martes, 16 de abril de 2013

FELIPE GUERRERO, A MIS NIETOS

Atrévanse a ser más grandes que sus miedos y álcense sobre las tentaciones del camino. No están solos, eso lo saben bien, no permitan que nadie venga a arañarles el alma; jamás pierdan de vista los ojos de quienes los aman.
En esta hora mis nietos asisten por vez primera a las aulas y laboratorios de la Universidad.
Ahí están, estos muchachos que hasta ayer les resultaba difícil separarse de nosotros y nos necesitaban para tomar cualquier decisión. Ahora uno no sabe consejo darles. Y si aún recordamos cómo éramos a esa edad, solo sabemos dos cosas: que se van a equivocar y que se tienen que equivocar.
Uno querría quitarse de encima esa sensación de vértigo inherente al hecho de ser padres. Para las madres de hijas el reflejo es enorme, seguro como para los hombres con sus vástagos. No queremos que cometan nuestros errores y tratamos de prepararlos desde pequeños para que no repitan el esquema. Pero, al mirar atrás, hay muchas opciones que volveríamos a tomar a pesar de los pesares y del desgarramiento.
Y aunque, gracias a la experiencia que vivimos con nuestros hijos, tenemos la capacidad de comprender a nuestros padres, estamos agotados. Porque, aunque los angustiados sean los jóvenes que a esta altura del año soportan con dificultad el estrés, nosotros, los que convivimos con ellos, ¡ya no damos más!
Ya llevo varios días, buscando las palabras para empezar a hablarles, y he fracasado. No hallo en el montón de ideas que se confunden en mi cabeza la mejor manera de comenzar estas líneas dirigidas a unos adolescentes.
He perseguido inútilmente esas frases que utilizamos y esas  oraciones sobrecargadas de epítetos y metáforas que suenan tan lindas aunque a veces no se entienda su verdadero significado.
Dicen que la mejor manera de acercarse a un adolescente es a partir de la propia experiencia, a partir del testimonio de una vida que fue y que en los recuerdos aún se repite cada vez que la buscamos en el cajón de los tiempos extraviados, no lo sé.
Recientemente visité La Grita, la aldea donde me crié para tratar de encontrar el reloj de ayer y volver a respirar el aire de los tiempos idos.
Volvimos a estrechar la mano de la neblina que descendía furiosa para despertarnos por las mañanas y nos arrullaba por las tardes. Nuevamente vimos vencerse el sol tras las elevadas cumbres y esperamos, con la fe de los inocentes, que la promesa del día siguiente se cumpliera.
Visitar aquel paraíso es visitar los lugares de mi historia, no de aquella formal y muchas veces infame que se escribe o se miente en los libros, sino de la otra, de nuestra historia, del paso de los que antes eran mis amigos que atravesaron las mismas calles, visitaron los mismos parques y se sentaron a consumir las mismas almojábanas.
Hoy mis nietos, los morochos,  viven la misma edad que yo estoy rememorando. Para mi son recuerdos, para ellos es presente y porvenir.
Solo deseo que nunca dejen de soñar; que nunca olviden las raíces, que nunca el camino se les llene de telarañas,  que nunca extravíen el rumbo de la aurora, que nunca le cedan espacio a la derrota.
Dentro de muchos años, seguramente ya ancianos le contaran a sus nietos añejos relatos de antiguos amigos para reescribir la historia de los hombres verdaderos.
Morochos: Esto parece una utopia, porque cuando uno es un adolescente no se sienta todas las tardes a meditar sobre la trayectoria que va tomando su existencia, ni tiene diálogos filosóficos en un café, ni se cuestiona la vida con la serena distancia que los años nos regalan. Cuando uno es joven no hay tiempo para detenerse a mirar las rosas, aunque nunca más las rosas estarán tan frescas y tan puras; cuando uno es joven se lanza a la aventura de los mares agitados sin mirar atrás, sin pensar en la próxima orilla, sin preguntar si hay provisiones, arrastrado por el impulso de una sangre que galopa sin riendas, que se siente infinita y que no conoce sino el éxtasis.
Cuando menos nos damos cuenta, ya cruzamos la línea y sólo allí entendemos que no es la única ni es la definitiva, que es tan sólo una más de las muchas que se nos irán poniendo al frente para que tomemos las decisiones que nos van a ir formando a través del camino.
Aquí estoy… intentando decirles  que el cielo es la promesa para el esfuerzo y que al doblar la esquina encontrarán que los está esperando la felicidad.  La felicidad es una especie de remanso donde nos sentimos tranquilos con nosotros mismos y con la gente que nos rodea, es saber que valemos la pena y que quienes deben saberlo lo saben de memoria… Es amar y ser amado.
Atrévanse a ser más grandes que sus miedos y álcense sobre las tentaciones del camino. No están solos, eso lo saben bien, no permitan que nadie venga a arañarles el alma; jamás pierdan de vista los ojos de quienes los aman.
felipeguerrero11@gmail.com

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