Continuidad y ruptura. Así transcurre la
historia, pero no de modo alternado sino, reproduciendo a Trotsky, de modo
desigual y combinado, lo que en otras palabras significa que, aún en medio de
las más profundas rupturas, el futuro mantiene un hilo de continuidad con el
pasado de la misma manera que en los momentos más apacibles de continuidad
suelen acumularse contradicciones que llevarán mas tarde a otros momentos de
ruptura.
Esa es la razón por la cual no pocas veces aquello que comienza como
revolución termina convirtiéndose en contrarrevolución. Así ha sido, así es y
así será.
Para poner algunos ejemplos: Napoleón
restauró la estructura de dominación monárquica en nombre de la revolución.
Stalin restauró la estructura zarista en nombre del comunismo. Fidel Castro
restauró las estructuras de las dictaduras militares latinoamericanas en nombre
del socialismo. Mao restauró la dominación de los mandarines (el partido) en
nombre de la revolución campesina, y Deng Xiaoping, comenzó a construir el
capitalismo en nombre del maoísmo.
Fue el mismo Marx quien señaló en su
Manifiesto que la burguesía después de haber sido revolucionaria, había entrado
a "su forma conservadora de vida". Los reaccionarios de hoy, quiso
decir el darwinista Marx, han sido los revolucionarios del pasado; y es lógico
y natural que así sea, pues todo lo nuevo será alguna vez viejo y, por lo
mismo, históricamente obsoleto. Es la ley de la vida.
Ahora bien, de los ejemplos nombrados
podemos, entre otros, destacar tres hechos importantes:
El primero es que la ideología que cubre cada
periodo histórico no es coincidente con los procesos que objetivamente tienen
lugar. Así por ejemplo, el jacobinismo fue la ideología de la modernización
política de Francia y el socialismo la ideología de la revolución industrial en
países económicamente atrasados como Rusia. En el caso latinoamericano, para no
ir tan lejos, hay un episodio clásico que muestra de modo preciso la
disociación que se da entre ideología y práctica en los procesos de
transformación histórica. No, no me refiero todavía al chavismo. Me refiero al
peronismo.
La ideología de Perón, como casi todo el
mundo lo sabe, era mussoliniana. Pero en lugar de ser construido un orden
fascista como en Italia, tuvo lugar en Argentina la incorporación populista de
los sindicatos obreros a posiciones de poder, en conjunto con la movilización
de las grandes masas, en el marco de una industrialización pre-peronista,
socialmente excluyente y políticamente oligarca. Ese ejemplo puede hacerse
extensivo al tema del chavismo a partir de 1999.
Chávez, como también es sabido, hizo uso y
abuso de arcaicas ideologías socialistas, pero solo para cubrir un periodo en
el cual se intentó integrar al juego del rentismo petrolero a sectores
tradicionalmente excluidos. En cierto modo, mediante la restitución de
ideologías obsoletas, fue llevada cabo durante Chávez la transición de la
"política de grupos" a la "política de masas", transición
que ya había tenido lugar en diversos países latinoamericanos, pero mucho
tiempo atrás.
El segundo hecho a destacar es que habiendo
sido cumplida una determinada tarea histórica, tales regímenes entran en un
inevitable proceso de descomposición, la que se manifiesta de modo moral
(corrupción) e incluso de modo ideológico. En el caso venezolano por ejemplo,
hoy vemos a quienes ayer fueron iracundos marxistas, referirse a Dios y a la
Virgen con una devoción que cualquier franquista envidiaría. Una muestra entre
tantas de como "la clase de estado" (Poulantzas) ha entrado a su
forma no sólo conservadora, sino reaccionaria de vida. En ese sentido si Chávez
representó el momento de la transformación social de Venezuela, Maduro, su hijo
putativo, representa el momento de la descomposición reaccionaria del chavismo.
El tercer hecho a destacar es que tanto el
periodo que ya está terminando, como el que está comenzando, se expresan de
modo personalista. El que está terminando, se expresó en la persona de Hugo
Chávez Frías. El que está comenzando, se expresa y expresará en la persona de
Henrique Capriles Radonski. Eso quiere decir que, si desde una perspectiva
cronológica Maduro aparece como continuador de Chávez, desde una perspectiva
política su continuador deberá ser Capriles
Chávez y Capriles -no se necesita ser adivino
para saberlo- serán considerados por los próximos historiadores como los dos
más importantes líderes venezolanos de las primeras fases del siglo XXl. Razón
por la cual vale la pena detenernos en el "punto de quiebre
histórico" que está teniendo lugar con el descenso del chavismo y el ascenso
del -así será quizás llamado- “caprilismo”.
Veamos: Aceptando incluso la tesis -muy
verificable- de que los avances sociales de la era Chávez fueron inferiores a
los que tuvieron lugar en otros países de la región durante el mismo periodo,
en Venezuela lo destacable fue la incorporación simbólica del “pueblo” al
estado. Eso quiere decir que multitudes de pobres suburbanos y agrarios se
vieron reflejados en el espejo del poder estatal. En Chávez, para decirlo en
breve, los pobres veían a uno de ellos ejerciendo la presidencia. El chavismo
fue –algún día habrá que discutir esa tesis- menos que socioeconómico, un
fenómeno cultural e incluso psicológico.
En Chile, Brasil, Perú, Colombia y otros
países de la región en los cuales tuvieron lugar políticas sociales exitosas,
los pobres lograron un mayor bienestar material que en Venezuela, de eso no
cabe duda. Pero en Venezuela se sintieron simbólicamente representados en el
poder, lo hubieran estado o no. Ese fue, a mi entender, el secreto del auge de
Chávez.
De esta manera, el primer paso que llevará a
Venezuela a la modernidad, el de la incorporación del pueblo al poder
simbólico, ya fue dado durante Chávez. El segundo paso, el de la conversión de
esa masa social en ciudadanía política activa, deberá ser dado en el futuro
próximo por Capriles. O dicho así: mientras Chávez fue el impulsor de la
transformación social, Capriles deberá ser, más temprano que tarde, impulsor de
la transformación democrática y política de la nación.
Esas son las razones por la cuales afirmo que
entre Chávez y Capriles, a pesar de todas las rupturas habidas y por haber, hay
un hilo de continuidad histórica. Capriles al menos lo ha entendido así.
Cuando en sus diferentes discursos Capriles
se refirió a la conservación de las misiones, no jugaba al oportunismo
electoral. Todo lo contrario; Capriles ha entendido, en contra de las capas más
retrógradas del antichavismo, que la creación de un orden democrático pasa por
la incorporación social y simbólica de los más pobres y no por su exclusión.
Eso no quiere decir -entiéndase bien- que la continuidad histórica que se da
entre Chávez y Capriles anula las diferencias entre ambos líderes. Estamos
hablando aquí -por si alguien no lo ha captado- de una continuidad en la
diferencia.
La diferencia entre el momento histórico de
Chávez y el que dirigirá Capriles explica a su vez las notables disimilitudes
políticas y personales que se dan entre ambos líderes.
Capriles, por ejemplo, no es un líder
mesiánico ni mucho menos un caudillo militar, como lo fue Chávez. Pero sí es un
líder político y democrático como no lo fue Chávez. Cada momento escoge a sus
nombres y no los nombres a su momento.
El precio de la transformación social
chavista ha sido por cierto enorme. No me refiero sólo a la debacle económica que
ya se anuncia con sus terribles secuelas inflacionarias y escasez de productos
básicos. Me refiero antes que nada a la erosión de las instituciones públicas,
a la degradación de la moral ciudadana, a la militarización de la política, y
no por último, a la subordinación ideológica del estado venezolano a la
dictadura militar cubana.
Debido a esas razones, el agotamiento
definitivo del chavismo ya estaba anunciado durante Chávez. De modo que nadie
faltará al respeto si afirma que Chávez murió justo a tiempo para preservar su
imagen redentora. Hasta en ese punto demostró habilidad. Si hubiera muerto un
tiempo después, habría tenido que comandar no su muerte sino la del régimen
chavista, tarea que endosó a Maduro. Maduro, desde esa perspectiva, es el administrador
de un “mientras tanto”, el de la agonía del gobierno chavista.
Ahora, visto el tema desde una perspectiva
inversa, las tareas que aguardan al inevitable ascenso de Capriles serán
enormes. La primera, quizás la más difícil, será desplazar del poder a la
oligarquía de estado, clase dominante formada durante el largo periodo chavista
bajo el amparo del autócrata. Cuando y como cristalizará formalmente ese
desplazamiento, nadie lo sabe. Lo único que se sabe es que desde un punto de
vista informal, ya ha comenzado. Luego vendrá la democratización del estado, la
desmilitarización de la política y por cierto, la reincorporación de Venezuela
en la comunidad de las naciones democráticas del planeta.
Pero quizás la tarea más difícil del tiempo
de Capriles será reconciliar políticamente a la nación, es decir, transformar a
quienes hoy son declarados enemigos en adversarios que disputan en buena lid
las zonas públicas del poder. Es por eso que en Venezuela reconciliación y
democratización son términos complementarios, casi sinónimos. Es por eso
también que la tan ansiada reconciliación nunca podrá venir desde el lado del
chavismo pues, de acuerdo a la máxima castrista que sustentan sus jefes
(Maduro, Cabello, Rodriguez, Jaua) el poder, una vez alcanzado, no se devuelve,
aunque sea al precio del fraude. Eso quiere decir que si es discutible si
durante el momento de Chávez hubo una revolución social, durante el momento de
Capriles tendrá que ocurrir algo muy parecido a una revolución política.
Pero seamos sinceros: las transformaciones
políticas que esperan a la Venezuela del mañana nunca habrían podido ser
pensadas si es que durante Chávez no hubiera tenido lugar la transformación
simbólica de las relaciones entre poder y pueblo. El periodo de Chávez fue,
como diría Hegel, una astucia de la razón histórica. Chávez, en cierto modo, ha
preparado la ruta de Capriles. Ese, reitero, es el hilo de continuidad que
unirá a Chávez con Capriles, aunque ninguno de los dos líderes lo hubiera así
imaginado y, mucho menos, deseado.
fernando.mires@uni-oldenburg.de
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