miércoles, 1 de agosto de 2012

ROGELIO ALANIZ, ¿ESTADO DE BIENESTAR O POPULISMO CRIOLLO?

Tábano Informa

El Litoral (SFe) - 29-Jul-12 - Opinión



Crónica política
¿Estado de bienestar o populismo criollo?

por Rogelio Alaniz

¿Estado de bienestar o populismo criollo? Las diferencias son evidentes en cualquier parte del mundo, menos en la Argentina. La ignorancia, la mala fe, la alienación ideológica, suelen hacer su trabajo. Estado de bienestar y populismo criollo aluden a modelos de sociedades antagónicas. Las similitudes, si existen, sólo lo son en las apariencias, en la confusión que generan las consignas manipuladas, en el esfuerzo deliberado por confundir la virtud con el vicio, la justicia social con la demagogia o la preocupación por valorizar a los pobres con el afán por valerse de los pobres.

Convengamos que el concepto “Estado de bienestar” posee un bien ganado prestigio histórico. En Europa se habla de ”los gloriosos treinta años”, para referirse al período transcurrido entre 1945 y 1975, cuando las contradicciones sociales y políticas que parecían irreconciliables pudieron procesarse sin perder su naturaleza contradictoria. Dicho de una manera conceptual, puede postularse que el Estado de bienestar se propuso resolver el antagonismo existente entre los principios de justicia y libertad o entre acumulación y distribución de la riqueza.

Los antecedentes de esta experiencia histórica pueden rastrearse en las iniciativas de Bismarck o los ensayos del laborismo británico y el socialismo democrático de los países escandinavos. El llamado “Nuevo trato” de Franklin Delano Roosevelt apuntaba en esa dirección, y algo parecido puede decirse de la experiencia “batllista” de Uruguay, experiencia digna de tener en cuenta, porque allí se probó que las reformas políticas y sociales eran posibles sin sacrificar la democracia, el régimen de propiedad y las instituciones republicanas. El “batllismo” oriental, en ese sentido, fue una experiencia de avanzada en estas tierras, una experiencia que se contrasta con ese otro modelo de poder que fueron las dictaduras bananeras, o sus primos hermanos políticos: los caudillos populistas.

De todos modos, no es casual que, a la efectiva mayoría de edad, los Estados de bienestar la hayan adquirido luego de la Segunda Guerra Mundial, con el auge de las ideas keynesianas y la derrota de las dos grandes experiencias totalitarias del siglo veinte: el comunismo y el fascismo. Nunca sabremos si las clases propietarias de entonces accedieron a ese modelo de sociedad porque eran sabias y sensibles. O, por qué no, miedosas, miedosas a la posibilidad real del avance del comunismo. A favor de ellas puede decirse que en lugar de optar por la dictadura, la represión o el genocidio, lo hicieron por la democracia y por la certeza de que al comunismo se lo derrotaba, como efectivamente sucedió, con más justicia y más democracia.

De todos modos, lo cierto es que el pacto entre un movimiento obrero que renunciaba a la revolución social, pero no a los derechos de los trabajadores y una burguesía que aceptaba consagrar esos derechos, fue efectivo y se tradujo en instituciones que establecieron derechos universales. Las consecuencias fueron visibles: mejores salarios, calidad educativa, servicios de salud y libertades civiles y políticas. Los errores no estuvieron ausentes, porque la perfección no existe en política.

¿Qué tiene que ver esto con nuestros populismos criollos y sus caudillos tropicales o líderes autoritarios enriquecidos, viciosos y narcisistas? ¿qué tienen que ver un José Batlle, un Felipe González, un Willy Brandt, un Ricardo Lagos o un Henrique Cardoso, con personajes como Chávez, Ortega, Correa o los Kirchner? ¿qué relaciones se pueden establecer con sociedades donde rige el Estado de derecho, la economía social de mercado, las instituciones republicanas y las libertades civiles, con regímenes que desconocen deliberadamente las leyes de la economía, desprecian a las instituciones republicanas y polarizan a la sociedad en antagonismos irreductibles? Nada. O casi nada.

Puede que algunos populistas se propongan sinceramente beneficiar al “pueblo”, pero esas buenas intenciones chocan periódicamente con concepciones ideológicas retrógradas, con un concepto de “pueblo” mitificado y en la mayoría de los casos más cercano al ideario fascista o comunista que a una versión democrática y abierta. Nunca lo olvidemos: para el populismo criollo el “pueblo” es siempre una masa orgánica, indiferenciada que delega el poder en el caudillo que lo interpreta y lo conduce. En esta versión, las clases sociales no existen, como tampoco existe el pluralismo, porque reconocerlo significaría admitir las diferencias, el debate y la alternancia, categorías que todos los populismos rechazan a libro cerrado.

En los Estados de bienestar se habla de bienestar del pueblo, valga la redundancia, mientras que los populismos se habla de felicidad, ese adjetivo tan caro a los demagogos de todos los tiempos. La diferencia entre bienestar y felicidad no es semántica. El bienestar refiere a políticas públicas, la felicidad a estados subjetivos. Para un socialdemócrata o un liberal avanzado, la felicidad es cosa de cada uno, pertenece al ámbito privado, mientras que para el populismo la felicidad es cosa de los gobernantes o, para ser más preciso, de la manipulación de los gobernantes.

Tres principios guían los fundamentos del Estado de bienestar: sustentabilidad, legalidad e institucionalidad. Ninguno de estos principios están presentes en el populismo criollo. Al desprecio de la economía, el populismo le suma el desprecio a las leyes de la república y el rechazo a cualquier forma de legitimidad política. Los Estados de bienestar se construyeron a través de arduas negociaciones parlamentarias y corporativas, negociaciones que concluyeron con acuerdos mayoritarios y se cristalizaron en instituciones destinadas a prestar servicios universales.

A estos valores y servicios el populismo criollo le opone el clientelismo, el nepotismo, el patrimonialismo y el prebendalismo. Mientras el Estado de bienestar trabaja en el mediano y largo plazo, el populismo es hijo de la coyuntura y nunca va más allá de ella. Los Estados de bienestar se proponen la inclusión social y política; el populismo es faccioso por definición; agita fantasmas, inventa enemigos, atiza diferencias y convoca a las multitudes a librar batallas imaginarias. Detrás de toda esa retórica brilla incandescente la ambición del líder o el déspota.

Los procedimientos del Estado de bienestar son democráticos e institucionales; las libertades funcionan, los partidos políticos son los espacios reales de la democracia representativa y la alternancia es una realidad. Basta echar una mirada a la Argentina kirchnerista o la Venezuela chavista, para apreciar las diferencias: libertades amenazadas, partidos políticos postrados, instituciones devaluadas y corrompidas. Lo grave, en todos estos casos, es que esta decadencia no es producto de la casualidad o la mala suerte, sino de políticas deliberadas y de políticos que se benefician con ese estado de cosas.

El Estado de bienestar presta servicios universales sobre la base conceptual de que toda persona vale y toda persona merece la oportunidad de mejorar su calidad de vida en sociedades con movilidad social ascendente. En el populismo criollo, la apelación al pueblo suele ser un recurso demagógico asentado en una visión ideológica inmovilista y reaccionaria. Los pobres en el populismo no son sujetos, sino objetos, objetos de manipulación del líder.

A las asignaciones universales, el populismo le opone la asignación privada o facciosa. El pobre no es un ciudadano digno de ejercer sus derechos, sino un “grasita” al que hay que atenderlo para que nunca deje de ser pobre y, sobre todo, nunca se olvide de que a los beneficios no los obtiene porque tiene derechos, sino porque hay un líder -o una líder- que tienen la buena voluntad de acordarse de ellos.

Un político del Estado de bienestar, a la hora de brindar derechos se parece a esa persona que ejerce la caridad de manera anónima; un populista repartiendo se identifica con el personaje que exige que le den las gracias y le levanten un monumento. Como se puede apreciar, las diferencias son políticas, pero también éticas. Las sociedades de bienestar no están exentas de crisis, pero en lo fundamental mejoran la calidad de vida de los hombres y mujeres. Por el contrario, los populismos criollos dejan sociedades devastadas por la corrupción y la pobreza.

¿Para qué lado nos vamos a inclinar los argentinos? ¿continuaremos aferrados a los mitos y dogmas de un populismo tramposo y venal u optaremos por experiencias más nobles y justas? Las alternativas están planteadas, las diferencias son visibles. Lo demás pertenece al campo de la historia y la política. Nunca olvidemos que peleamos por un país más justo para todos, pero sobre todo por un país más justo para nuestros hijos y nietos.

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CARLOS ARMANDO FIGUEREDO, ¿PARA QUÉ “RETIRARSE” CUANDO SIEMPRE SE PUEDE DESACATAR?

No se logra entender el por qué de ese empeño del comandante presidente, cuando el retiro es innecesario en el caso de un Estado que simplemente desacata lo impuesto en las sentencias de la Corte.
Mucho escándalo, mucha estupefacción ha causado el anuncio, o mejor dicho, la orden, del presidente Chávez de “retirar” a Venezuela de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Quienes, sin ser expertos en derechos humanos, por lo menos han leído la Convención Americana de Derechos Humanos y recuerdan lo que pasó con Fujimori, saben que no es posible retirarse, así no más de la Corte. Saben que  para dejar de estar sometido a la jurisdicción de la Corte un Estado parte de la Convención Americana sobre Derechos Humanos tiene que denunciarla y esa denuncia sólo surte efecto una año después de formulada.
No se logra entender el por qué de ese empeño del comandante presidente, cuando el retiro es innecesario en el caso de un Estado que simplemente desacata lo impuesto en las sentencias de la Corte. ¿Para qué hacerlo? No le basta acaso con seguir incumpliendo las medidas provisionales y las sentencias condenatorias de la Corte —el comandante no ha permitido que se cumpla ninguna de las sentencias dictadas por la Corte relativas a violaciones de los derechos humanos ocurridas durante su gobierno. Si el comandante sabe que la Corte y la OEA, bajo el derecho internacional, no tienen como forzar el cumplimiento ya que la OEA no tiene cascos azules ni cuenta con medidas similares a las que puede adoptar el Consejo de Seguridad de las Naciones.
Acaso uno de esos tanto asesores internacionales del comandante no podría decirle simplemente: “no se mortifique, no se retire, siga simplemente desacatando que no le va a pasar nada”. Podría añadir también que, frente al desacato, mientras haya suficientes dólares que regalar, ningún gobierno va a manifestar su desagrado, cosa que ya se ve que están haciendo algunos gobierno e incluso instituciones internacionales a causa del anuncio del retiro. Lo ha hecho su hasta ahora admirado Secretario de la O.E.A. José miguel Insulza, quien dijo: “Yo espero que durante este año haya una reflexión, pueda haber un diálogo, y podamos encontrar una manera de evitar esta decisión, que no es buena para el Sistema Interamericano y no es buena desde el punto de vista de los países de América Latina”, aclarando que la Corte Interamericana de Derechos Humanos es “realmente es un gran avance, un gran progreso de los derechos humanos en el hemisferio” y que, además que “La Corte IDH es completamente autónoma, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) también, y esperamos que siga siendo así por siempre”.
Yo añadiría que ciertamente no le va a pasar nada mientras cuente con suficientes dólares provenientes del petróleo. Pero ¿qué pasará cuando deje de haber suficientes dólares? ¿Acaso no hizo él que se aprobara en la Constitución que las acciones por violaciones graves de los derechos humanos no prescriben?
figueredo.carlosar@gmail.com
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FERNANDO MIRES, LA CONTRADICCIÓN PRINCIPAL

Escribió Doris Lessing en sus memorias que su segundo marido, dirigente comunista alemán, la subyugó con una frase con la cual comenzaba todas sus alocuciones: “Hay que diferenciar la contradicción principal de las secundarias”. Gracias a esas palabras, el tremendo desorden mental de esa jovencita que llegaría a ser una de las más grandes escritoras de su siglo, comenzaba a estructurarse: el caos se convertía en sistema, y la inseguridad en certeza. 
Mao Tse Tung fue más allá del marido de Doris Lessing. Con esa simpleza más confuciana que marxista con la cual cautivó a Henry Kissinger, establecía que siempre hay que hacer la diferencia entre la contradicción principal con la parte principal de la contradicción. De más está agregar que para los jóvenes de mi generación, a mediados del pasado siglo, esas frases que hoy nos parecen tan elementales, eran reveladoras.
Sin embargo, hasta las más grandes revelaciones terminan por aburrir. Así ocurrió un día que asistía a la clase de un renombrado profesor marxista de la Universidad de Chile quien no se cansaba de repetir: “hay que diferenciar la contradicción principal de las secundarias”. De pronto, uno de esos estudiantes anárquicos que nunca faltan, preguntó: “Profesor ¿y quién determina cuándo una contradicción es principal o secundaria?". El maestro lo miró de modo homicida; mas, sobreponiéndose al desacato, soltó una larga tirada teórica sobre las leyes de la historia. No obstante– y eso fue lo decisivo- no respondió a la pregunta.
Quien respondió a la pregunta – quién lo iba a pensar- fue el mismo Mao Tse Tung.
Durante los años cincuenta, afirmaba el líder chino que la contradicción principal era la que existía entre el comunismo y el capitalismo y la parte principal de la contradicción era entre China y el imperialismo norteamericano. Pero a comienzo de los sesenta, Mao escribió que la contradicción principal era entre capitalismo y comunismo, y la parte principal de la contradicción era entre China y el social-imperialismo ruso. A fines de los sesenta, Mao afirmó, en cambio, que la principal contradicción era entre China y el imperialismo ruso y luego se acabó la diferencia con la parte principal de la contradicción.
“Chino sinvergüenza” –me dije-: “arregla la historia universal según su conveniencia”. Pero al menos, gracias a Mao obtuve la respuesta, respuesta que hoy puedo formular en forma de tesis. La tesis dice así: “No existe una contradicción principal, válida para todo tiempo y lugar, sino sólo para quienes la plantean”.
De este modo, para una persona moralista, la contradicción principal será entre el bien y el mal. Para una religiosa, entre Dios y el diablo. Para quien crea en macrosistemas, entre capitalismo y comunismo. Para los enloquecidos líderes de Sudamérica, entre “Patria o Muerte”. Para economistas soporíferos, entre neoliberalismo y estatismo. Y para más de algún argentino, entre Boca y River.
Lo dicho no significa por cierto suscribir una posición nihilista tipo New Age (“todo da igual”). Las contradicciones principales existen, es lo que quiero acentuar, pero ninguna es universal. O dicho de acuerdo a mi tesis, existe sólo para quienes las plantean. Es por eso que yo sugeriría que siempre cuando alguien quiera establecer alguna contradicción principal, escriba antes, “desde mi perspectiva”, “según mi experiencia”, o simplemente: “para mí”. Nadie tiene el derecho de imponer sus contradicciones a los demás.
Voy a poner un ejemplo. Para mí, desde mi perspectiva, y según mi experiencia, la contradicción principal que cruza políticamente al mundo de hoy (escribo políticamente, no social, no económica, no culturalmente) es la que se da entre democracia y dictadura. Me explico:
Si aceptamos que la evolución de lo simple hacia lo complejo existe (es la premisa) eso quiere decir que así como hay una evolución económica -que va de la recolección y la caza, sigue a través de la agricultura y la ganadería, luego pasa por la industria pesada, hasta llegar a la industria digital- hay también una evolución política.
De la horda a la dominación tribal; luego la monarquía absoluta, pasando por la monarquía parlamentaria, hasta llegar a la democracia moderna –la peor forma de gobierno con excepción de todas las demás (Churchill)- hay una indesmentible evolución. Y como ocurre en toda evolución, la política también reconoce involuciones, aunque al final esa luz efímera que asomó por primera vez en Atenas se mantiene e impone. En fin, creo que cuando Benedetto Croce escribió su libro clásico: “La historia como hazaña de la libertad”, no estaba equivocado.
Habrá por lo tanto que hacer justicia al siglo XX. Cierto es que fue el más cruento de la historia. Pero también es cierto que las dos más grandes contrarrevoluciones antidemocráticas de la era moderna, la nazi y la comunista, fueron derrotadas. Más aún: las revoluciones democráticas del siglo XX han sido continuadas por movimientos sociales (feministas, ecologistas y, más recientemente, protestas en contra de la globalización financiera, culminando con “los indignados” de la Puerta del Sol).
Las rebeliones antidictatoriales del mundo árabe, religiosas o no, son parte de la larga caminata que alguna vez llevará hacia esa comunidad republicana de naciones con la cual soñaba Emmanuel Kant.
Incluso en América Latina, la era caudillista y militar que se originó desde los días independentistas, va quedando atrás. Cierto es que hay fuertes regresiones. Los personalismos autocráticos emergidos a finales del siglo XX y consolidados a comienzos del XXl representan en el fondo compromisos entre la dominación dictatorial que primaba en el pasado y la forma democrática que hoy tiende a predominar a escala mundial.
Luego, si aplicamos la antigua tesis de Mao a la política contemporánea, tendríamos que decir: la contradicción política principal de nuestro tiempo es la que se da entre dictadura y democracia.
Y, visto el tema desde una perspectiva latinoamericana, sería posible agregar: la parte principal de la contradicción es la que se da entre proyectos militaristas y/o autocráticos (Venezuela, Nicaragua, Bolivia entre otros) y proyectos políticos democráticos. Pienso, además, que esa contradicción no sólo existe entre diversas naciones, sino también al interior de cada una de ellas.
También pienso que si el día 07. de Octubre triunfa en Venezuela el proyecto democrático y social de Capriles por sobre el proyecto militarista, mitómano y autocrático que representa Chávez, la lucha por la democracia continental habrá dado un gran paso adelante.
fernando.mires@uni-oldenburg.de

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