Matar por matar: Porque matar no implica riesgos, ni
sanciones, ya que la impunidad es absoluta
En Venezuela no solo es alarmante el número de homicidios
por año -19.000 en 2011- sino las modalidades que ha asumido la violencia como
hecho que a todos concierne, no simplemente como "sensación de
inseguridad", sino como realidad que nos golpea de manera brutal.
Todos los días la prensa reseña casos de muertes violentas
en circunstancias que deben llevarnos a la definitiva toma de decisiones en el
ámbito de la Política Criminal: "Lo mataron para robarle el celular",
"le dieron muerte a policía para quitarle su arma", "mujer quemó
vivo a su exmarido por venganza", "lo mataron después de robarlo,
aunque pedía clemencia", "le dispararon más de 20 veces y se llevaron
su moto".
Podríamos multiplicar sin límites los titulares de las
páginas de sucesos que todos los días golpean nuestra conciencia ciudadana y
nos dan a entender que la vida vale tanto como una moto, un celular, un par de
zapatos o, simplemente, la afirmación del poder.
Extremadamente grave es la banalización de la vida y de la
muerte. Como en las guerras, lo que nos llama la atención no es encontrar a un
muerto a la vuelta de la esquina, sino no encontrarlo.
Por otra parte, es necesario e importante resaltar e
insistir en las modalidades de los homicidios, en sus motivaciones o móviles.
Se mata por matar, porque la vida no vale nada, porque matar se ha convertido
en un oficio, porque no es extraño que se cobre por matar y, lo más importante,
porque matar no implica riesgos, ni sanciones, ya que la impunidad es absoluta.
Nadie se atreve a denunciar, las víctimas sobrevivientes no hablan, los
testigos no declaran, la policía y el Ministerio Público se encuentran
amarrados y limitados en su labor investigativa y, en definitiva, los
tribunales, sin pruebas, lo único que pueden hacer es alargar una prisión
preventiva que funciona como pena o dejar en libertad a los imputados para que
quede ratificado que el delito no tiene sanción alguna.
Como lo ha dicho, una y otra vez, el Padre Alejandro Moreno,
insistiendo en dejar a un lado el académico planteamiento de las
"causas" estructurales del delito y admitiendo, por supuesto, que la
delincuencia y la violencia obedecen a múltiples factores -individuales y
sociales-, hay una poderosa razón que abona el terreno del incremento desaforado
del crimen: la inseguridad.
Ninguna sociedad ha descubierto la vacuna contra la
violencia y si la descubriera -como en el cuento de Ramón y Cajal- habría que
conseguir el antídoto, porque también desaparecerían otras manifestaciones
humanas, pero, lo que si constituye una afirmación incontrovertible es que la
segura, oportuna y adecuada sanción por el delito cometido es la fórmula más
efectiva para que las manifestaciones antisociales disminuyan o se contengan
entre límites razonables.
Por supuesto, el clima de absoluta impunidad y desprecio a
la ley, que no cumple su función, lleva fácilmente a los extremos aberrantes
del desprecio por la vida y a la puerta franca que legaliza la práctica la
violencia.
Sin duda, se impone el rescate del valor de la vida, de la
ley y que la colectividad perciba que el crimen no paga.
aas@arteagasanchez.com
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