Otra vez aparece el debate, falsa disyuntiva, sobre votar o no votar. Es verdad que las experiencias, especialmente para la oposición, no terminan de ser completamente satisfactorias y, básicamente, por una razón: no gana. Y si no se gana, el sistema no es bueno. Es más, el sistema no sirve. Es decir, que si el resultado no es el esperado, entonces es fraudulento. Hasta ahora la argumentación es muy a lo chavista.
De hecho es lo que se escucha a cada rato en la batería misilística que conforman los medios gobierneros. No ganan nunca una elección, son ineficientes organizándose para elecciones, no tienen capacidad para movilizarse, no tienen liderazgo, sus candidatos han sido y son muy malos, nadie puede con el poder del chavismo, la gente les perdió confianza desde hace mucho tiempo. Y cosas por el estilo. Pero, esa no es la verdad. No es al menos toda la verdad.
El oficialismo, con la asesoría y participación directa del gobierno cubano, se montó todo un aparataje de control institucional, de manejo de los poderes públicos y, claro está, del sistema electoral que pasa por una red de manipulaciones y controles que, a punta de abusos y violaciones legales, le permite al gobierno salir airoso en la mayoría de las veces.
Ya se sabe hasta la saciedad que tanto las trampas de carácter técnico como el descarado ventajismo, son las bases del fraude. Unas veces más abierto, otras veces menos notorio. Su éxito no es legítimo en términos de credibilidad.
Pero tal vez el detalle más importante es que al gobierno le interesa hacerlo saber. Al equipo cubano detrás del trono le conviene que la gente sepa y sienta que son imbatibles, que hacen lo que les da la gana, que son unos abusadores y que no tienen ni freno ni quien los frene.
El objetivo es claro. Desestimular al votante. Hasta la cuña cubana que lanzó el CNE es un velorio, cargado de tristeza, gente sin vida ni alegría marchando hacia un destino oscuro y feo. Hasta Lincoln se hubiese declarado abstencionista con la cuñita de los zombies.
Ya se sabe hasta la saciedad que tanto las trampas de carácter técnico como el descarado ventajismo, son las bases del fraude. Unas veces más abierto, otras veces menos notorio. Su éxito no es legítimo en términos de credibilidad.
Pero tal vez el detalle más importante es que al gobierno le interesa hacerlo saber. Al equipo cubano detrás del trono le conviene que la gente sepa y sienta que son imbatibles, que hacen lo que les da la gana, que son unos abusadores y que no tienen ni freno ni quien los frene.
El objetivo es claro. Desestimular al votante. Hasta la cuña cubana que lanzó el CNE es un velorio, cargado de tristeza, gente sin vida ni alegría marchando hacia un destino oscuro y feo. Hasta Lincoln se hubiese declarado abstencionista con la cuñita de los zombies.
La clave está entonces en varios eslabones de la cadena que conducen todos a lo mismo: no se puede dejar de votar. Elegir es la única arma para devolver el país al camino democrático y hacia un horizonte de crecimiento económico, verdadero crecimiento. No esta cómica numérica que presenta Giordani y Merentes. Los eslabones implican cubrir las mesas con testigos, lograr las mejores condiciones para garantizar la voluntad popular, frenar el ventajismo aplicado con los recursos del Estado, las Fuerzas Armada, Pdvsa, ministerios o alcaldías. Y votar. Votar masivamente. Sin el complejo ni el temor que inoculan desde Cuba.
Desde donde mandan.
erojas@eluniversal.com / Twitter: @ejrl
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