miércoles, 2 de enero de 2013

ALICIA FREILICH, LA COMPASIÓN

Nada que ver con lástima, mucho menos con intransigentes, lo mismo judíos ortodoxos, católicos del Opus Dei, musulmanes fanáticos o practicantes afines de otras religiones, humildes santos que tantas veces lo son de la boca para fuera y en su vida diaria ejercen como oficiantes de la máxima crueldad en todas sus variantes. Se dan golpes de pecho y lloran suplicantes mientras rezan en sus templos y al salir son politicastros en el sentido total que tiene esta palabra en la actual Venezuela.
Sí, amigo lector, ordenan la prisión o muerte lenta de sus adversarios ideológicos y/o víctimas de un odio personal, niegan el perdón y hasta la posibilidad de un beso sinceramente fraterno a quienes lo piden por haber analizado sus errores cometidos en momentos pasionales y por eso ruegan la posibilidad de convertir el rencor en amistad no condicional. Nada. Los santurrones se sirven del resentimiento y el desprecio como herramientas de beneficio inmediato. A veces, improvisados, simulan sus perversiones en forma opuesta y metódica; por ejemplo, el adicto al sexo con infantes y púberes se vuelve maestro y hasta ministro que pretende modelar buenas conductas en sus oyentes, o el ignorante vengador cobarde usa su enferma compulsión comandando un país represivo, ilegalmente criminalizado. No hay que oírlos, hay que fusilarlos, gritó el heroico y todavía emblemático Che Guevara, modelo para criaturas siglo XXI.
En hebreo antiguo y moderno, mucho del arameo que hablaron Abraham, Moisés, Jesús otros personajes bíblicos, compasión es rajmanot, y ni siquiera se relaciona con caridad cotidiana ni con la hermosa Pietá, artísticamente famosa. Se trata de una condición especial de los apasionados, precisamente aquellos que en ocasiones o de por vida tienen la sagrada, divina posibilidad de ser auténticos, intensos hasta comprender-se-te-noslos, la capacidad de equivocarse y experimentar lo peor para alcanzar la inteligencia emocional, superación profunda de un daño que puede ser genético, impuesto, adquirido o seleccionado. De allí que en el muy sabio castellano ya españolizado e internacional, la palabra proviene de pasión más el prefijo latino co que significa literal y efectivamente unirse, compartir, ser pana, compañero, ver-oír-sentir a tu prójimo como si fueras tú mismo, juntarse, colocándote en su lugar y experimentando en esa real o virtual compañía idénticas emociones que puedes entender, disfrutar o sufrir, asimilando a fondo su sensación.
¿Predicamento inútil? Puede ser. Pero algo es seguro. Sobre todo actualizando en robo a Jorge Luis Borges, si se conoce la Historia universal de la infamia revolucionaria del siglo XX. Quien carece o desconoce la compasión termina destruyendo-se porque maldad y bondad son energías de igual potencia. No se necesita leer al Freud en librito de bolsillo ni tampoco ser elitesco paciente en el diván psicoanalítico, sino un común y corriente que hace esfuerzos por entender y practicar el adjetivo "humano" como urgente necesidad primaria de supervivencia decente.
Quienes son humanitarios por naturaleza o adquieren esa cualidad mediante pedagogía casera, escolar o religiosa, tienen el privilegio que permite dominar o encauzar el Tánatos, vocablo griego para nuestra mitad oscura salvajemente animal.
Y mediante el ejercicio político racional, lógica que regula la conducta colectiva desde principios democráticos inventados por el hombre, coexisten con esa otra mitad, la de Eros, luminosa y creativa.
De estos, precisamente, sí serán los breves pero placenteros reinos de este mundo.
alifrei@hotmail.com

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