El
otorgamiento a Rafael Correa de un premio periodístico que tiene el nombre de
Rodolfo Walsh no puede sino calificarse como una típica provocación fascista.
El acto es una auténtica carambola de tres bandas, como las que el cinismo de
ultraizquierda suele utilizar para exhibir impúdicamente su burla contra la
verdad y la memoria histórica. Veamos en que consisten las tres bandas de esta
perversa carambola.
En primer lugar, Rodolfo Walsh fue un escritor y
periodista argentino cuyo trabajo de investigación estuvo centrado en
desentrañar los crímenes y abusos que se cometen a la sombra del poder.
Asesinado en 1977 por un escuadrón militar a las órdenes de la sanguinaria
dictadura que se instauró en aquel país en 1976, un día después de que hiciera
circular su Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar, un valiente
desafío al poder arbitrario que se había enseñoreado sobre su país y que meses
antes había cobrado la vida de una de sus hijas.
La segunda banda de la carambola es la identidad
del premiado. ¿Qué tiene que ver Rodolfo Walsh, quien vivió y murió enfrentando
a los poderes que conculcan las libertades -especialmente la de palabra- con el
señor Rafael Correa, un conocido violador de la libertad de expresión,
perseguidor de periodistas, cerrador de medios de información y arrogante
difamador de todo cuando huela a pensamiento libre e independiente? Es una
buena pregunta para los directivos de la Facultad de Periodismo de la
Universidad de La Plata, quienes han usurpado el nombre de Walsh para lavar el
rostro manchado de cuánto sátrapa se acerque por tierras argentinas.
Nuestra respuesta es sencilla: el fascismo de
ultraizquierda expropia mucho más que empresas, terrenos y medios de
comunicación. Sus principales objetos de incautación son la verdad y la
dignidad, de las cuales se apropia de modo fraudulento –arrebatándoselas a sus
legítimos poseedores y practicantes- para exhibirlas como parte su bisutería revolucionaria.
Así, estos “revolucionarios” se visten de amor al prójimo, de falsa poesía
enaltecedora del género humano, para disfrazar su afán de poder eterno y las
atrocidades que para lograrlo deben cometer cada día.
Hay una tercera banda de esta carambola, la cual
Correa no se privó de ejecutar: su miserable declaración sobre el criminal
atentado terrorista contra la AMIA, una institución de la comunidad judía de
Buenos Aires en la cual murieron 85 personas por efecto de una bomba, en cuya
colocación se ha demostrado culpabilidad de la dictadura iraní. Sin que viniera
a cuento, el mini-autócrata civil entró a comparar las víctimas de la AMIA con
los muertos en la guerra de Libia, típico recurso del cinismo fascista para
restar importancia al terrorismo con el que se simpatiza.
No comparto el predicamento político-ideológico que
en vida mantuvo Rodolfo Walsh, aunque admiro sus relatos policiales y sus
valientes reportajes de investigación periodística. Las razones y criminales
circunstancias de su muerte son motivo suficiente para que se la considere un
mártir de la libertad de expresión. Porque en ese terreno no pueden existir
diferenciaciones de ningún tipo, como suelen proceder la impresentable Hebe de
Bonafini y el señor Rafael Correa.
turgelles2@gmail.com
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