El presente está marcado por todo tipo
de crisis. La crisis se ha hecho un elemento contextual común al orbe afectando
al cúmulo de relaciones sociales y de formas orgánicas mediante el rompimiento
del equilibrio de los factores de cooperación y competencia. Ello también ha
conducido a un desplazamiento de los intereses valorativos de la relación
humana.
La organización social es un sistema
compuesto de un complejo de relaciones entre los hombres y entre los hombres y
las cosas. Estamos en un mundo de tensiones irresueltas y de disfunciones
organizacionales.
IGNORAR ES DEPENDER |
Deberemos tratar el conocimiento porque él genera poder, sea
simbólico o utilitario. Es lo que denominamos cultura, una que crea
conocimiento, genera normas, construye una memoria colectiva, en suma, edifica
una organización grupal dinámica.
Hoy estamos inmersos en el proceso
globalizador que implica un avance tecnológico inusitado con aceleración del
tiempo y unificación de los espacios lo que lleva a totalizar la realidad.
En los atisbos de la protesta contra
las crisis propias de este interregno encontramos también globalización dado
que los grupos protestantes parecen conformados por diversas capas de la
estructura social y sus discursos van dirigidos al conjunto de una sociedad
civil global que si bien está en pañales, asoma como protagonista. Se proclama
una protesta y se dice lo que no se quiere antes de aquello que se quiere
indicando así la inestabilidad de los nuevos movimientos sociales. Ya la
protesta social es otra, aunque las nuevas formas sociales apenas nos indiquen
algunos elementos como la crisis del Estado-nación y de la “sociedad del
bienestar”. Se globaliza la ansiedad, aupada por los medios informacionales que
la tecnología ha puesto a disposición, aunque los resultados recuerden a procesos
históricos lejanos como la imbricación religiosa-política en el mundo árabe, en
la actualidad, y como lo fue en la Europa de siglos pasados.
Los nuevos movimientos sociales que
vemos marcan un proceso de transición muy diferente de los que podríamos llamar
clásicos. En ellos encontramos esfuerzos de creatividad y de construcción de
fundamentos y una obvia y justificable indefinición. Aún así hay valores
emergentes. Pueden surgir frente a problemas puntuales, como la crisis
económica, algunos pueden albergar sentimientos postmaterialistas, otros no
pueden ser llamados revolucionarios en el sentido clásico pues no están
divorciados totalmente de los mecanismos tradicionales de intermediación,
aunque sea evidente que estos son incapaces de atender a sus viejas clientelas.
Algo es evidente: no alteran, en su generalidad, el orden político pero sí
introducen exigencias de valores.
No olvidemos que surgen en las
“sociedades del bienestar”, unos, otros en reacción a arcaicas formas
dictatoriales (primavera árabe). En el primer caso no nacen de lo que podría
denominarse “la rabia del desposeído”, pero producen conocimiento social que
trata de extender la autonomía humana contra tomadores de decisiones
enclaustrados en parámetros tradicionales. Son actores sociales complejos, aún
en el segundo caso en el cual aparentemente hay sólo un deseo de liberación de
regímenes autoritarios y de incorporación a un nuevo tiempo difuso. En
cualquier caso, en una revuelta contra
valores dominantes.
Un elemento primordial es la calidad
de vida, esto es, van sobre problemas específicos. Su método preferido, el de
la abierta deliberación y el de toma de decisiones por consenso. Son
antecedentes a mencionar en esta fase de transición porque quizás nos
suministren elementos para otear frente a los planteamientos que caen como
cascadas y de entre los cuales habrá de emerger la organización social
sustitutiva.
En cualquier caso hay una modificación
de los sentidos exteriores e interiores del hombre que pueden llevarlo a mero
participante inodoro, incoloro e insípido de una voz común que sólo adquiere
sentido si viene presidida de un sentido de cohesión. La ruptura conduce
siempre a un estado de recomposición, aunque aún estemos en las nebulosas en
los efectos de modificación social reales.
Quizás esta sea una revolución no tan
visible, dado que sentimientos y emociones se encierran cada vez más en el
ámbito individual
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