Debe preguntarse: "¿Cuál es legado político que quiero dejar a los venezolanos?" Si se cree de verdad ser un David frente a un Goliat, que escoja muy bien la piedra que va a lanzar.
El discurso de Henrique Capriles la noche del
10 de marzo fue simplemente extraordinario. Quizás el mejor discurso político
que haya pronunciado en su vida. Por primera vez, desde que asumió la
candidatura de la oposición hace 11 meses, se mostró en perfecta sintonía con
el sentir de quienes viven la cruenta realidad de este país. Tuve la impresión,
y él mismo lo ratificó cuando dijo que había estado en consultas últimamente
con una amplia gama de ciudadanos, que Capriles por fin se había abierto a
escuchar opiniones diversas, que había derrumbado por fin el muro infranqueable
que sus operadores en el Comando Venezuela habían erigido para mantenerlo
apartado de las corrientes disidentes en la MUD, y aún más lejos de lo que sus
voceros llamaban despectivamente “los radicales”.
Cuando un político va a pronunciar un
discurso clave que dará el tono para toda su campaña, suele recurrir a
encuestas que lo ayudan a definir con precisión no solamente los temas más
importantes para su público target sino también sus propias fortalezas como
candidato y desde luego las fortalezas y debilidades de su contrincante.
En este sentido, el discurso fue casi
perfecto. Tocó las teclas que había que tocar. Primero, mantuvo un alto grado
de respeto para el difunto. A la vez, en
una maniobra de jiu-jitsu político magistral, señaló al PSUV y sobre todo al
entorno presidencial, mencionando por su nombre a quienes lo integran, como
aquellos que habían faltado al respeto de su presidente. No observaron ni un
minuto de silencio en la ceremonia de juramentación de Maduro en la Asamblea
Nacional. Y nos hizo recordar que, desde
hace por lo menos diez años, los fieles seguidores de Chávez vienen culpando no
al presidente sino al entorno presidencial por las promesas incumplidas, la
corrupción y la ineficiencia de su gestión. Allí metió el dedo en la llaga.
Dijo que Maduro y Cabello encabezaban ese entorno maloliente, y que lo único
que les importaba, a diferencia de Chávez, era el poder y el dinero, pero no el
país, y aún menos el pueblo. Quitó el manto de santidad en el cual se habían
arropado e hizo hincapié, dirigiéndose a los mismos seguidores de Chávez, en la
diferencia que existe entre Chávez la figura redentora y los oportunistas que
lo rodean.
El hilo central del discurso fue el de La
Mentira, la característica que más define el régimen. Capriles citó a su
abuela, quien le enseñó a siempre decir la verdad. Y de allí dirigió una
verdadera ráfaga de balas retóricas contra su contrincante, a quien ahora llama
Nicolás, de tú a tú. Dijo que Nicolás mintió al afirmar que había
sostenido una sesión de trabajo de cinco horas con Chávez semanas atrás.
Aseveró que Chávez no murió el 5 de marzo, sino días, semanas o posiblemente
meses antes. El tema no tiene nada de
nuevo, está en la calle desde hace tiempo, no solamente en Altamira sino en
todo el país. Lo importante no es que se sepa y se hable de ello, sino que sea
el mismo Capriles quien lo haya señalado
y, además, con crudeza. Nadie, salvo los más fieles seguidores de Chávez, cree
el guión que el régimen ha montado y
sigue promoviendo, y dichos seguidores no sobrepasan el 30% de la población.
Capriles está en pie de guerra, y su discurso
lo demostró. Sus seguidores, sobre todo los que se sintieron defraudados el 7
de octubre cuando tiró la toalla y de una manera abyecta y dócil aceptó una
derrota sumamente cuestionada, seguramente se sentirán reforzados en su fe.
Sin embargo, quienes seguimos con lupa la
mecánica electoral y hemos tomado el tiempo requerido para investigar a fondo
exactamente cómo el gobierno manipula las elecciones, tenemos graves dudas
sobre la estrategia trazada hasta ahora por Henrique Capriles. En resumen, no vivimos en una democracia, ni
siquiera en una autocracia, donde se cuentan todos los votos, como afirman
repetidamente los voceros de la MUD, sino en una malandrocracia, donde se
fabrican votos al antojo del régimen. Si todavía existen dudas al respecto les
remito a la página web de la ONG Esdata, http://esdata.info/2012, donde las
discrepancias entre la versión oficial y la realidad de lo que ocurrió el 7 de
octubre están plasmadas.
En términos simples, se llama fraude. No
triquiñuelas, ni ventajismos, ni trampitas. Fraude. Díganlo de una vez. No
tengan miedo de pronunciar esta palabra que tiene atemorizados a algunos
opositores bienpensantes. Lean sobre
todo el informe Febres Cordero – Márquez, donde los datos demuestran que en el
mejor de los casos para Chávez la elección quedó en un empate técnico.
¿Qué hacer? Un creciente porcentaje de la
población cree que a pesar de su falta real de apoyo y sus profundas
contradicciones internas, los malandrócratas que manejan el régimen no
abandonarán nunca el poder por los votos, y cueste lo que cueste siempre
lograrán una ficticia “victoria electoral” con un ataque de fuerza bruta en las
urnas, como en efecto hicieron hace 5 meses.
A mi juicio tienen razón.
Entonces la estrategia de Capriles no debería
apuntar únicamente a ganar unas elecciones que nunca podrá ganar bajo las
condiciones actuales, sino también demostrar a los ojos del mundo que las
elecciones en Venezuela son una farsa. ¿Cómo hacerlo? En principio se debería
presentar incondicionalmente una serie de exigencias básicas a fin de aclarar
dudas sobre la confiabilidad del sistema.
En nuestro caso, por ejemplo, sería exigir que haya equilibrio en la composición de la junta directiva del CNE; que se haga una auditoría independiente del registro electoral (el cual no ha sido auditado exitosamente en más de diez años, durante los cuales la población creció en un 14% y el Registro Electoral en 58% entre 2003 y 2012); que se retiren las máquinas captahuellas de todos los centros electorales (en ningún país del mundo se usan estas máquinas para asegurar –supuestamente– la identidad del votante, y nadie en su sano juicio en un país democrático propondría que estuvieran ¡conectadas a la máquina de votación!); que se utilice tinta verdaderamente indeleble; que se retiren las laptops que miden el tráfico (e identifican a los votantes) en la entrada de los centros electorales; que se retiren las milicias de los mismos… y una cantidad de otras medidas para eliminar ‘trucos’ que en este momento dan una enorme ventaja al régimen.
Al hacer públicas estas exigencias, y
amenazar con no reconocer los resultados si no se cumplen, no solamente se
pondría al régimen contra la pared, sino que se atraería la atención de los
medios internacionales y se enfocaría el relato en la confiabilidad –hasta
ahora poco cuestionada– del sistema electoral.
La objeción principal que se ha oído a esta
propuesta (que fue planteada por cierto en junio del año pasado a Armando
Briquet del Comando Venezuela) es que no hay tiempo. No hay tiempo para una
auditoría, no hay tiempo para esto o lo otro. Pero si el propósito no es lograr
que se cumplan las exigencias (que por supuesto nunca se cumplirán) sino
demostrar que el régimen está jugando con cartas marcadas, basta con exigir
sólo UNA medida, una medida que apunta a la esencia emblemáticamente perversa
del sistema electoral venezolano.
Esta exigencia sería el retiro de las captahuellas. Los mismos técnicos de la MUD –y en particular Mario Torre, el gran defensor del sistema (ver http://bitakoraeva.blogspot.com/2012/07/video-sobre-el-sai-mario-torre-21-julio.html)– confiesan que no funciona el sistema de captahuellas-con-máquinas de votación SAI (acrónimo del Sistema de Autenticación (sic) Integrada) y sólo sirve para amedrentar al votante. De hecho, la mera existencia del SAI en los centros de votación viola dos preceptos sagrados del sufragio libre, según la misma Constitución de 1999, el Acuerdo de San José de la OEA, y la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU sobre la libertad del voto y el secreto del voto.
¿Entonces? ¡Fuera captahuellas! El CNE tiene
30 días para no conectar las captahuellas en las mesas de votación. ¿Es
factible hacerlo? Por supuesto. ¿Lo hará el CNE? Por supuesto que no. Pero allí
está el detalle. Henrique se habrá pronunciado públicamente, de manera firme y
enfática, en contra de un sistema de control social ‘orwelliano’. Si tiene bien claros sus principios, si tiene
el valor de defender a capa y espada el derecho al sufragio libre de los
ciudadanos y encuentra el coraje de lanzar un muy contundente ultimátum al
régimen, que se pronuncie: “Si no retiran las captahuellas, que sólo sirven
para infundir miedo en el votante, ¡no reconoceremos los resultados electorales
la noche del 14 de abril!”
Así se crea un impacto mediático contundente
e internacional. Y así se devela un régimen neo-totalitario que usa elecciones
fraudulentas para legitimarse a los ojos del mundo.
Henrique Capriles debe leer cuanto antes los
siete informes reseñados en dos de las publicaciones académicas y científicas
más prestigiosas del mundo, The International Statistical Review (6 diciembre
2006) y Statistical Science (noviembre 2011) que demuestran el fraude
tecnológico de las elecciones de 2004, además de los informes citados
anteriormente en este artículo. Y debe pensar muy bien su estrategia. Debe
olvidarse (si ya no se ha dado cuenta) que le será imposible ganar estas
elecciones, aun teniendo una mayoría de los votantes a su favor.
Debe preguntarse: "¿Cuál es legado político que quiero dejar a los venezolanos?" Si se cree de verdad ser un David frente a un Goliat, que escoja muy bien la piedra que va a lanzar.
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