Si la política, como dijera alguien, es
dinámica, entonces hemos de aceptar que las nociones que la constituyen también
son dinámicas. Uno de los temas más importantes en cualquier sistema, doctrina,
corriente u organización pública moderna es el atinente a su ubicación en el
espectro político.
Los franceses en plena agitación
revolucionaria inauguraron un sistema clasificatorio que pervive hasta el
presente. En la Asamblea Nacional los diputados más moderados se sentaban en el
lado derecho del recinto parlamentario, eran los girondinos. A la izquierda se
sentaban los más radicales, los jacobinos.
DOS ALAS PARA VOLAR |
La distinción se ha hecho cada más difícil de
precisar. Los temas usados para aclarar qué significa ser de derecha y qué ser
de izquierda han girado en torno por ejemplo a si se es partidario o no de la
democracia, si se defiende la idea de libertad o no. Las nociones de
democracia, libertad, orden, tradición, justicia e igualdad siempre han sido
parte del debate.
El filósofo italiano Norberto Bobbio en el
libro Derecha e Izquierda, que recomiendo ampliamente sobre todo a la
respetable intelectualidad colombiana, se ocupa de mirar los problemas nada
simples de aplicar esta díada de manera superflua y sectaria. Definir es acotar
para llegar a algún consenso.
Bobbio concluye que hoy en día derecha e
izquierda encuentran su punto nodal de diferencia en la manera como se asume el
tema de la igualdad social. Los referentes arriba mencionados ya no sirven para
establecer quiénes son de una u otra tendencia. Los ejemplos abundan en las
democracias occidentales en las que movimientos de diferente estirpe y
tradición defienden todos esos valores. Sólo en el énfasis e importancia que se
le prodigue al problema de la igualdad social es donde todavía se encuentran
diferencias claves para designar con algún nivel de acierto quién es de derecha
y quién de izquierdas. Entre las reflexiones a destacar en el texto la
siguiente es digna de tener en cuenta en el día a día de la política: “cuando
se atribuye a la izquierda una mayor sensibilidad para disminuir las
desigualdades no se quiere decir que ésta pretenda eliminar todas las
desigualdades o que la derecha las quiera conservar todas, sino como mucho que
la primera es más igualitaria y la segunda más desigualitaria.” Aclara y
confunde, pero nos sitúa en un gran valor común a la mayoría de humanos, la
búsqueda de la igualdad. Los numerosos matices que encontramos en su
abordamiento surgen de inquietudes acerca del cómo, con qué recursos, a
quiénes, con cuáles criterios, etc. se busca generar igualdad, pues resulta
que, para poner un ejemplo manejado con maniqueísmo como propio de la derecha,
el de la economía de libre mercado, hay casos exitosos de enriquecimiento y
progreso de los países y otros en los que ha sido un desastre su
implementación.
La moderación que la democracia moderna ha
propiciado en las tendencias políticas contemporáneas es lo que nos permite
entender que gobiernos considerados de izquierda y de derecha estén aplicando
recetas de ortodoxia fiscal y recorte del gasto público -indicador de igualdad-
para superar la actual crisis de la economía mundial, que gobiernos de
izquierda estén sacando de la pobreza a millones de personas con la economía de
libre mercado y que en otras épocas, gobiernos de derecha hayan propiciado
políticas de mejoramiento que tendían hacia una mayor igualdad y bienestar
colectivo como la educación y la salud.
Donde Bobbio encuentra que hay lugar a alarma
en los espacios de lucha política es cuando aparecen tendencias extremistas. Lo
que identifica a todos los extremistas, según Bobbio, es, en primera instancia,
su rechazo a la democracia y a la libertad en nombre de la dominación absoluta
de unos sobre otros en torno de causas supremas. Caben aquí los partidarios de
todo tipo de dictaduras, que las hay y ha habido de extrema derecha como el
régimen nazi, el fascista y el falangista, y de extrema izquierda como el
régimen comunista soviético. La invocación del orden, la autoridad, la tradición,
la disciplina, la moral, la religión, entre otros valores, ya no sirven como
antes para ubicar políticamente. Pero, vale una precisión, el argumento moral
desde el cual rechazamos cualquier tipo de dictadura, sea la de Pinochet o la
de los Castro, es el relativo al de la ilegitimidad desde la que se generan
esos poderes absolutos. Derecha e izquierda coinciden en los términos de
condena.
Hay muchas izquierdas y muchas derechas, dice
Bobbio, pero, lo que debe quedar claro es que ninguna es superior natural,
ética y racionalmente a la otra. Incluso se acercan y hacen causa común. En
Francia, por ejemplo, según el diario Le Figaro, una encuesta reciente revela
el deseo del 79% de la población de que la crisis económica sea afrontada de
forma común por una alianza entre izquierda y derecha.
La actitud favorable de algunos círculos
críticos de las negociaciones de paz en La Habana demuestra que esas
coincidencias suelen ocurrir aún en ambientes muy crispados. No todos los que
aplauden ese intento son de izquierda. Por lo mismo, carece de lógica tildar a
los críticos de derechistas o peor, de extremoderechistas, ya que las críticas
no se formulan desde una negación de la libertad o la democracia ni de otros
preciados valores de nuestra sociedad como la justicia y la búsqueda de la paz.
La idea según la cual el Estado debe imponer las condiciones de la negociación,
no para aplastar a quienes se fueron a las armas, sino para afianzar la
democracia, la justicia y la libertad, es legítima y no tiene asomos totalitarios
ni pretende el establecimiento de una dictadura de clase, raza, nación o
religión. La paz así entendida no es de derecha ni de izquierda, es un ideal
común a los demócratas de ambas tendencias.
En el campo de los extremos políticos nos
topamos con una versión tipo lumpen. Movimientos y regímenes cuyo discurso ya
no hacen énfasis en valores e ideales sino que sobresalen por el despliegue de
la fuerza bruta, la arbitrariedad, las amenazas contra sus críticos, los
insultos. Son discursos cuya pobreza ideológica se intenta solapar con el
amedrentamiento, el trato soez, la violación flagrante de la legalidad
democrática y de la que ellos mismos han establecido. Es lo que podríamos
llamar el comunismo o el fascismo ordinario. La Haití de Duvalier, la Nicaragua
de Somoza, la Cuba de los Castro, la Corea del Norte de los Kim, y no dudemos,
la Venezuela de Maduro y Diosdado.
La díada derecha-izquierda está vigente,
pero, es menester tener en cuenta el contexto histórico en que se estudia y se
aplica para comprender el significado apropiado y evitar el maniqueísmo. Y para
entender que hoy esa distinción ha pasado a segundo plano, en cuanto diversas
tendencias y matices coinciden en la defensa de la democracia, la libertad, la
justicia, aunque puedan tener diferencias de tono en relación con la igualdad.
Dario Acevedo
rdaceved@gmail.com
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