En el mundo de quienes respaldan a Chávez, la verdad será cada vez más inocultable
La ausencia de Hugo Chávez, y las
perspectivas de su prolongación, o las de un progresivo deterioro de sus
capacidades físicas y mentales, tienen un par de importantes consecuencias
políticas, aunque a estas alturas sea imposible precisar sus exactas
implicaciones. Ambas se refieren al desnudamiento de la magnitud del desastre
gubernamental de estos últimos años.
La presencia de Hugo Chávez a la cabeza del
gobierno disimulaba, ocultaba, las dimensiones del desaguisado que su gobierno
ha venido perpetrando.
Los hombres que lo acompañan en esa gestión siempre
podían contar con la capacidad de decisión del jefe máximo, con su habilidad de
prestidigitador, con su aptitud para voltearlo todo y hacerlo ver a un buen
número de venezolanos distinto a cómo en realidad es. Podía el gobierno
descansar en esos recursos retóricos, en ese poder hipnótico, y remitir a las
decisiones del jefe la solución de los problemas o en todo caso el aplazamiento
de su estallido.
También se hacía presente el temor a decirle
la verdad al mandamás: lo que más le convenía a cada quien es que él viera las
cosas como quería verlas, y por lo tanto pintarle el panorama que más le
agradara, no fuera a ser cosa de que fuera el mensajero de malas noticias el
que pagará el plato.
Ahora todo eso está en vías de desaparición.
Los lugartenientes de diverso rango no tienen ahora a nadie que disimule la
verdad de las cosas, a nadie que los convenza de que todo va bien, a nadie en
quien recostarse para que distorsione convincentemente y aplace o corra la
arruga, a nadie en quien confiar la salida de los atolladeros.
El desastre sembrado pierde uno a uno los
velos con los que Chávez los cubría, y el gobierno se encuentra a solas con el
gigantesco estropicio que ha llevado a cabo y con su colosal incapacidad para
enfrentarlo. Llegó la hora de la verdad. Ya no tiene sentido decirse mentiras
ni colorear de rosa el lúgubre paisaje. Ahora no queda sino decirse lo que
todos sabían. El desastre está ahí, desnudo.
Está desnudo ante quienes lo produjeron, los
hombres que han gobernado siguiendo las directrices de Chávez. De ellos, es
precisamente sólo Chávez, siempre afortunado, el que se libra de la terrífica
visión.
Tanto su temperamento como su situación lo
libran de decirse: ¡Dios mío, qué he hecho! Los demás no tienen esa suerte.
Pero no sólo está desnudo ante ellos. También
estará cada vez más desnudo ante el país todo. Siempre una buena parte de él
supo lo que pasaba: es el país opositor.
Pero ahora también en el mundo de quienes
respaldan a Chávez, la verdad del desastre será cada vez más inocultable. Al
faltar la presencia de aquel que lograba aplazar los efectos de su propia
gestión y les daba una solución provisional que funcionaba en los plazos
indispensables, hasta que se hiciera necesaria la siguiente solución provisional,
el equipo gobernante se encuentra ante la necesidad de encarar de frente
problemas para los que no tiene soluciones agradables.
Tal vez si Chávez estuviera, podría cargar
con el peso de medidas difíciles, y cargarlo a la cuenta de su popularidad y de
su reciente victoria electoral. Pero el grupo de sus tenientes no cuenta con
esos amortiguadores. Por eso es que, según se dice, se han aplazado medidas
económicas que estaban listas, y cuya aplicación requería la presencia de
Chávez, capaz quizás de soportar los costos políticos de las decisiones que se
habían preparado.
También se dice que el aplazamiento se debe a
la posibilidad de una nueva elección presidencial, en la que el abanderado
oficialista no podría con el peso de unas medidas económicas que vendrían a
concretar el fin de la "regaladera" ominosamente anunciado por
Giordani.
El caso es que también ante el país en su
conjunto, la magnitud del desastre va a quedar desnuda. Los que de entre sus
partidarios así lo quieran, podrán aprovechar la ausencia de Chávez para no
cargarle la responsabilidad a él, sino a sus ineptos colaboradores, a los
cuales -pensarán- jugadas de mal gusto de la diosa Fortuna ha puesto al frente
del gobierno.
Están por verse las consecuencias que va a
sacar el grueso de la colectividad de esa caída de los velos y de la
consiguiente toma de conciencia del país que se nos lega.
Dependerán tales consecuencias, como en
obvio, de cómo se muevan los competidores políticos, el oficialismo y la unidad
democrática, en ese escenario dominado por la terrible desnudez del desastre.
dburbaneja@gmail.com
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