Para
analizar la complejidad de lo sucedido y de lo que ahora somos requeriremos de
unas cuantas páginas. Basta mirar las preguntas que me arriban por redes
sociales y correo electrónico para darse cuenta de la magnitud de las
interrogantes. Me permito recordar dije tres días antes de las elecciones que
si había alguna forma de definir a este país era como uno de preguntas sin
respuestas.
El
punto central fue la asunción de Nicolás Maduro como presidente encargado, en
abierta violación a la Constitución, y su consecuencial marcha a la contienda
electoral bajo esa investidura. El estrecho margen de su victoria no me
modifica del criterio, expresado con meridiana claridad, de que la aceptación
de ese cuadro definía de antemano el conteo de los votos. Toda la estrategia
oficialista se basó en ese hecho. En otras palabras, si la Constitución hubiese
sido respetada y Maduro hubiese marchado a la contienda sin la investidura
presidencial los resultados hubiesen sido otros. Expresé que al asumir el
heredero designado ambas condiciones el abuso de poder impediría un cambio de
gobierno.
Siempre
he usado la expresión “fraude continuo”. Eso implica uso indiscriminado de los
recursos del poder, en todos los sentidos y en todas las magnitudes. No ha
habido adulteración de cifras el 14 de abril. Lo que se ha producido es una
adulteración jurídica y política de todas las condiciones que pudiesen permitir
una contienda electoral propiamente democrática y medianamente definible como
equilibrada. Asumir marchar a ella bajo un peso abusivo extremo no es una
responsabilidad que yo hubiese tomado.
Los
resultados son en buena parte sorpresivos, a pesar de haber advertido en
numerosas ocasiones que, en mi criterio, la diferencia sería de un dígito y que
la lógica más elemental me hacía dudar profundamente de la amplia ventaja que
las encuestadoras le otorgaban a Maduro. Podríamos aceptar se produjo una
abrupta caída del candidato oficial, pero aún eso hay que examinarlo con
pinzas.
Una
primera conclusión no habla bien del cuadro político venezolano. Chávez
construyó su fuerza electoral -entre las muchas razones arguibles, entre las
cuales las positivas mencionadas muchas veces- sobre la base de una confrontación
acérrima que dividió al país. Se le atribuye a Capriles haber remontado por sus
ataques furibundos, lo que enardeció a los más radicales celebrantes de que al
fin se atacaba inmisericordemente, ataques reducidos a la colocación de
sobrenombres o de frases burlonas o, admitámoslo, de señalamientos obvios sobre
la ineficacia gubernamental. En cualquier caso, confrontar hasta la sangre
parece ser lo que da resultados electorales en Venezuela, pues me permito
repetir esta fue la peor campaña electoral de nuestra historia, una donde no se
discutió, con argumentos y propuestas, nada, absolutamente nada relativo a los
intereses superiores de esta república.
La
mediocridad campante de nuestra clase dirigente quedó de manifiesto hasta en
las declaraciones mismas producidas el día electoral, en los comportamientos
asumidos y en las reacciones frente a los resultados del conteo de votos. Capriles no ha debido
llamar a Maduro y Maduro no ha debido pronunciar el discurso que pronunció.
Podríamos hurgar en detalle en las inconveniencias de lo dicho y hecho, pero
hay temas más apremiantes. La primera, que ese es el resultado electoral y no
otro y que el conteo del 100% de los sufragios no alterará en nada la realidad:
Nicolás Maduro ha sido proclamado presidente de la república y eso es un hecho
consumado. Tenemos ejemplos abundantes de resultados estrechos sobre los cuales
las acciones emprendidas no alteran nada. Me viene a la memoria López Obrador y
sus acciones de masa en el querido México.
Cosa
muy distinta será hurgar en el destino venezolano inmediato y mediato, en el
destino de este país que he definido como uno lleno de preguntas sin
respuestas. Las deberemos construir. Un país de gobierno débil, dividido más
que nunca, si ello es posible. Deberemos meter la mirada en los comportamientos
del cuerpo social, en sus minucias, casi, o sin el casi, material para una lupa
sociológica. Por ahora, a la hora de titular esta primera mirada, me viene
parafrasear a Umberto Eco.
@teodulolopezm
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