domingo, 3 de marzo de 2013

ASDRÚBAL AGUIAR, MUERTA LA CONSTITUCIÓN, TODO CABE, CRÓNICAS DE FACUNDO

Quizás queden pocas horas, o algunas semanas, o algo más o menos para que se cierre en Venezuela el “pontificado” de Hugo Chávez. Y el más o el menos ya no depende de él, pues sus “camarlengos” y pretendidos sucesores - Maduro y Cabello - se han encargado de torcerle hasta su voluntad postrera - volver al redil constitucional democrático - para llevar el reino de la mentira y el engaño instalado hasta el paroxismo. Nunca como ahora, por lo mismo, la cuestión central que tenemos por delante los venezolanos es nuestra reconciliación con la verdad y su condición fundamental, la transparencia.
De poco sirve remendar pequeñas partes de nuestra cotidianidad – asegurarnos el pan de cada día, pedir condiciones para los actos electorales – si lo primero no ocurre, en pocas palabras, si no entendemos el costo muy gravoso que al final, para todo y para todos, tiene la poca importancia de nuestro culto a la verdad. Ningún logro es estable o rendidor en un mundo de simulaciones, menos en el campo de lo electoral.
En los predios del engaño, la manipulación, la perturbación del significado de las palabras y de las cosas, son imposibles la comunicación y el diálogo reclamados por el orden civilizado, no solo ciudadano, y menos la Justicia. Allí encuentran su mejor asiento la corrupción, el crimen, la traición como hábitos de vida. La democracia es, en contrapartida, encuentro de los diferentes sobre el camino de la confianza.
Desde inicios de la modernidad se afirma bien que sólo existe Constitución - la verdad civil o de los laicos - allí donde son garantizados los derechos humanos y al efecto se divide el poder del Estado y se contiene el poder personal arbitrario de los unos – o de uno – sobre los otros. Y cuando lo último ocurre siempre ha lugar al despotismo, que se funda en el desprecio por los otros, al subestimárseles y considerar que requieren de tutela permanente, sea autoritaria, sea ilustrada, sea utilitaria.
Así las cosas, en la hora corriente lo que cabe es que demandemos y nos demandemos servir a la verdad. Desatar el nudo de la situación de Chávez y respetar la Constitución. Lo demás viene por añadidura.
Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, barriales que apenas son –   suerte de “dientes rotos” diría Pedro Emilio Coll – de la jornada del 4F y 27F, hoy mienten como siempre y de manera contumaz. Ocultan la verdad sobre su líder. Manipulan su tragedia abriéndole espacios peligrosos a la incertidumbre. Horadan su dignidad al borde de la muerte, tanto como éste horadó, sin miramientos, la dignidad del pueblo al que manipuló con su simulacro de revolución y quien lo aceptó minado por la ilusión.
Pero otro tanto cabe decir de la oposición al régimen, en tono autocrítico. Sus actores matizan las realidades - políticas e inconstitucionales - que hacen posible lo anterior. Arguyen costos de oportunidad o comportamientos "responsables" para no atizar el fuego y la violencia. La actitud "atenuada" y dispar asumida ante la "sentencia de la mentira", dictada por Luisa Estella Moralles y los suyos desde el TSJ para disfrazar el absurdo de verdad, ha implicado comparsa con el engaño: “Chávez no está pero no está ausente, o gobierna sin gobernar”.
La incertidumbre es lo contrario a la seguridad. Sólo hay seguridad allí donde existen reglas y son respetadas en sus contenidos, no como formas para enmascarar al engaño.
En fin, somos un país cuya Constitución, cuyo referente cotidiano para la verdad, ha muerto. Ha quedado enterrada bajo el imperio de la miopía. Y como diría Dostoievski, “si Dios ha muerto, todo está permitido”.
Y por ser exigencia vital, inherente al sentido más pleno y primitivo de la supervivencia, la búsqueda humana del piso firme, real y no aparente, sobre el cual posar la cotidianidad, su encuentro será indetenible. Nuestra hora de inexactitudes, por exacerbada, llegará a su final y ojalá pronto. Entonces habrá que escribir sobre la historia veraz de lo acontecido, de esta Torre de Babel vivida por Venezuela.
Se hablará otra vez, sin lugar a dudas, del 4F, y algún parangón  habrá que establecer con la igual circunstancia que vive Cipriano Castro a inicios del siglo XX y que repite Chávez a inicios del siglo XXI.
Uno y otro traicionan sus propósitos iniciales - aquel sus "nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos" y este su proyecto de "democracia humanista" - y le dan la espalda a quienes, de buena fe, los siguen en sus gestas.
A Castro se le atravieza en el camino hacia Caracas el célebre Grupo de Valencia, que lo rodea y corrompe. Y éste deja de lado y a la vera a los andinos, a los suyos. Y Chávez, en su tránsito hacia la Planicie y de allí hasta el Cuartel San Carlos y Yare, se deja secuestrar por los Castro de Cuba, por los Rangel, los Maduro y los Cabello, y la legión de sus “boliburgueses”. Deja en el olvido a los Comandantes, a los Urdaneta, a los Acosta Chirinos, e incluso a los Arias, a sus “Sesenta” en fin, que es el número de quienes se inmolan junto a El Cabito en su instante de ilusión e inopia y luego se arrepienten.
Papa Ratzinger le da término a su peregrinar elevándose en dignidad, por servir a la Verdad hasta su renuncia. A nuestro enfermo, oculto e imaginario, quien reside en algún lugar de Cuba o en Venezuela - nada se sabe - se le regatea su dignidad y hasta la de su familia, por los suyos de ahora, que son de utilería. Vive su tragedia, a la medida. Y la tragedia que nos deja como herencia encontrará solución, sólo y una vez como la mentira, hecha comportamiento social y política de Estado, quede enterrada junto a sus propaladores.
¡Calma y cordura!
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