Entre judíos y cristianos hay la coincidencia
de mirar la historia del mundo como una lucha histórica entre el bien y el mal,
o lo que es lo mismo, entre Dios y Satanás.
En la política venezolana la presencia
creciente de signos religiosos en ambos bandos nos ha llevado a una
polarización extrema. No será tanto porque el concepto religioso de bien y mal
sea absoluto. Debe serlo porque la conversión del chavismo en religión, signo
que fue señalado por la encuestadora @hinterlaces entre los descubrimientos de
sus estudios de opinión, ha sido respondido por el candidato opositor con una
indicación de ser la nuestra una lucha entre el bien y el mal. Se supone que
los electores escogerán al bien y no al mal, determinando de esta manera una
cuasi verdad teológica.
El tema que nos planteamos algunos
venezolanos es que quizás esta lucha entre el bien y el mal sea una falacia. No
hay duda que el bien existe, pero tenemos serias dudas sobre la existencia del
mal. Quizás podamos acotar que padecemos una escasez de bien.
Hemos llegado a los extremos de señalar
apellidos como pecado, frente a lo cual observamos una simple curiosidad:
Capriles y Radonsky son judíos ambos, sefardí o “marrano” el primero y
esquenazi (o de Europa oriental) el segundo. Maduro y Moros son ambos sefardíes
o “marranos”. Recordemos que se dio en llamar “marranos” a los judíos
españoles obligados a convertirse al
catolicismo pues a pesar de ello conservaron aversión por la ingesta de carne
de cerdo. Nadie tiene derecho por esta coincidencia a proclamar inelegantemente
que estamos ante un enfrentamiento judío. Quizás sería mejor recordar que somos
un país tradicionalmente abierto a fuertes corrientes migratorias.
No pretendemos determinar buenos y malos
luego de haber asegurado que quizás todo se reduzca a una ausencia de bien. No
obstante cabe preguntarnos con qué valores se mide esta dicotomía falsa y
pensamos que lo es con una de relativismo moral. Más que divagar sobre este
tipo de criterio que podría llevarnos a meternos en la cultura, en el medio
social o en los parámetros de la época, podríamos más bien concluir en un
simple despropósito: la política en Venezuela ha asumido valores de guerra
religiosa para sumarnos un nuevo vicio, el del relativismo moral para jugar al
poder.
En ese sentido, y contra todos los valores
que han caracterizado a este país, casi se nos reproduce una guerra de
religión, casi divididos entre católicos y hugonotes como en Francia de
1562-1598 o tal vez involucrarnos en conceptos como el de “guerra santa” o el
de “guerra justa”.
Si queremos recordar más la implicación de
relativismo caemos en el territorio de una república obsoleta. Los
razonamientos dados por el opositor para justificar su candidatura, basándose
en citas repetidas “no podemos dejar…”, demagogia elemental, o el uso excesivo de la muerte del presidente
por sus partidarios nos sitúan más bien en una parodia de relativismo. Era de
esperarse, hasta cierto punto de manera lógica y natural, que la campaña
electoral subsiguiente a la muerte del presidente tuviese un giro marcado en
torno al hecho, pero los excesos de ataque sobre un inmodificable estado de
opinión constituye torpeza, como el uso exagerado del cadáver. Al menos
desistieron los oficialistas de una enmienda constitucional inmediata para
hacernos votar junto a la elección presidencial por una medida destinada a entronizar
a Chávez al Panteón Nacional.
Tendremos elecciones el 14 de abril, lo que
significa que el cese de la campaña obligado de los días previos no será tal,
dado que volveremos a ver la celebración de los acontecimientos del 12 de abril
de 2002 planteados como fecha victoriosa y no como abuso o transgresión de
lapsos de campaña. Es que este país venezolano nada es casual. Ante el anuncio
de la venta de Globovisión, el propietario Guillermo Zuluoga dirige una carta a
sus empleados donde incluye esta frase: “El año pasado, tomé la decisión de
hacer todo lo que estuviera en nuestro poder, a riesgo del capital de los
accionistas y conscientes de las implicaciones que esta actitud podría traer,
para lograr que la oposición ganara las elecciones de octubre”.
Las guerras, como la que se nos ofrece con
traje de democrática campaña electoral, siempre deben ser teñidas del
componente religioso como elemento movilizador. De allí este falsificado
enfrentamiento del bien y el mal. Siempre se trata de crear un héroe, uno que
no murió por muerte natural sino asesinado por algún adversario imperialista.
Como siempre que se va al combate político en los términos de relativismo moral
los fanáticos de ambos bandos, en su búsqueda falsa de encarnar el bien y de
derrotar al mal, demuestran la obsolescencia de esta república nuestra. Los
términos de la batalla son lejanos, inadecuados, cómplices y miserables. La
única acción religiosa que lograrán será la de un funeral por la difunta
república y no será precisamente un funeral de Estado.
tlopezmel@gmail.com
@teodulolopezm
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