“Los partidos políticos triunfan o son destruidos por sus conductores. Cuando un partido político se viene abajo, no es el partido político quien tiene la culpa, sino el conductor” Juan Domingo Perón
De nada ha servido crear leyes
electorales y dotar de autoridad
discrecional a los organismos que rigen esta materia, porque la máxima de
Maquiavelo de que “el fin justifica los medios”
termina por demostrar que la lucha por el poder se hace más cruenta, más
bárbara, pues no importa pisotear dignidades y sentimientos, mediante la mofa y falta de respeto a sus
adversarios políticos y al país nacional.
Y esto ocurre debido a la pobreza de la
cultura política que exhiben ciertos representantes en el seno del Poder
Legislativo. El debate por parte de actores del oficialismo consiste en acusaciones sin sustento, sin
pruebas y se convierten en meros pleitos callejeros con lenguaje procaz, grosero, intimatorio y sarcástica burla que
traslada a sus seguidores, quienes hacen gala de una postura radical contra los
que se encuentran en la acera de enfrente, por no compartir sus maneras de pensar y de sentir.
Además de los ataques personales, los sucesos
ocurridos en días pasados en la Asamblea Nacional convirtieron a la sede del
Poder Legislativo, en un escenario dantesco como si se tratara de un circo
romano, en el que las fieras dan rienda
suelta a su voraz apetito destrozando a sus presas indefensas. Antes de este
lamentable espectáculo, se denostó contra sus víctimas a través de correos
electrónicos, redes sociales, canales de la televisión y medios impresos oficiales. El espionaje
telefónico –penado por ley – fue una de
las herramientas para llevar a cabo su alevosa
actitud y despotricar de los “bandidos, ladrones, traficantes,
imperialistas, mercenarios y vende patrias” (sic), sin el menor recato y
vergüenza.
Estas campañas del miedo, de ataques
personales y demás argucias falaces son
conocidas bajo el concepto de violencia política o bien, bullying
político. El incremento de la perversión del poder, ha provocado que quienes
disfrutan el privilegio de mandar, cometan actos que atentan en contra de la
dignidad de la persona, implementando situaciones deshonestas que denigran de
la integridad de sus adversarios, además
de campañas y guerras sucias con solo el objetivo de dañar su imagen. Y
es que la perversión de los actores del oficialismo ha llegado a extremos
insospechables e inauditos.
En numerosas ocasiones hemos escuchado a los
personeros del oficialismo invocar a connotados líderes de procesos políticos,
como paradigmas de la llamada revolución bolivariana del siglo XXI, entre otros
al parlamentario, abogado y político neogranadino Jorge Eliécer Gaitán,
vilmente asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948. Pero desconocen que este
ilustre hombre, pese a haberse declarado socialista, pues hasta incorporó
muchos de los postulados marxistas en su
lectura de la realidad, no proponía un cambio radical del sistema sino una
transformación gradual, que beneficiaría no sólo a las clases populares sino a
sectores medios y de empresarios.
Históricos son sus discursos en la calle y en
el parlamento. Uno de ellos, pronunciado en la Plaza Bolívar de Bogotá y que
denominó “Una oración por la paz”, que
debería ser de necesaria lectura para los apóstoles de socialismo, marxismo,
bolivariano del siglo XXI, por lo que
nos permitimos transcribir parte del mismo,
para que les de luz y brillo a su accionar político:
"Señor Presidente Mariano Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando
el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente
corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir
que haya paz y piedad para la patria.
Señor Presidente: Serenamente,
tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que
llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha
dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende
ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en
su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio
de vuestra voluntad.
Amamos hondamente a esta nación y no queremos
que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el
puerto de su destino inexorable.
Nosotros, señor Presidente, no somos
cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en
este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la
paz y la libertad de Colombia!
Impedid, señor, la violencia. Queremos la
defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta
fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo
para beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: Nuestra bandera está
enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones
solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras
esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a
vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!
Os decimos finalmente, Excelentísimo señor:
Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no
deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados
los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para
los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la
ignominia en las páginas de la historia!"
Una clara y diáfana demostración del
verdadero talante democrático del caudillo colombiano, que debería ser
asimilado por quienes exhiben falsos ropajes de demócratas, contrariando la
esencia y el espíritu de una pueblo que anhela vivir en paz y armonía, sin
odios, rencores, injusticias y atropellos a la dignidad del ser humano.
Necesariamente tendríamos que tomar como punto de referencia la distinción entre
«la moral política» y «la política moral», junto a la valoración que Kant hace
de ambas posibilidades, al explicar que una “moral política sería una
aberración, mientras una política moral es, precisamente, el fin que debemos
desear para la política”.
Se puede concebir un político moral, es
decir, un político que entienda los principios de la habilidad política de
manera que puedan coexistir con la moral, pero no un moralista político que
forje una moral útil a su propia conveniencia. Es decir, la política es
moralmente legítima, más no un atributo que la determine para ponerla al
servicio de mezquinos intereses, como bien lo refiere un fragmento de “La paz
perpetua”.
¡He allí, la lección!!
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
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