Así se llamaba una telenovela colombiana escrita
por el mexicano Carlos Enrique Taboada, cuenta la historia de una ejecutiva
exitosa, compitiendo en el mundo de los negocios. Sus relaciones con un viudo,
con cuatro hijos que no la aceptan. Forman el clan de los Altamira, una familia
unida por el odio y la pasión por el dinero.
En Venezuela se ha hablado mucho de la
sucesión de Chávez. Se ha denunciado al clan de Barinas, su fulgurante
ascensión social y sus intereses económicos. Se analizan los pro y los contra
que representan cada uno de los herederos políticos. Por un lado encontramos a
los Castro apuntalando a Maduro para no perder su parte del pastel y por el
otro un sector militar, representado por Diosdado, un grupo que se resteó con
un golpe, han permanecido fieles el virtual “De cujus”, comprometidos en su
“revolución” y en una gestión que de conocerse bien pondría a más de uno en
dificultad.
Distraídos con la disputa en ciernes entre
los herederos, poco se ha hablado de la herencia que nos deja Chávez y su
pandilla.
En Derecho, una herencia es un patrimonio
activo o pasivo que una persona deja al momento que fallece. En biología es la
trasmisión de un carácter o fenotipo, de un organismo a su descendencia, lo
cual incluye rasgos físicos como conductuales.
Por extensión también se habla de herencia
social, en antropología moderna se define así a la cultura y en las ciencias
sociales a los hábitos y valores adquiridos. Consiste en la transmisión oral,
escrita y en representaciones de las ideas, ejemplos y realizaciones.
La cultura ha sido definida como “un todo complejo que incluye los conocimientos, las creencias, el arte, el derecho, la moral, las costumbres y demás aptitudes que el hombre adquiere como parte de la sociedad” (E.B. Tylor).
Tiene una importantísima función de
integración y de cohesión social, le da sentido tanto al concepto de familia
como al de nación. De alguna manera legítima las relaciones entre sus miembros
y las relaciones con los otros.
Una vez producida la cohesión en el seno del
grupo, la cultura, los valores comunes, las normas la dan un sentido a los
lazos que unen sus integrantes, creando relaciones más sólidas que los simples
nexos biológicos.
Las interrelaciones que se producen provienen
de la división de las responsabilidades, de la cercanía geográfica o del deseo
de perpetuarse y reproducirse. Ello deriva en la idea de nación, lo cual
permite que los hombres vivan juntos en paz sobre un mismo territorio y que
eventualmente en su defensa, puedan declarar la guerra a otras naciones con
otras culturas, otros valores y objetivos opuestos.
Atentar contra esos valores comunes es
atentar contra la unidad nacional, contra la supervivencia como país, contra la
seguridad de sus miembros, contra su razón de ser.
Una política gubernamental que incite al odio,
la angustia y al desorden público, solo busca crear un caos social, en el cual
los dueños del poder y las armas terminan tomando el control total de la
población, a fin de dirigirlos a sus intereses personales y no al bien común.
Se comienza dividiendo a los integrantes de
la misma sociedad, luego se procede a marginar al sector que no puede
dominarse. A los más débiles se les somete con la dependencia económica, con el
discurso manipulador, con pan y circo, con amenazas, con regalos que no
produzcan soluciones definitivas de progreso, sino el bienestar inmediato del
beneficio gratuito.
Se intervienen los medios de comunicación,
para controlar los mensajes que se pondrán al servicio de la destrucción de los
valores que nos definen, se instaura la irreverencia, la vulgaridad, los gritos
y los insultos, todo es válido para sembrar nueva ideas que destruyan el
producto de la civilización y permita los desmanes abusivos del autócrata.
Se permite la violencia en manos
irresponsables, que de manera impune van sembrando dolor y muerte, lo que trae
como consecuencia la destrucción de la felicidad, de las familias y del amor a
la patria que no ha abandonado a nuestra triste suerte.
Los autores del crimen saben que el pueblo
confunde el país con el gobierno y si el ciudadano concluye que perdió sus
nexos con su patria, tirará la toalla, se rinde o se va.
Paralelamente se toma el control de las
instituciones, no solo para manejarlas a su conveniencia, sino y especialmente
para producir en lo profundo del que resiste la desesperanza, del que se
encuentra indefenso y a su propia suerte.
La sucesión de medidas arbitrarias, el abuso
del poder y la prepotencia harán el resto. Solo falta que los recursos puedan
utilizarse sin ningún control, para regalarlos, robárselos, comprar conciencias
o votos, para que la destrucción de lo que siempre habíamos sido termine por
colapsar.
Una nueva cultura se instala como “herencia
maldita” de un régimen, dirigido por Fidel y Raúl Castro, quienes ya acabaron
con su propia nación.
La herencia que amenaza nuestra idiosincrasia
tenía todo calculado, menos al destino que se presenta en forma de enfermedad.
Ni contaba con la resistencia perseverante de una sociedad que nació libre y
democrática, con valores, que prefería ser pobre pero honrada y que se resiste
a irse o a dejarse dominar.
Una intensa operación de marketing y de
publicidad intenta llenar el vacío del presidente virtual, retenido en manos de
los nuevos jefes del país.
Afiches y carteles pretenden sustituir a
Venezuela por Chávez, como si la noción de país dependiera de la salud del
enfermo. La búsqueda desesperada por sustituir gerencia, eficacia, solución de
los problemas, gestión gubernamental y de los recursos, por un mito al que
pretenden idealizar, con sus rituales y su devoción popular.
Un país pierde cuando le roban su bonanza económica, el tiempo desaprovechado es irrecuperable, de los 300 millones de dólares diarios no queda nada, ni siquiera una carretera sin huecos.
Tan solo un foso profundo en el que se han
ido los sueños, la seguridad y el futuro, dejándonos como herencia la escases
de productos, perdida de los trabajos, deudas a otros países y la invasión de
las fuerzas de seguridad de los Castro.
Nos deja también las colas: en la autopista,
en el banco, en el supermercado, para comprar medicinas que no hay, para que te
atiendan en un hospital, para que te den una cita de CADIVI.
Heredamos la lista Tascón y la Maisanta
destinadas a la segregación. Nos deja presos políticos, expropiaciones,
exilados, victimas del hampa y a gente pobre manipulada por el temor a perder
sus dadivas.
Nos queda una Venezuela sin un camino, ni un
puerto, ni una fábrica, ni un colegio ni un hospital en buen estado, que se
pueda mostrar como resultado de la danza de millones. En cambio se arruinó la industria
y la producción agropecuaria.
Felizmente todo heredero es libre de aceptar
o no una sucesión, dispone de un tiempo delimitado para tomar su decisión, a
partir de la desaparición física del fallecido.
Una esperanza para Venezuela por que al
renunciar se liberará de la herencia negativa y no tendrá que sufrir más por
las deudas del difunto.
nelsoncastellano@hotmail.com
Ex Cónsul de Venezuela en Paris
Presidente de Venezuela-Futura, Francia
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