7º) Populismo.
El populismo, a estas alturas parece
cosa vetusta y desgastada. Sin embargo, se mantiene vivo en nuestra
nación. No será erradicado
definitivamente si no vamos mucho más allá de las instituciones políticas,
económicas y sociales, pues lo que hay
que hacer es provocar conversiones radicales de las maneras de hacer y concebir
la cultura personal y social de nuestras poblaciones. De lo contrario, el
fantasma reaparecerá constantemente para ocupar de nuevo posiciones de las que
parecía desplazado. Sólo así dejaremos
de ser esa “superposición cronológica de procesos tribales”, que dijera Don
Mario Briceño, y llegar a ser pueblo y no masa; pueblo, en el sentido estricto
de la palabra, que constituya cada Sociedad como unión moral, racional y
estable de personas humanas, esto es, de seres racionales, conscientes, libres
y, por tanto, responsables de sus actos.
¿De dónde sale el populismo? Nuestro “modelo” es producto de nuestra
propia realidad, la que, como hemos visto, tiene formas, actitudes y conductas
de nuestra población, con propias pero
similares maneras o estilos, en Venezuela y en de todo el sub-continente. En
tal sentido, el populismo latinoamericano nada tiene que ver con los modelos
populistas de Europa u otras regiones del mundo. En efecto, el nuestro, en su
particular génesis, proviene de realidades que fueron hechos de la historia de
estos pueblos, como el ya referido del mestizaje (que es diferente en otras
realidades sociales); el origen y características generales de los
conquistadores y colonizadores; la importancia mayor o menor que, para España,
significó cada Colonia, etc.
Entre todos esos factores originarios,
uno si fue común en medio de expresiones diversas: la impronta de la breve experiencia feudal
vivida en la Madre Patria. Ahora bien, lo que si es común en todas nuestras
naciones, con respecto al populismo, es que nació del agotamiento padecido por
todos sus modelos de “Estado Tradicional”, que surgieron de la liberación de
nuestros países respecto a España, se fueron adaptando las instituciones que
copiamos, exportamos nuestros productos, pero no alcanzamos a percatarnos de
los cambios incesantes que ocurrían en el mundo exterior a nosotros o no
supimos, o no pudimos, ajustarnos a las nuevas realidades.
Poco a poco, nuestros regímenes
tradicionales fueron siendo desplazados y sustituidos en el poder de nuestros
países por sectores de industriales, profesionales, obreros urbanizados,
militares formados en Academias, sectores de trabajadores y de campesinos para:
sin proyectos alternativos de desarrollo y de acción, acordar entre todos
manejar política, social y administrativamente nuestras naciones. Hasta allí
todo va muy bien. Sin embargo, había una suerte de veneno desconocido en esa
Alianza Populista que, en el fondo, se dividía en dos grandes sectores: un
sector desarrollado, capaz de producir, de actuar y gobernar, de establecer
leyes y realizar proyectos, con riqueza, y otro gran sector dedicado a labores
o trabajos de diferentes tipos y categorías, pero sin suficiente fuerza
económica para vivir. El modelo estaba,
pues, condenado al auto-estrangulamiento: al principio, las exportaciones daban
frutos suficientes para todos en un país; fue posible modernizar ciudades,
abrir carreteras, asistir a la población en materias de educación y salud,
etc., pero eso duró hasta que los conflictos internacionales no desembocaran en
la primera y luego en la segunda guerras mundiales.
Esos dos acontecimientos --unidos a varios más de menor resalto-- significaron serios problemas para poder
mantener, en nuestras naciones, exportaciones e importaciones al ritmo que
antes tenían. En muchas ocasiones, especialmente durante la segunda guerra, el
tráfico marítimo se hizo imposible. Muchos países latinoamericanos experimentaron
cambios constantes de gobiernos, tuvieron dictaduras y lamentables
experiencias. Pero la razón de fondo de la crisis política que cubrió el
subcontinente fue, fundamentalmente, que la Alianza Populista no podía
subsistir pues sus integrantes tenían intereses distintos y contradictorios.
Desde luego, como no había modelos sustitutivos, con relativa periodicidad,
volvía y vuelve al poder el populismo, pero también caía de nuevo, generalmente
para abrir paso a gobiernos de corte militar que, casi siempre, fueron
dictaduras.
Son características de ese populismo
la inmediatez, la improvisación, la falta de decisión, la ambigüedad y la
evasión. Tal manera de manejar la
realidad conduce al inmediatismo, a la irresponsabilidad, al parasitismo vital
y a la improvisación que procede del vivir al día. Todo ello conduce a la entronización y
aceptación del caudillismo mesiánico:
los pueblos delegan responsabilidades;
eso que refuerza el servilismo y la dependencia personal de tipo relación amo-esclavo y, todo ello, se
institucionaliza y se hace irreversible con instituciones como el padrinazgo en
lo social o el oportunismo partidista en lo político, cuyos resultados frustran
a las personas y no permiten institucionalizar una verdadera democracia.
En nuestro país, el modelo populista
se hace poder cuando el 18 de octubre de 1945, una Logia Militar, constituida
por varios oficiales formados en el Perú, derrocó al gobierno del Gral. Isaías
Medina Angarita y estableció una Junta Revolucionaria de Gobierno que formó un
ejecutivo civil presidido por Rómulo Betancourt. Gobernó hasta noviembre de 1948, cuando, a
su vez, fue derrocado el Presidente Rómulo Gallegos por los principales
oficiales que derrocaran a Medina. Así se abrió el camino para el gobierno de
Marcos Pérez Jiménez, quien lo obtuvo en diciembre de 1952. Derrocado Pérez
Jiménez, regresó restablecida la democracia en Venezuela. En diciembre de ese
año fue electo Rómulo Betancourt para su único mandato constitucional como
Presidente de la República. No por él, el Presidente que bien lo merecía, sino
porque el estilo populista había “pegado” en el país y se ha mantenido hasta el
presente, pero ahora con características distintas. Bien, eso último que terminamos de leer, se
muestra como prueba de que mantenemos la condición invertebrada.
8º) Anomia.
Por anomia se entiende que no hay
normas, allí donde se presente. Tres investigadores y profesores
universitarios,[1] escribieron un trabajo muy importante sobre la anomia,
la definieron no como es normal, sino
que, aplicada a nuestro país le entienden como “situación casi secular en la
que se ha perdido la relación entre los esfuerzos y los logros; entre los
méritos y los premios; entre los crímenes y los castigos. Los premios son para
los truhanes y pájaros bravos; los castigos son para los esforzados”.
........¿Qué quieren significar, los
autores, al hablar de “situación casi secular”?
Pues a condicionamientos como los que ya hemos mencionado: el desarraigo de los nuevos pobladores que
vinieron de la Península y de África; o a el de los propios aborígenes
desplazados en su mundo; a las costumbres y creencias que ya no pudieron
practicar más, ni los indígenas, ni los africanos; a la concepción cíclica y
geocéntrica del tiempo, distinta a la rectilínea de los europeos; a la
subordinación, en la estructura estamental, a todos los estamentos situados por
encima del suyo; al rechazo del trabajo productivo del español, conforme a su
ethos de heroicidad y gloria, y al mismo rechazo de parte de aborígenes y
africanos, pues no lo conocían ni estaba en sus costumbres; al sentirse
degradado el mestizo, en sus variadas formas, creyendo ser producto de la
ilegitimidad, lo que genera inestabilidad, inseguridad, valor y pánico, acción
y apatía.
En otros tiempos más cercanos, los
valores supremos de nuestra cultura social que, aparentemente viene a ser él
éxito, la riqueza y el prestigio, son inalcanzables para una mayoría que puede
sentirse preterida. ¿O es que acaso el fenómeno que es el chavismo no tiene
asiento en esos --diría
antivalores-- que deforman el sentido
verdadero de la vida? ¡Siempre el tener por el más tener y muy poco el ser por
el más ser!
Nuestros tres autores, en un trabajo
muy enjundioso que se extiende largamente, señalaron un punto muy importante:
esa anomia, así entendida, genera actitudes muy negativas y peligrosas para la
salud de la sociedad en general. En efecto, como antes lo apuntamos, los
valores prevalecientes en nuestra sociedad son el éxito que da riquezas y el
prestigio que da poder. La persona bien formada, honesta, trata de alcanzar sus
logros mediante su esfuerzo propio, pero una alta proporción de la población
que no ha tenido la oportunidad –y
muchas veces, ni siquiera el conocimiento de lo que es la ética-- es fácil que se desvíe y que oriente sus
esfuerzos hacia actividades ilegítimas para que le proporcionen los “valores”
significativos de sociedades como las nuestras.
Es el caso, que ejemplarizan los
autores, de jóvenes con rectas intenciones por las que se proponen alcanzar
metas de conocimientos que les permitan escalar, honestamente, posiciones en el
cuerpo social así como bienestar para sus familias y propios. Esa tarea se les
hace muy pesada, por cuanto en el día han de trabajar, carecen de vehículos por
lo que, de noche, van a los lugares donde alcanzarán la deseada formación, en
autobuses y otros medios de transporte, lo que, por las características de
dichos medios es lento. Además, tienen
que comprar libros, adquirir instrumentos adecuados para sus estudios, etc.,
con costos que no pueden alcanzar. Pero en la misma barriada donde habitan, hay
otros que se dedican al robo, al fraude, al asalto, por lo que, fácilmente y
sin esfuerzos mayores, logran poseer autos, tener dinero abundante y hasta
prestigio.
¿No habrían de ser santos,
verdaderamente, aquellos jóvenes para no caer en las tentaciones con las que
ven cómo “surgen socialmente” a sus desviados vecinos? Se hace muy cuesta arriba la consecución del
logro como fruto del legítimo trabajo
por parte de quienes no disfrutan de condiciones u oportunidades privilegiadas.
Y lo hace más difícil aún la propia Sociedad, que tiende a privilegiar a los
desviados, pues, como apuntan nuestros autores: “La presión dominante empuja
hacia la atenuación gradual de los esfuerzos legítimos, pero en general
ineficaces, y al uso creciente de expedientes ilegítimos pero más o menos
eficaces”.... “Cuando el sistema de valores culturales exalta, virtualmente por
encima de todo lo demás, la meta del éxito económico y el prestigio para la
población en general, mientras la estructura social reduce severamente, o
simplemente bloquea, el acceso a modos legítimos de alcanzar la meta a la
inmensa mayoría de la población, es inevitable la conducta desviada en gran
escala”.
Terminaremos con la IV entrega
ppaulbello@gmail.com
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