Es casi una obviedad remarcar que la elección
de todo nuevo Papa rebasa siempre el plano religioso para inmiscuirse
rápidamente en el político. En nuestro país, por razones conocidas, el
acontecimiento histórico que vivimos el pasado miércoles 13 de marzo ya opera en
un nivel político claro, exacerbado por la proximidad electoral.
El “efecto Francisco” ya se siente con vigor
en Argentina, y hay quienes interpretan la elección de Jorge Bergoglio como un
punto de inflexión político para nuestra región, capaz de neutralizar o
desarticular ese flagelo llamado “Socialismo del Siglo XXI”, tal como Juan
Pablo II hizo con el socialismo del Siglo XX. Lo llamativo de esta
interpretación es que, correcta o incorrecta, se la ha escuchado tanto en
sectores kirchneristas como antikirchneristas, lo cual indica que (sea por
aversión cuanto por simpatía) esta posibilidad tiene un lugar en eso que los
sociólogos denominan “el inconsciente colectivo”.
La elección de Bergoglio como Papa es
disfuncional al kirchnerismo, no sólo por un pasado reciente de severos roces
entre el matrimonio presidencial y el Cardenal, sino también porque en el
esquema de poder concentrado y desmedido que pretende configurar el
oficialismo, la Iglesia ve renovado su protagonismo y puede contrarrestar
intentonas autocráticas en marcha. Es por todo ello que, cuando el gobierno se
enteró por un informe del embajador en el Vaticano Juan Pablo Cafiero, que Jorge Bergoglio tenía
alguna posibilidad de acceder finalmente al trono vacante en Roma, le ordenó a
aquél actuar de inmediato. La ofensiva consistió en un dossier que la
diplomacia argentina repartió entre los cardenales antes de que la fumata fuese
blanca, incriminando a Bergoglio con el último gobierno de facto a los efectos
de disuadir todo posible voto favorable para éste. Las autoridades del Vaticano
se negaron a desmentir esta información, a pesar de los insistentes pedidos de
la comitiva argentina en el acto de asunción.
Es así que la sorpresa del nombramiento de
Jorge Bergoglio como Francisco, no fue sólo del pueblo, sino también del
gobierno. Confiados como siempre en sus sucias movidas políticas, creyeron que
con los cuentos de Verbitsky bastaba para desacreditar al Cardenal argentino
frente a sus pares. Un discurso presidencial mal formulado y mal pronunciado
por una Cristina Kirchner que no podía disimular su ofuscación interior,
caracterizaron el desconcierto oficialista que marcó aquella jornada de júbilo
popular.
Los militantes que ese día escuchaban a
Cristina en Tecnópolis entendieron muy bien que para ella no había nada que
festejar. Así pues, cada mención que la mandataria hacía del nuevo Papa, era
acompañada por una ola de silbidos que reconfortaban el ego de la viuda de
Néstor. Mientras tanto, la televisión pública, que tantas horas le había regalado
al funeral de Chávez, prácticamente ignoraba el suceso histórico que acababa de
acontecer en Roma. Prefirieron transmitir Paka-Paka.
En el Congreso la cuestión no difirió. La
bancada de diputados kirchneristas no quiso interrumpir un homenaje a Chávez al
negarle a la oposición un cuarto intermedio para escuchar el primer discurso
del nuevo Papa argentino.
Al día siguiente otro discurso de Cristina y,
esta vez en Avellaneda, ni una sola referencia al flamante Papa. Sólo
autoelogios y derroches de vanidad, como acostumbra. La presidente no aguantó
que un argentino tuviera mayor importancia mundial que ella. Prefirió omitirlo,
mientras en la Legislatura el jefe del interbloque K, Juan Cabandié, retiraba a
sus diputados frente a un proyecto del PRO para “saludar” al nuevo Papa.
¿Qué fantasías pensaban los estrategas del
kirchnerismo en estos primeros momentos de Francisco? Pues probablemente hayan
fantaseado con reafirmarlo como enemigo del “modelo nacional y popular”,
etiqueta que ya le había sido impuesta durante sus épocas de Arzobispo. Una
guerra simbólica contra el nuevo Papa podría terminar de resquebrajar a la
sociedad en dos grupos bien diferenciados, como reclamó Ernesto Laclau al
kirchnerismo en varias oportunidades, condición que el filósofo estima
necesaria para el florecimiento de un populismo pleno.
Así se inició, entonces, el ataque mediático
contra Bergoglio. El asedio de embustes no provino sólo de Página 12, sino
también de 678, de grupos kirchneristas en las redes sociales que se dedicaron
a difundir información difamatoria y de referentes kirchneristas varios, que
desde Twitter despotricaron contra el nuevo Sumo Pontífice.
“Francisco
es a América Latina lo que Juan Pablo II fue a la Unión Soviética, el nuevo
intento del imperio por destruir la unidad latinoamericana” escribió el
antisemita Luis D´Elía. El director de Página 12, Horacio Verbitsky, calificó
la elección de Bergoglio como “Una vergüenza para Argentina y Sudamérica”. La
Decana de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata,
Florencia Saintout, sostuvo: “un Papa de derecha no podrá con el avance nuestro
americano”. La periodista K Cynthia García, del canal gubernamental, disparó:
“¿Cuánto tiempo tardará la Iglesia Católica en pedir perdón por haber elegido a
Bergoglio Papa? como mínimo, durante la dictadura fue cómplice”. La titular de
Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, siempre dispuesta a decir lo que
el gobierno le ordene decir, dijo que Bergoglio pertenece “a la Iglesia que
oscureció al país”. Finalmente, hasta la novia del presunto corrupto Amado
Boudou, Agustina Kämpfer, tuiteó: “Ay! No, no me pone contenta. No me llena de
orgullo. No”, la designación del argentino.
Pero las cosas cambiaron de golpe cuando la
historieta de Horacio Verbitsky se desmoronó frente a investigaciones serias y
frente a distintas voces que, desde organismos de Derechos Humanos
desvinculados del gobierno, acusaban la operación política difamatoria. A esto
debe sumarse, también, una euforia popular que no cesaba de festejar al nuevo
Papa. Pronto le avisaron a Cristina que las encuestas evidenciaban más de un
90% de adhesión a Francisco, mientras la popularidad de aquella sigue
decreciendo.
Por conveniencia y no por principios, el
kirchnerismo modificó radicalmente su estrategia y pasó, sin vacilar, del odio
al amor; del ofuscamiento a la algarabía; del rechazo al apoyo; del ceño
fruncido a los ojos empañados. José Pablo Feinmann, filósofo ultrakirchnerista,
no ha tenido reparos en decir que “Cristina baja la línea. Ella marca una línea
de que ‘este papa tiene que ser nuestro’. Hay que apropiarlo”. Entonces, como
el poder es ella y la verticalidad es absoluta, todos deben acatar lo que
Fernández de Kirchner ordena. Y su orden es apropiar a Francisco, lo cual
significa, hacer de su asunción una victoria simbólica del kirchnerismo (aunque
evitando decir que Néstor intercedió en los cielos por su elección, claro).
Todo se puso en marcha. D´Elía rectificó sus
mensajes en Twitter, diciendo esta vez que “Excelente Cristina representando a
40 millones de argentinos ante FRANCISCO I más allá de nuestras CREENCIAS u
OPINIONES”. El programa 678 pasó del agravio al elogio, al analizar la reunión
de Cristina Kirchner y Francisco. Los militantes de “Unidos y Organizados” y
“La Cámpora” se reunieron en un polideportivo de la villa Zabaleta para seguir
la transmisión de la entronización de Francisco, a pesar de que pocos días
antes lo habían silbado cada vez que Cristina lo nombraba en su discurso, y
habían llenado las redes sociales de información difamatoria y falaz. Guillermo
Moreno, mientras tanto, hacía colgar una gigantografía en la puerta del Mercado
Central, su territorio político, con el rostro del papa Francisco y la leyenda:
“La comunidad del Mercado Central te saluda y ruega por vos”. Y, finalmente,
Cristina ponía en práctica sus dotes de actriz y forzaba una mueca de emoción
al encontrarse en Roma con el nuevo Papa, que pocos días antes había sido tan
detestado.
Este cambio de estrategia no puede borrar un
pasado de ataques y agravios kirchneristas contra Jorge Bergoglio. Debemos
recordar, en efecto, que las relaciones entre el arzobispo porteño y el
matrimonio presidencial fueron pésimas. Néstor dejó de concurrir, desde 2005,
al tedeum de Bergoglio en la Catedral, y llegó a decir que “Nuestro Dios es de
todos, pero cuidado que el diablo también llega a todos, a los que usamos
pantalones y a los que usan sotanas”, en referencia a quien ahora es Sumo
Pontífice.
Lo que tanto irritaba a Néstor era la sincera
amistad que Bergoglio mantenía con opositores cristianos como Elisa Carrió o
Gabriela Michetti. Y por ello llegó a calificarlo como el “verdadero
representante de la oposición”.
Cristina continuaría con esta política de
aislamiento a Jorge Bergoglio que había iniciado su marido. Ella también se
negó participar en los tradicionales tedeum por el 25 de Mayo y jamás atendió
al Cardenal en ninguna de las catorce audiencias que éste le solicitó cuando
vivía en Buenos Aires y representaba a la Iglesia argentina.
Es sabido que ya se está pensando en una
visita de Francisco a la Argentina. Va a ser la manifestación más grande de
este siglo sin lugar a dudas y podría ser catastrófica para el gobierno. El
kirchnerismo sabe, por su parte, que hacer de Bergoglio un enemigo fue una idea
suicida ya rectificada. Pero su hipocresía es evidente para cualquiera con un
poco de memoria y sentido común. ¿Dejaremos que se “apropien” del Papa, como ha
sugerido José Pablo Feinmann?
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