sábado, 27 de abril de 2013

EMILIO NOUEL V., LA MISMA IDEOLOGÍA DEMENCIAL, LA MISMA CEGUERA Y LA MISMA CATÁSTROFE


¿Qué fue lo que nos alejó de las utopías sino la barbarie de quienes pretendieron llevarlas a la práctica? Jean Daniel
Al final de su viaje para conocer lo que pensaba era la concreción -¡al fin!- de la utopía del paraíso socialista por la que había luchado, Arthur Koestler, escritor húngaro, fue  abatido por la más trágica decepción.
En su relato autobiográfico confiesa: ““Fui hacia el comunismo como quien va hacia un manantial de agua fresca y dejé el comunismo como quien se arrastra fuera de las aguas emponzoñadas de un río, cubiertas por los restos y desechos de ciudades inundadas y por cadáveres de ahogados”.
Dramática y desoladora metáfora. La puesta en práctica de una utopía destructora no había escatimado esfuerzos en su tarea absurda de instaurar la barbarie. Las cosas no marchaban como lo decía la propaganda de su Partido Comunista alemán, sino todo lo contrario; y pensar que él que se había imaginado la URSS como una gigantesca Manhattan con sus enormes edificios. 
En ese viaje realizado entre los años 1932 y 1933, la revolución bolchevique tenía instaurada casi 15 años, y las políticas colectivistas ya habían causado enormes estragos a la economía, unos cuantos millones de personas habían muerto de hambre y miles de harapientos deambulaban por las ciudades luchando por obtener un mendrugo de pan a cambio de iconos religiosos.
Uno de los aspectos que vale la pena traer a colación de aquel relato dantesco, es el relativo a las consecuencias de aquellas políticas desastrosas para los ciudadanos. Sobre todo, por lo que hemos vivido en Venezuela en los últimos tiempos en materia de suministro de alimentos e inflación, que de no ser corregido podríamos caer en situaciones como las descritas por Koestler en su viaje hacia una amarga desilusión.
En un pasaje cuenta: “las tiendas de la cooperativas, que, según era de suponer, tenían que suministrar a la población los artículos de primera necesidad, estaban vacías (…) en ninguna parte podían comprarse botas o vestidos, no había papel para escribir a máquina, ni papel carbón, ni peines, ni cacerolas…(…) cuando se sabía que había llegado a una tienda algún artículo de venta, la noticia se difundía, todo el mundo se lanzaba a comprar cepillos de dientes, jabón, cigarrillos, sartenes….allí donde la gente veía una cola, se precipitaba a formar en ella (…) cuando la cola era tan larga, la gente del extremo que no tenía idea de lo que se estaba vendiendo, se divertía tratando de adivinarlo o haciendo correr rumores”.
Cualquier parecido de esa situación con la realidad que se empieza a asomar en nuestro país, no es pura coincidencia. No son pocas las historias parecidas narradas por amas de casa venezolanas en estos días. Es la misma lógica, la misma ideología demencial y destructora, la misma ceguera y los mismos resultados nefastos.
Porque, mutatis mutandi, los controles estatales establecidos nos han conducido a una demolición paulatina de la industria nacional, a una escasez de productos  creciente, a una inflación descontrolada y a una caída estrepitosa de la inversión nacional e internacional. Es ya insoportable la escasez de divisas para la importación de materias primas y otros bienes necesarios para la manufactura y el comercio.
El gobierno pretendió enfrentar estos asuntos echando mano de las recetas fallidas de los gobiernos autoritarios colectivistas, y no alcanza a percatarse de que por el camino que va nos dirigimos al despeñadero.
Nicolás Maduro inicia su gobierno de legalidad y legitimidad dudosas manteniendo en el gabinete ministerial a los mismos personajes que nos trajeron a esta grave situación.
Ciertamente, no esperábamos algún cambio de fondo, pero dadas la endeblez del piso político y la carencia de liderazgo que muestra Maduro al interior del chavismo y de la fuerza quizás mayoritaria que tiene la oposición democrática, a cuya cabeza está un líder indiscutible, Henrique Capriles, se podía vislumbrar alguna modificación del talante de cara al país y los graves problemas que deben enfrentarse. Y son los económicos los que están estallando con más rapidez.
Así como es necesario, urgente y posible un diálogo general sobre el país, las circunstancias lo exigen, es perentorio concretar acuerdos sobre lo económico. Si este acercamiento no se da, está el precipicio esperándonos a todos, repito: a todos, sin excepción.
Aunque la crispación política ha llegado a cotas muy altas, y sobre todo, vemos a un gobierno reacio a sentarse a conversar, reconocer y respetar a las fuerzas opositoras, por parte de esta últimas deben agotarse los esfuerzos en tal sentido. Si el gobierno mantiene su cerrazón a las posibilidades de encuentro civilizado y no termina de aceptar que deben aclararse de una vez por todas los resultados electorales del 14-A, no quisiera pensar en lo que pudiera pasar entre nosotros no sólo en el campo de lo económico. 
Puesto que no deseamos la instauración definitiva de espantosas experiencias económicas totalitarias, como las contadas por Koestler, es por lo que insistimos en la necesidad del reencuentro del país con vistas a un cambio de rumbo.
“Venezuela somos todos”, repitió Capriles hasta la saciedad en su campaña electoral. Los demócratas responsables estamos abiertos a encontrar un camino de concordia y paz en beneficio del país. Allá los que la violencia, la perversidad y la intolerancia son su razón de ser y alimentan su alma. Si profundizan la deriva enloquecida hacia la que algunos voceros del gobierno apuntan en estos días, el fondo del barranco nos estará aguardando.
@ENouelV  

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