El
conflicto político venezolano se desarrolla sobre las minucias de la acción
política cotidiana. Sólo una de las partes, la que ejerce el gobierno, pretende
una oferta de fondo que lo es más de telón de un esfuerzo por conservar el
poder. Un conflicto ejercido a diario sobre lo circunstancial es en sí mismo
una lucha por el poder y no más, lo cual plantea una conclusión de alto
peligro: la sustitución del actor del poder no acabará el conflicto sino que
más bien puede agravarlo. Es así como puede argumentarse que el venezolano es
uno sin salida.
No
hay frente a los venezolanos una interpretación de mundo que le permita
dilucidar mediante el ejercicio de la reflexión un presente complejo e
impredecible. En buena medida podemos afirmar que este conflicto diario
sustentado sobre la superficialidad nos convierte en una sociedad de la
ignorancia por oposición a lo que deberíamos ser o pretender ser: una sociedad
del conocimiento.
El
enmarcaje del conflicto en un “no volverán” o “los echaremos” reduce las
posibilidades democráticas y anula la vía electoral para su resolución, puesto
que cualquiera sea el resultado, se produzca o no la alternancia, el conflicto
pervivirá en igual magnitud. Esto es, aparte de la violencia directa que se
manifiesta con frecuencia, se seguirá manifestando una violencia estructural y
cultural.
Fácil
de decir y difícil de lograr, pero la única posibilidad pasa por el fomento de
una perspectiva creadora del conflicto. El lenguaje de los actores, las movidas
que llamaremos tácticas ante la ausencia de algún término despectivo para
designarlas, sólo muestran una concepción de la democracia como procedimiento
aparente en desmedro de una como forma de vida.
El
interés general, principio básico de la ética política, que conlleva a un
cuerpo social a la capacidad de discutir y consensuar, ha sido echado a un lado
por los actores que se disputan el poder sobre la base de intereses sectarios.
Viendo, por ejemplo, la cara de Jano del titular de nuestras Relaciones
Exteriores, actuando como tal y como dirigente del partido gobernante en una
dicotomía inaceptable, creo deberíamos plantear el concepto que denominaremos
de “diplomacia ciudadana”, una que busque un máximo denominador común posible.
Lo
que llamamos “diplomacia ciudadana”, por oposición al conflicto perverso, es
una participación horizontalizada que calificaremos como una democratización
del hasta ahora tratamiento convencional –si es que tal existe- del conflicto.
Esto es, los actores de la resolución no son los titulares de la autoridad, ni
los que la ejercen en una violación cotidiana del Estado de Derecho ni quienes
la encarnan del otro lado por su mando sobre los partidos agónicos donde no se
practica democracia interna. En pocas palabras, dado el juego cerrado del conflicto
venezolano sólo una participación activa de protagonistas ciudadanos puede
lograr una transformación positiva del conflicto en medio de una exigencia
general de simetría y bajo el dominio de una razón comunicativa y dialógica.
La
aparición de este ethos democrático redescubriendo el conflicto es ciertamente
un albur, uno sólo lograble por la vía en que estamos definiendo, uno de
pedagogía de la inclusión, o lo que estamos llamando una educación al
conflicto. Aún contra los actores conflictivos que se empeñan en
retroalimentarse y en cuyo esfuerzo convierten al lenguaje en bazofia y en arma
condenable, es menester insistir en conceptos como la diversidad y las
diferencias como valor, en la solidaridad y en el contraste como posibilidad.
Si queremos verlo así, deberemos afirmar al conflicto bajo educación como
palanca de transformación y logros, como un chance al aprendizaje y como una
práctica de aquella afirmación de Paulo Freire de que toda acción educativa
conlleva a una acción política y que la política posee una dimensión
pedagógica, una, por cierto, desdeñada en esta ruina cotidiana a la que somos
sometidos.
Si
lo queremos decir de otra manera, la única posibilidad de enfrentar el
conflicto, vista la pequeñez de los actores, es educando al conflicto para dar
sentido a lo que no lo tiene.
tlopezmelendez@cantv.net
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