En estos días se ha intensificado en términos
verdaderamente insólitos, peligrosos e irresponsables la campaña de
manipulación política con el fin de crear a un nuevo dios.
Se ha pretendido transformar al palacio de
gobierno, con la anuencia de todos los poderes públicos, en una especie de
templo consagratorio de la nueva deidad y de su religión, con la cual se aspira
a regir los destinos de la nación venezolana y de las otras que se sumen al
culto del nuevo megadios.
Desde hace varios años se viene dando
sistemáticamente este fenómeno, el de tratar de elevar a los altares de la
patria a otro político personalista, militarista y negador de los principios
básicos del juego democrático, intentando construir una épica salvadora a
partir de la más miserable distorsión de la historia de nuestra nación y
apalancándose en los petrodólares -que manejan sin ningún control- para comprar
voluntades que apoyen un proyecto político que simula ser democrático, pero que
en realidad es una trampa que tiene como único fin la desaparición de la noción
de ciudadano parar imponernos la de fanático del nuevo ídolo.
¿Es necesario recordar que se trata de un
viejo y siniestro truco que ha llevado a otros pueblos y naciones a sangrientas
guerras?
¿Dónde quedan el pudor y el sentido común
cuando se traspasa la barrera del deber ser y se convierte la enfermedad de una
persona en un espectáculo mórbido? ¿Acaso podemos aceptar que ahora también se
nos etiquete como apátridas y traidores porque no queremos ser parte de estas
impúdicas procesiones más parecidas a una parodia teledirigida que a un
legítimo y espontáneo sentimiento popular?
Esta es la hora estelar de la
política bien entendida, la que debe procurar el bien común y debe alejarse de
tribulaciones anacrónicas y peligrosas, de protagonismos estériles e
infantiles.
Aquí, claro que lo sabemos, hay demasiados intereses en juego y
algunos pueden perder de vista las consecuencias de sus actos por aferrarse a
fórmulas que les permitan perpetuarse en el poder siguiendo un siniestro diseño
que desecha nuestro andar republicano. ¿Cómo no mencionar que aquí hay que
deslindar los intereses nacionales de los de otras naciones que saben que la
supervivencia de sus regímenes depende del petróleo venezolano?
En esta hora de transición, los ciudadanos
debemos ejercer nuestra ciudadanía y exigir el respeto a la Constitución
Nacional y apostar para que los apetitos subalternos, enmascarados en
lacrimosas plegarias, no se impongan sobre nuestra frágil memoria republicana y
desechen la ruta de la democracia.
@jbelloleon
jbelloleon@gmail.com
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