El
intento de fortalecer los sistemas electorales introduciendo en ellos la
modernidad es de larga data. Así, el siglo XIX registra diversas tentativas de
mecanizar el voto. No obstante, fueron los avances tecnológicos del siglo XX
los que dieron la mano y, probablemente, propiciaron la automatización de los
procesos electorales.
Inicialmente,
las nuevas tecnologías se consideraron con absoluta y total naturalidad la
panacea para superar toda fragilidad de los procesos electorales. Al aparecer
procedimientos y recursos electrónicos, se asumió una relación causa-efecto
entre la incorporación de éstos y el fortalecimiento de los sistemas
electorales, sin dar importancia a las
vulnerabilidades propias de tales tecnologías, a preservar las fortalezas y
asegurarse de la superación de las debilidades específicas del respectivo
sistema, a establecer las consecuentes y necesarias adecuaciones de las
salvaguardas y tampoco se tomó suficientemente en cuenta la percepción,
comprensión y nivel promedio de los electores, entre otras sanas precauciones.
La
adopción de las nuevas tecnologías, en particular las de las comunicaciones,
fue abordada con diferente amplitud y ritmo según cada país que las incorporó
en su sistema electoral, de lo que surgió una también nueva y variada manera de
organizar y realizar los actos comiciales, así como de procesar sus resultados
Uno
de los aspectos de la automatización que más controversias ha suscitado es el
voto electrónico. La expresión suele comprender varias modalidades de votación,
medios electrónicos de emitir votos e instrumentos para contarlos. Puede
referirse, además, a la transmisión de votos por distintas vías.
El
acto específico de la emisión del voto, manual o electrónico, puede ser
presencial o remoto, con diversas formas. El voto a distancia o remoto puede
ser por correspondencia, por fax, por teléfono[1] o electrónico, vía internet. El
último de ellos ha sido poco adoptado por razones de seguridad[2], en tanto que
el electrónico presencial conoció hasta hoy su mayor auge en la última década
del siglo pasado y en los primeros años del XXI.
En
el voto electrónico presencial hay dos tecnologías básicas, con máquinas de
reconocimiento óptico de caracteres o imagen optical scanning. En una de ellas
el votante registra en forma manual su escogencia, en una boleta impresa o en
una tarjeta con banda magnética que una máquina lee y registra electrónicamente.
El otro sistema, conocido como DRE, se supone más avanzado. El votante emite su
voto en una máquina o urna electrónica que produce o no un comprobante. De
haberlo, el votante lo deposita en una urna tradicional, lo que sirve para
auditorías o el comprobante es solo para el elector.
En
años recientes, apareció la prudencia en la aplicación de la electrónica a
elecciones. El voto electrónico tiene entre sus principales objetivos
incrementar la confianza del electorado al reducir la posibilidad de fraude o
modificación de los resultados, es decir, aportar mayor seguridad y agilizar
tanto el acto de votación en sí mismo como el escrutinio y conteo de los votos.
Es ahí, en la consecución de los objetivos, donde el cuestionamiento está
instalado.
Varios
de los países más avanzados del planeta han recordado que el elector es el
protagonista del proceso. La confianza del elector tanto en el sistema como en
el órgano y personas que lo administran es de la máxima prioridad y para ello
es crucial la transparencia que las máquinas no ofrecen. El protagonismo del
electorado lo hace merecedor de ser,
cuando menos, previamente convencido sin imponerle tecnologías que le son
extrañas o incomprensibles.
En
cuanto a una mayor seguridad para reducir la posibilidad de falsear los
resultados, la realidad es terca. Hasta la NASA reconoció, en marzo de 2012,
haber sido “hackeada” 13 veces, solo en 2011, a pesar de gastar cuantiosas
sumas en seguridad informática. Los atacantes tuvieron acceso y pudieron
manipular proyectos vinculados a la seguridad del país[3].
En
el presente, ningún sistema de comunicación electrónico conocido es totalmente
seguro. En consecuencia, pueden ser intervenidos tanto por terceros de mala fe
como por autoridades deshonestas.
Debates,
foros, malas y buenas experiencias se han sucedido con respecto al voto
electrónico. Según la fotografía del momento, algunos países –entre los más
desarrollados- lo eliminaron o descartaron, otros se han detenido en las
pruebas, unos más lo mantienen y otros cuantos lo han incorporado.
En
2009, Alemania, en un hermoso gesto de respeto al elector y a raíz de una
sentencia del Tribunal Constitucional, cesó el uso del voto electrónico. El
argumento central es que todos los pasos esenciales de la elección tienen que
estar sujetos al control público, que los ciudadanos han de poder ejercer ese
control de manera fiable y sin conocimientos técnicos especiales[4].
Los
avances tecnológicos crean la expectativa de solventar con ellos las
debilidades de los sistemas electorales tradicionales. El solo aumento del
volumen de electores demanda encontrar fórmulas para agilizar el proceso. El
voto electrónico, en su sentido amplio, es cierta e incuestionablemente
efectivo para agilizar tanto el acto de votación como el escrutinio y conteo de
los votos. Otras ventajas del voto electrónico son que requiere menos personal
y menos gastos logísticos. También podría facilitar el conveniente aumento de
la participación.
Pero
esas ventajas y necesidades no pueden situarse por encima de los objetivos de
los procesos electorales ni de los intereses y percepciones del votante. Menos
relevante todavía es que proporciona una imagen más avanzada, más tecnológica.
En
2009, el Consejo de Europa recomendó que al revisar e introducir mejoras en la
democracia la atención debería centrarse en la democracia y no en la
tecnología[5]. Hacerlo bien requiere objetivos claros, a ello ayuda recordar
que las elecciones son una manera de evitar o solucionar en paz conflictos
sociales, son también el ejercicio de los derechos humanos de elegir las
autoridades de un país y de ser electo para tales responsabilidades y así
mismo, constituyen el mecanismo para que un funcionario y el Gobierno
respectivo adquieran legitimidad de origen y para que opere la alternabilidad
democrática. Para lograrlo, la tecnología que se utilice tiene que servir, sin
matices ni dudas, a la autenticidad de la elección.
El
voto electrónico está en el horizonte pero precisa subsanar vulnerabilidades de
la votación tradicional sin incorporar riesgos mayores y combinar las ventajas
de las máquinas con las de la votación tradicional, una de las cuales es la
transparencia. Su adopción generalizada habría de satisfacer algunos
requisitos, entre ellos que:
Cada
votante pueda entender el sistema sin conocimientos técnicos especiales que no
requiere para tener la condición de votante.
El
proceso sea totalmente verificable por cualquier candidato, partido político,
agrupación ciudadana u observador acreditado y ciudadano interesado.
Haga
posibles las auditorías transversales realizadas por entes independientes con
los protocolos técnicos atinentes.
Sea
capaz de resistir fallas de la tecnología, ataques de terceros y manipulaciones
de autoridades deshonestas.
O
se asume la tesis alemana referida antes o es insoslayable conseguir
previamente la credibilidad y confianza de los electores en los nuevos
instrumentos y procedimientos e, igualmente, en las autoridades electorales,
sin escatimar el tiempo que ello requiera. La precipitación o la imposición
probablemente conduzcan al descrédito.
En
síntesis, el futuro del voto electrónico depende de encontrar la fórmula para
aumentar la confiabilidad y la
seguridad, preservar la transparencia y la anonimia y lograr resultados
rápidos. Además, que todo ello sea percibido por el elector. Lo que no está a
la vuelta de la esquina.
El
siguiente es un resumen del voto electrónico hoy, en algunos países:
[1] Estos mecanismos suponen la conciente
renuncia a la anonimia.
[2]
Estonia aún lo utiliza, Suiza lo hace en consultas regionales que son
frecuentes y Noruega lo tiene previsto para 2017.
[3]
http://www.infochannel.com.mx/nasa-hackeada-13-veces-en-2011- . Recuperado el
16 de marzo de 2012.
[4]
La Sentencia de la Corte Constitucional Alemana, que no prohíbe el voto
electrónico, también resalta que “los aparatos no tenían previsto la
posibilidad de un registro de los votos independiente del módulo de memoria de
votos, que le permitiese a cada elector la verificación de su votación”. Aunque
no había sospecha alguna de fraude, la
sola barrera técnica que bloquea el control ciudadano sobre el procesamiento de
la voluntad electoral hacía inaceptable el mecanismo. El fundamento es: “Ya que
el escrutinio es objeto de un proceso de elaboración de datos realizado
exclusivamente en el interior de los aparatos electorales, ni los órganos
electorales ni los ciudadanos que asisten a la determinación del resultado
electoral pueden comprender si los votos válidos emitidos han sido adjudicados
correctamente a las ofertas electorales y si los votos obtenidos por las
ofertas electorales individuales han sido indagados correctamente”. En tales
circunstancias “un recuento público, por el que los ciudadanos pudieran
comprender confiablemente y por sí mismos, sin conocimientos especiales previos
quedaba excluido”.
[5]
Recomendación CM/Rec G1 (2009)1 del Comité de Ministros a los Estados miembros
de la democracia electrónica (edemocracy), adoptada por el Comité de Ministros,
el 18 de febrero de 2009, en la 1049 reunión de Ministros.
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