1) Los conceptos de democracia y libertad son
distintos. La voluntad de una mayoría relativa y pasajera puede a veces
significar la opresión de la minoría. La democracia se refiere a los votos. La
libertad se refiere a la protección de derechos inalienables de la persona
humana. En Egipto hubo votaciones y la mayoría llevó a sus representantes al
gobierno, pero no hubo ni hay libertad.
En Venezuela estos conceptos son
sistemáticamente confundidos. Aparte de que la democracia revolucionaria es una
farsa sustentada en el fraude, nuestra libertad es ficticia pues depende del
capricho de los que mandan.
2) La siempre hipócrita y oportunista
comunidad internacional ha decidido que existen golpes de Estado buenos y
malos. En Egipto, Morsi fue electo y gobernó solamente para los suyos. Dividió
al país, violó las leyes, persiguió y reprimió a sus adversarios, silenció la
prensa opositora. Al final, su destitución a manos de los militares fue
soterradamente celebrada por Washington, entre otros. Ese, tal parece, fue un
golpe “bueno”. En Venezuela el régimen revolucionario actúa idénticamente a
Morsi, con asesoría castro-comunista, ¡pero pobre del que se atreva a hablar de
golpe de Estado en estas latitudes! Está prohibido.
3) Para algunos, entre los que me cuento, la
libertad es un valor supremo. Admito no obstante que tal no es el caso para
millones de seres humanos alrededor del mundo. Otros relevantes valores ocupan
para ellos un lugar prioritario: la sumisión a Dios, la igualdad socialista y
la seguridad material, por ejemplo. He llegado a convencerme que existen
pueblos que llevan la esclavitud en el alma. En Venezuela, para citar un caso,
vivimos bajo la permanente amenaza del ejercicio arbitrario de la voluntad de
quienes ahora detentan el poder. Todos sabemos que acá las leyes son de plástico.
Y vivimos igualmente bajo el dominio de un Estado extranjero que lleva a cabo
sin remilgos la depredación del país. Sin embargo nadie se rebela.
4) Los gobiernos no caen solos; no hay
“implosiones”. La URSS no “se derrumbó”. Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo
II la empujaron al precipicio. Walesa hizo también lo suyo. Las estrategias de
desgaste son casi siempre una excusa para evadir la verdad. A Morsi lo sacaron
los militares para evitar un desastre aún mayor.
5) Es evidente que el mundo árabe-islámico se
enfrenta a un inmenso desafío socio-
cultural, ante el cual quizás no podrá responder creativamente. Se trata
del impacto de una modernidad que pone en cuestión aspectos fundamentales de
una civilización todavía sustentada en la ambigua separación entre religión y
política, en ancestrales costumbres familiares, lazos tribales y convicciones
espirituales que dificultan ajustarse a un planeta en acelerada transformación.
6) Los medios de comunicación occidentales,
empeñados en simplificarlo todo, en convertir cada conflicto en un combate
entre buenos y malos como en alguna película de Hollywood, inventaron una tan
famosa como fantasmagórica primavera árabe, que no existe sino en las cabezas
recalentadas de los editorialistas y comentaristas que a diario nos asaltan con
sus vanas ilusiones.
El mundo bobalizado que tenemos, reblandecido y enredado
hasta los tuétanos por esa ideología delirante que llaman “corrección
política”, se empeña constantemente en levantar espejismos, tan efímeros como
desconcertantes. Tal tendencia no parece tener remedio en el ámbito de las
comunicaciones instantáneas, los clichés de la cultura de izquierda y el
bombardeo inclemente de las grandes agencias de noticias.
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