jueves, 28 de febrero de 2013

GUILLERMO HIRSCHFELD, LA REGIÓN MÁS VIOLENTA DEL PLANETA

Más allá de su crecimiento, America Latina deberá afrontar su principal desafío: La inseguridad
América Latina crece. Sin embargo, mientras la mayoría de sus países exportan materias primas, atraen inversiones, lograron reducir la pobreza --de manera espectacular en las dos últimas décadas, más de 20 puntos--, y se convierten en actores relevantes de un mundo cada vez más complejo, es innegable que uno de los principales desafíos que debe afrontar de manera urgente es el de la inseguridad.
A pesar del “auge” latinoamericano, lamentablemente América Latina es, hoy, la región más violenta del planeta. Las cifras ilustran este drama: El 31% del total de los homicidios cometidos en el mundo en 2010 se produjeron en América Latina, frente al 5% en Europa. La tasa de homicidios por 100.000 habitantes se ha disparado en los últimos años: El Salvador, Guatemala y Honduras forman el triángulo más inseguro del mundo.
El Salvador, con 71,1 homicidios por cada 100.000 habitantes, seguido de Honduras, 67, encabeza la lista mundial por tasa de homicidios. En lo alto de este triste “ranking” están también Guatemala (52) y Venezuela (49). Por comparación: Alemania (0,9). Estados Unidos (5). Chile (3,7). España (0,9). Singapur (0,4). En México, son ya casi 50.000 los homicidios vinculados con el narcotráfico en los últimos seis años. De las 50 ciudades con más de 300.000 habitantes de América Latina, 43 están situadas entre las más violentas del mundo. Además, la delincuencia es el principal problema para los ciudadanos en 11 países de la región. Por otro lado, el PBI de América Latina podría aumentar hasta un 9% si los índices de criminalidad en la región (25 crímenes por 100.000 habitantes) fueran similares a la media mundial (7,6 crímenes por 100.000 habitantes). La quintaesencia del populismo es el ejemplo más acabado: desde que Hugo Chávez llegó al poder en Venezuela las víctimas por homicidio se acercan a las 200.000. Como corolario de este “mapa” los índices de impunidad en América Latina son francamente alarmantes en algunos países que llegan al 95 % de los crímenes cometidos.
Cabe subrayar que cuando hablamos de una región en la que cada país representa un mundo diferente se incurre en inexactitudes, pero analizada en su conjunto, se puede afirmar que este problema se incrementa en la región y está lejos de ser solucionado si no se analiza con exactitud desde un enfoque integral y multifactorial.
La violencia en América Latina presenta diversas caras
La delincuencia callejera, las pandillas o maras en Centroamérica, el crimen organizado y los eslabones de su cadena: el terrorismo y el narcotráfico; los secuestros o la violencia en el ámbito familiar, la violencia sexual contra la mujer (500 episodios por día) constituyen un fenómeno poliédrico que representa uno de los peores retos a los que debe hacer frente la región.
Al tratarse de un fenómeno complejo la tarea de distinguir las causas también exige una visión amplia que contemple la mayor cantidad de variables de la transgresión a la ley penal para poder hacerle frente.
En primer lugar, no se puede negar que subyace un fenómeno sociológico. Cuando en grandes urbes se rompen los lazos funcionales que ahorman una sociedad civil con ciudadanos y oportunidades, la tarea desde la política con mayúsculas es restablecer esos vínculos de organizaciones de forma que sean funcionales al bienestar y al desarrollo del proyecto vital de las personas. La familia, la escuela, la comunidad forman parte del sistema de legitimación de estos vínculos sociales funcionales para los ciudadanos. En segundo lugar, el factor institucional es fundamental, anteponer un Estado de Derecho frente a un Estado paternalista y populista será decisivo para poder establecer sistemas eficaces contra el delito. Especialmente para elevar los costos de quien despliega una acción delictiva. Una sociedad que vive de la limosna del Estado incrementa la falta de respeto a la ley, en comparación con la sociedad de ciudadanos de clases medias. Por último, el papel del Estado para generar una igualdad de oportunidades que garantice una salida con cierta base, con educación, sanidad, y formalidad (tanto en variables como la laboral hasta los registros de la propiedad) y que generen ecosistemas favorables para clases medias.
Por otro lado, no se debe descartar que los individuos en cualquier entramado social realicen un cálculo racional de coste y beneficio a la hora de transgredir una norma No está en el ADN de ninguna región ser más violenta. Pero sí los elementos que convergen y nos llevan a estas dramáticas situaciones. Precisamente por ello es necesario trabajar en estos elementos de manera precisa.
Por ejemplo, la certeza de las penas, es decir la mayor impunidad que “ofrece” una sociedad a sus habitantes, la severidad de las mismas, los beneficios económicos obtenidos por cada crimen y los patrones éticos de los grupos sociales constituyen las variables de una ecuación; y no podrán obviarse en un correcto enfoque de lucha contra el delito.
Para terminar
La importancia de la seguridad estriba en que en la historia no ha existido organización humana que haya podido desarrollar procesos civilizatorios completos sin haber abordado como punto de partida el problema de la protección frente a la violencia. Precisamente cuando el Estado se muestra incapaz de garantizar esta protección, la privatización de la seguridad gana un peligroso terreno, tanto con los sectores desfavorecidos que buscan protección en mafias que funcionan como agencias como los ricos que viven en guetos, protegidos por agentes privados. Así, el Estado como principal garante de la seguridad pierde legitimidad generando un círculo vicioso.
Para brindar soluciones con políticas públicas eficientes se torna imprescindible una agenda de propuestas integrales que abarquen cuestiones como la legislación penal, hasta factores que van desde la profesionalización de las fuerzas de seguridad, la política carcelaria, la cooperación internacional y un relato cultural que encierre la observancia de la seguridad como un valor vehicular para garantizar derechos y libertades. Todo ello será ineludible a la hora de abordar este gran desafío en el que está en juego el futuro de Latinoamérica.
Sin embargo, a pesar de este flagelo, como siempre hay esperanza. Ningún país ni región está condenado al fracaso. Si las políticas son sensatas conseguiremos seguridad, libertad y desarrollo. En cambio, allí donde imperen el populismo, la improvisación y las malas políticas las cosas seguirán igual. Ninguna nación está condenada al fracaso ni tiene garantizado el éxito.

ghirschfeld@fundacionfaes.org
@hirschfeld1977
Guillermo Hirschfeld
Profesor de la Universidad Rey Juan Carlos de España
Coordinador de Programas para América Latina Fundación Faes

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1 comentario:

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