Todos esos países indiferentes ante nuestra
tragedia se escudan en los numerosos procesos de legitimación electoral que se
han llevado a cabo en este país; todos favorecedores en una forma u otra del
régimen castrochavista.
Si las organizaciones políticas acuden
silenciosamente, con unos presupuestos electorales exiguos -si los comparamos
con los del régimen- y en contra de un aparato propagandístico colosal en
medios, recursos, organización y coacción, y luego aceptan con santa pero incomprensible resignación las
sucesivas derrotas, proclamando incluso
"¡sin fraude!" como se
apresuró a decir Capriles el 7 de Oct pasado, sería poco razonable aceptar
acusaciones de autoritarismo y/o totalitarismo cuando están en juego ingentes
intereses económicos o monetarios que el gobierno maneja a discreción de
acuerdo con sus preferencias "revolucionarias" internacionales.
Lamentablemente la dirigencia opositora se
comporta a lo interno del país como si el escenario fuese el de una democracia
que resuelve sus tensiones a través de elecciones, mientras envía al exterior
mensajes de opresión y violación a los derechos humanos que generan sólo el eco
comprensible de una lucha partidista interna, intensa, pero democrática al fin
y al cabo.
Es precisamente esta actitud la que sume en
la incertidumbre y la decepción a una buena porción de la ciudadanía opositora
democrática que, a pesar de todo, con dudas y reticencias, termina demostrando
nuevamente sus profundas convicciones democráticas participando en unas
elecciones que sabe muy bien están manipuladas a favor del régimen por un CNE
chavista, integrado por una mayoría de rectores obedientes a los intereses de
la "revolución" y cuyo objetivo principal es el mismo declarado por
la Presidenta del TSJ: apoyarla.
Llama la atención el silencio de la MUD
respecto al sistema electoral; no solamente en lo relacionado con el abuso de los
recursos y medios públicos, sino del mismo mecanismo interno, digital, de las
votaciones, con el cual, además de la confiscación del acto ciudadano de votar,
de introducir una tarjeta en una verdadera urna electoral, también se le ha
confiscado el de escrutarlos, con lo cual ese hecho primario electoral ha sido
distorsionado y desvalorizado totalmente; pues después de apretar un botón en
la máquina electoral el elector recibe un ticket que deposita en lo que puede
ser una papelera pero nunca una urna electoral, que no garantiza nada, pues ni
sabe si será escrutado ni tampoco si el dato trasmitido a algún lugar de
totalización, de cuyo funcionamiento no puede tener idea, coincide con su
voluntad electoral.
Y no hablemos del REP que nunca ha sido
presentado a la población; ni a la prohibición de observadores internacionales
y de las encuestas a boca de urna, ni de la coacción a través de las
captahuellas o del nuevo punto de información, ni del nunca explicado largo
lapso entre el cierre de las mesas y la información oficial de los resultados,
sobre todo cuando el régimen se jacta de tener –por que es suyo- el mejor
sistema electoral del mundo.
Entonces, ¿quién puede creer en un país que con harta frecuencia legitima un régimen al que con la misma denuncia?
alejandropietri@gmail.com
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