, progresivamente, se supere el sometimiento al encarcelamiento que ha vivido la economía, bajo la rigidez vigente durante más de diez años  de “sólo pan y agua para el preso”, a la vez que, por la vía de la destrucción de la fuerza exportadora nacional, se obligó a los que producen a depender de manera absoluta del petro-estado recaudador de divisas, dispensador de divisas, libre condicionante de la existencia de empresas, como de la desaparición de aquellas inconvenientes, por los motivos que se dispusieran en una alocución dominical o en cualquier lugar  del país.

Es verdad, y minimizarlo equivaldría a pretender desconocer lo que ya es inocultable: en una mayoría importante de los 5.000 representantes de las empresas que fueron invitados desde mayo pasado a dialogar con equipos técnicos gubernamentales, para detectar problemas y evaluar eventuales soluciones, hay optimismo con lo que va a suceder con el acceso a las divisas, una vez que ha comenzado a darse la segunda fase del Sistema Complementario de Administración de Divisas -Sicad-, atribuido en su motivación y nacimiento a la dupla conformada por los ministros Nelson Merentes/Rafael Ramírez.

Y si bien no todos los asistentes a tales encuentros creen que se trata de un mecanismo oxigenador de la economía, sino de un paliativo nebulizador de las empresas que se prepararon para subsistir y sobrevivir en el medio de la restricción cambiaria, predomina el empeño de la vocación de los amantes de la libertad económica para, antes que imitar a otros colegas en la migración hacia países vecinos, perseverar, echar el resto por y para el crecimiento productivo, como de la generación de servicios eficientes en un país de oportunidades infinitas, como sigue siendo Venezuela.

¿Y esos ministros que están impulsando tales manifestaciones evolutivas, tienen garantizada su permanencia en los cargos y la perdurabilidad de su osadía?. Hoy nadie lo sabe, al menos fuera del ámbito del grupo gubernamental. Pero lo que también es indiscutible, sin duda alguna, es que de ese atrevimiento que comienza a sepultar en el recuerdo los atrevimientos impulsados desde el gobierno de los catorce años anteriores por la abundancia de petrodólares y el innegable respaldo popular, aparece actualmente, ante los ojos de propios y extraños, como la acertada recurrencia al recurso pragmático por excelencia, de detener la marcha hacia peores escenarios relacionados con la escasez y el abastecimiento.

Por supuesto, las diversas enfermedades que hoy exhibe la economía venezolana no se van a solucionar, al unísono, con la apertura de esta ventana hacia la racionalidad cambiaria. Y es allí, precisamente, en donde ahora se centra la atención de quienes, aun sobreviviendo dentro de dicho cerco, consideran que sólo este paso de poco servirá si, por otra parte, se mantiene activa y con posibilidades de ampliarse, la anarquía conceptual, orgánica y hasta administrativa que exhibe el desempeño gubernamental “pasillos adentro”.

Bastaría con analizar cada declaración ministerial, evaluar la orientación de cada visión del hecho económico nacional e internacional, y cotejarlo como cuidadosa referencia comparativa, para concluir en que las sanas intenciones de cambio forzadas por la gravedad del cuadro económico, social, político y moral que vive la nación, siguen atadas a intereses grupales -o individuales-, más empecinadas en resguardar cuotas de poder, que en apostar por la multiplicación de soluciones a esa ristra de problemas que viven millones de venezolanos. Sobre todo, y especialmente de los no convencidos con las bondades de la gobernabilidad mercadeada como revolución criolla, en vista de que hay otros millones que, aun haciendo “colas” para adquirir un rollo de papel sanitario y sacándole provechos a su desempleo real, creen en el acierto gubernamental del llamado socialismo del siglo XXI a la venezolana.

Los días que transcurrirán hasta la llegada del 2014, definitivamente, serán retos a la paciencia de cada uno de los venezolanos, ante cualquiera de esos dos escenarios en los que habrá de desenvolverse la ciudadanía: el de la progresiva consolidación de la evolución que asoma la vigencia del Sicad, además del acercamiento gubernamental con aquellos que ayer fueron despojados de sus empresas y bienes, y a quienes hoy se les ofrece un reencuentro con su país y propiedades,  en un ambiente de sincero respeto a la nueva relación. 0, en su defecto, en el de la continuación de lo que hoy obliga a centenares de protestas públicas, y de exigencia a soluciones impostergables. Aunque, poco a poco, es verdad, se asoma otra alternativa que tampoco puede desestimarse. Se trata de  que, forzados por las implicaciones del -para variar- nuevo proceso electoral  del venidero 8 de diciembre, al Gobierno le dé por ocuparse más de dicho objetivo grupal, jugar en función de ese propósito y, una vez más, tirar al país en el rincón, mientras se sale de ese valioso trance para quienes hoy están al frente del poder, primero de la zaga en ausencia absoluta de quien lideró el grupo político que dirige a la nación.

Y si a algo contribuye la evaluación desapasionada de todas las alternativas vigentes o por aparecer, es a creer, una vez más, que también todo va a depender de la voluntad de las autoridades a gobernar con sentido de país, a los factores democráticos opositores a construir condiciones reales para que la Democracia no sucumba por el peso de sus ineficiencias, y a la propia ciudadanía organizada a no dejar de presionar en los sitios donde opera y en las condiciones que pueda hacerlo, para que los venezolanos con ejercicio de liderazgo sigan  transitando por el camino del diálogo verdadero, de la reconciliación sin desequilibrios, para que la paz y la justicia no continúen siendo eternas esperanzas nacionales.

Esa es la salida ideal a lo que hoy sucede. Todo lo contrario, por supuesto, a esa añoranza y hasta convicción entre pocos, de que las plazas venezolanas deberían estarse convirtiendo en escenarios clonados de las experiencias por las que hoy atraviesan los brasileños y los egipcios. Unos y otros, ciertamente, podrán cerrar sus ciclos de protestas cambiando gobiernos. Pero no siempre tales cambios, en las condiciones como se están planteando, se traducen en el añorado efecto de las soluciones mágicas a los problemas que se viven y agitan el alma, sino en nuevos y más exigentes retos para que cada individuo sea un agente de cambio, y no un beneficiario de luchas ajenas.

Sólo para efectos de opiniones públicas como profesional y dirigente empresarial nacional e internacional

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